En la Audiencia General de este miércoles 20 de septiembre, el Papa Francisco continuó con su ciclo de catequesis sobre la evangelización y el celo apostólico
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El Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles 20 de septiembre | Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa |
Ante los fieles que le escuchaban
en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre propuso hoy el ejemplo de San Daniel
Comboni, “apóstol lleno de celo por África”.
A continuación, la catequesis del
Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En el camino de catequesis sobre
la pasión evangelizadora y el celo apostólico, nos detenemos hoy en el
testimonio de San Daniel Camboni. Él fue un apóstol lleno de celo por
África. De esos pueblos escribió: “se han adueñado de mi corazón que vive
solamente para ellos” (Escritos, 941), “moriré con África en mis labios”
(Escritos, 1441). Es bonito. Y a ellos se dirigió así: “el más feliz de
mis días será en el que pueda dar la vida por vosotros” (Escritos, 3159).
Esta es la expresión de una persona enamorada de Dios y de los hermanos a
los que servía en misión, a propósito de los cuales no se cansaba de recordar
que “Jesucristo padeció y murió también por ellos” (Escritos, 2499;
4801).
Lo afirmaba en un contexto
caracterizado por el horror de la esclavitud, de la que era testigo. La
esclavitud “cosifica” al hombre, cuyo valor se reduce al ser útil a alguien o
algo. Pero Jesús, Dios hecho hombre, ha elevado la dignidad de cada ser
humano y ha desenmascarado la falsedad de la esclavitud. Comboni, a la luz de
Cristo, tomó conciencia del mal de la esclavitud; entendió, además, que la
esclavitud social tiene sus raíces en una esclavitud más profunda, la del
corazón, la del pecado, de la cual el Señor nos libera.
Como cristianos, por tanto,
estamos llamados a combatir contra toda forma de esclavitud. Pero
lamentablemente la esclavitud, así como el colonialismo, no es un recuerdo del
pasado, desgraciadamente. En la África tan amada por Comboni, hoy
desgarrada por tantos conflictos, “tras el colonialismo político, se ha
desatado un 'colonialismo económico', igualmente esclavizador. Es un drama ante
el cual el mundo económicamente más avanzado suele cerrar los ojos, los
oídos y la boca”. Renuevo por tanto mi llamamiento: “No toquen el África.
Dejen de asfixiarla, porque África no es una mina que explotar ni una tierra
que saquear” (Encuentro con las autoridades, Kinshasa, 31 de enero
2023).
Volvemos a la historia de San
Daniel. Pasado un primer periodo en África, tuvo que dejar la misión por
motivos de salud. Demasiados misioneros habían muerto después de haber
contraído enfermedades, a causa del poco conocimiento de la realidad local.
Sin embargo, si otros abandonaban África, no lo hizo Comboni. Después de
un tiempo de discernimiento, sintió que el Señor le inspiraba un nuevo
camino de evangelización, que él sintetizó en estas palabras: “Salvar África
con África” (Escritos, 2741s). Es una intuición poderosa, nada de
colonialismo en esto, una intuición poderosa que contribuyó a renovar el
compromiso misionero: las personas evangelizadas no eran sólo “objetos”
sino “sujetos de la misión”. San Daniel deseaba hacer a todos los cristianos
protagonistas de la acción evangelizadora.
Con este ánimo pensó y actuó de
forma integral, involucrando al clero local y promoviendo el servicio
laical de las catequesis. Los catequistas son un tesoro de la Iglesia, los
catequistas son los que llevan adelante la evangelización. Concibió así también
el desarrollo humano, cuidando las artes y las profesiones, favoreciendo
el rol de la familia y de la mujer en la transformación de la cultura y de
la sociedad.
Qué importante, también hoy,
hacer progresar la fe y el desarrollo humano desde dentro de los contextos
de misión, en vez de trasplantar modelos externos o limitarse a un estéril
asistencialismo. Ni modelos externos ni asistencialismo. Coger de la cultura,
de la cultura de los pueblos, el camino para hacer la evangelización.
Evangelizar la cultura e inculturar el Evangelio: van juntos.
La gran pasión misionera de
Comboni, sin embargo, no fue principalmente fruto de un empeño humano: él
no estuvo impulsado por su valentía o motivado sólo por valores importantes,
como la libertad, la justicia o la paz; su celo nació de la alegría del
Evangelio, acudía al amor de Cristo y llevaba al amor por Cristo.
San Daniel escribió: “Una misión
tan ardua y laboriosa como la nuestra no puede vivir de pátina, de sujetos
con el cuello torcido y llenos de egoísmo y de ellos mismos, que no
cuidan adecuadamente la salud y la conversión de las almas”. Este es el
drama del clericalismo, que todos los cristianos y también los laicos, llevan a
clericalizarse y a transformarse en sujetos “de cuello torcido, llenos de sí
mismos”. Esto es la peste del clericalismo.
Y añadió: “es necesario
encenderles de caridad, que tenga su fuente de Dios, y del amor de Cristo; y
cuando se ama realmente a Cristo, entonces son dulces las privaciones, los
sufrimientos y el martirio” (Escritos, 6656). Su deseo era el de ver
misioneros ardientes, alegres, comprometidos: misioneros –escribió–
“santos y capaces. […] Primero: santos, es decir ajenos al pecado y
humildes. Pero no basta: es necesaria caridad que hace capaces a los sujetos” (Escritos, 6655).
La fuente de la capacidad misionera, para Comboni, es por tanto la caridad, en
particular el celo en el hacer propios los sufrimientos de los otros.
Su pasión evangelizadora, además,
no le llevó nunca a actuar como solista, sino siempre en comunión, en la
Iglesia. “Yo no tengo otra cosa que la vida para consagrar a la salud de esas
almas –escribió– quisiera tener mil para consumarlas con tal fin” (Escritos,
2271).
Hermanos y hermanas, San Daniel
testimonia el amor del buen Pastor, que va a buscar a quien está perdido y
da la vida por el rebaño. Su celo nació enérgico y profético en el oponerse a
la indiferencia y a la exclusión. En las cartas se refería apremiante a su
amada Iglesia, que por demasiado tiempo había olvidado a África.
El sueño de Comboni es una
Iglesia que hace causa común con los crucificados de la historia, para
experimentar con ellos la Resurrección. Yo, en este momento, os hago una
sugerencia. Pensar en los crucificados en la historia de hoy. Hombres, mujeres,
niños, ancianos, todos, que son crucificados por historias de injusticias, de
dominaciones.
Pensemos en ellos y recemos. Su
testimonio parece repetirnos a todos nosotros, hombres y mujeres de
Iglesia: “No olvidéis a los pobres, amadlos, porque en ellos está presente
Jesús crucificado, esperando resucitar”. No olviden a los pobres.
Antes de venir aquí, he tenido una reunión con legisladores brasileños que
trabajan para los pobres y tratan de promover a los pobres, con la asistencia y
la justicia social. Ellos no se olvidan de los pobres, trabajan para los
pobres. A ustedes les digo: no se olviden de los pobres. Porque serán ellos los
que os abrirán la puerta del cielo. Gracias.
Por Papa Francisco
Fuente: ACI Prensa