Recuerdo la misa en la Plaza de la Revolución con los hermanos Castro en primera fila y la multitud que acompañaba la homilía con el grito “¡Libertad, libertad!”
«Fidel Castro me tuvo
hablando con él por 6 horas. Tenía mucha curiosidad sobre Juan Pablo II, e
incluso celoso de su interioridad se comprendía que quería ir más a fondo… Le
dije que era un hombre afortunado, porque el Papa rezaba todos los días por él.
Por una vez se quedó en silencio». Joaquín Navarro-Valls, el portavoz de Juan
Pablo II en ocasión de la histórica visita de Wojtyla a Cuba en 1998 tuvo un
papel que fue mucho más allá del papel oficial de director de la Sala de Prensa
vaticana. Y lo cuenta en esta entrevista que concedió a «La Stampa».
¿Cómo
se llegó a la visita del Papa que había contribuido en la caída del Muro de
Berlín a uno de los últimos baluartes del comunismo?
Durante una decena de
años Juan Pablo II había enviado a sus delegados a Cuba. También fue el
“ministro del Exterior” vaticano, Jean Luis Tauran. El Papa tenía el deseo de
visitar la isla, pero la invitación no llegaba. Finalmente en noviembre de 1996
Castro vino a Roma para una reunión de la FAO y fue recibido en el Vaticano.
Ahí invitó formalmente al Pontífice.
¿Cómo
se preparó el viaje?
Durante todo 1997 se
trabajó en la organización. Tres meses antes de que se diera, en octubre de ese
año, llegué a La Habana y me encontré con Fidel. Fue un encuentro largo, que
duró seis horas y concluyó casi a las tres de la mañana. Castro tenía mucha
curiosidad, quería saber todo sobre Juan Pablo II, qué familia había tenido,
cómo había vivido. Quería saber más sobre el hombre Wojtyla y dejaba ver su
admiración por él. Se percibía que quería ir más a fondo. Le dije: “Señor
presidente, le envidio”. “¿Por qué?” “Porque el Papa reza por usted todos los
días, presa para que un hombre de su formación pueda volver a encontrar la vía
el Señor”. El presidente cubano por una vez se quedó en silencio.
¿Qué
le pidió usted a Castro por cuenta de la Santa Sede?
Le expliqué que, como ya
había sido fijada la fecha de la visita, el 21 de enero de 1998, era
interesante que fuera un gran éxito. “Cuba debe sorprender al mundo”, le dije.
Fidel se declaró de acuerdo. Entonces yo añadí algo sobre las sorpresas que el
Papa se esperaba. Le pedí a Castro que la Navidad, a la vuelta de la esquina,
se celebrara en Cuba como una fiesta oficial por primera vez desde el inicio de
la revolución.
¿Cómo
reaccionó el Líder Máximo?
Dijo que habría sido muy
difícil, la Navidad caía en plena cosecha de la caña de azúcar. Respondí: “Pero
el Santo Padre querría poderle agradecer públicamente este gesto desde su
llegada al aeropuerto de La Habana”. Entonces, después de una larga discusión,
Castro acabó diciendo que sí. Aunque añadió: “Pero podría ser solo por este
año”. Le limité a decir: “Muy bien, el Papa le estará muy agradecido. Y en
cuanto al año próximo, ya se verá”. Como se sabe la fiesta de Navidad siguió
siendo desde entonces fiesta civil.
¿Qué
pensaba Papa Wojtyla sobre Castro?
Durante el vuelo hacia
La Habana, un periodista le preguntó al Papa qué le habría aconsejado al
presidente de Estados Unidos sobre la posición que debía mantener con Cuba: “To
change!”. Su consejo era cambiar. Después le preguntaron qué se esperaba del presidente
de Cuba. Juan Pablo II respondió: “Espero que me explique su verdad, como
hombre, como dirigente y como comandante”. Yo no estaba en el avión, ya estaba
en La Habana. Recibí el texto de aquella respuesta y se la enseñé a Castro
mientras esperábamos que aterrizara el Papa. Así, ya había un orden del día
escrito para su encuentro. El encuentro cara a cara duró mucho y al salir ambos
estaban serenos y sonrientes.
Recuerdo la misa en la Plaza de la Revolución con
los hermanos Castro en primera fila y la multitud que acompañaba la homilía con
el grito “¡Libertad, libertad!”. Y recuerdo las palabras con las que Fidel se
despidió de Juan Pablo II en el aeropuerto antes de volver a Roma: “Le
agradezco por todas las palabras que dijo, hasta por las que habrían podido no
gustarme”. Tenía esta elegancia humana, mientras Wojtyla sonreía: con esa
visita inauguró un tiempo de lentas pero reales aperturas.
Este artículo fue
publicado en la edición de ayer del periódico «La Stampa».
Fuente: Vatican Insider