Ir de
"coleguita" y otros errores
Una y otra vez me pregunto, a veces con
agobio: ¿cómo educar hijos obedientes? Después de 11 años
intentándolo, tengo la sensación de que no lo he conseguido… Pero he aprendido
algo: lo que no funciona.
Antes que nada diferenciemos entre
hijos obedientes e hijos que obedecen. Me explico: si gritas y amenazas para
que una orden se cumpla es probable que el niño haga lo que le ordenas… ese día
(y seguramente también el siguiente si elevas un poco más el tono). ¿Pero a la
larga?
Es verdad que la repetición de actos
logra hábitos -¿si tus hijos obedecen, se convertirán en obedientes?-, y que
hay circunstancias en las que la necesidad de que una orden se cumpla sí o sí
requiere métodos coercitivos, pero si no consigues despertar sus fuerzas
propias, llega un momento en que la presión exterior ya no resulta
suficiente.
Estas son las actitudes que no ayudan:
- Dar órdenes que no te las crees ni tú. “Venga, obedece, si no te gusta la verdura haz un esfuerzo, y luego dejas todo recogido, haces los deberes y vigilas que tu hermana pequeña juegue tranquila hasta que yo acabe de trabajar, ¿vale?”. Hay padres con más moral que el Alcoyano… Lo que le pides al niño debe ser realista: estar adaptado a su edad (infórmate antes sobre lo que, a rasgos generales, puedes esperar según los años que tengan), circunstancias y personalidad. A veces les mando a mis hijos realizar ideales imposibles que me gustaría que se hicieran realidad, y hasta en el tono les transmito que sería casi un milagro que me obedecieran. Conoce y respeta también tus propios límites. Y tampoco te vayas al otro extremo de bajar demasiado el nivel de exigencia, porque lo sabrán aprovechar.
- Ir de “coleguita”. Asume que eres el malo o el aburrido, al menos algunas veces. De verdad que ser “superamigo” de los niños que tienes a tu cargo no te ayudará a lograr la constancia y la disciplina que necesitan para sentirse seguros y queridos. Aplicar las normas es ingrato, prepárate para rabietas y reproches.
- Ceder sin marcar límites. Aclarar tu autoridad en cosas pequeñas ayuda a los niños a respetarla en otras más importantes. Y viceversa. Claro que hay espacio para un estira y afloja -a mí me encanta dejarles libertad con respuestas ambiguas a peticiones que las admitan- pero hay momentos en que sí debe ser sí y no debe ser no. “Mamá, ¿puedo subirme ahí?”. Si “ahí” está a dos metros de altura, le diré “mejor que no”, pero si está a 6 metros será rotundamente no.
- Improvisar. Cuando no tenemos tiempo de planificar bien lo que vamos a hacer con los niños, lo que queremos lograr y cómo llegar hasta ello, es bastante probable que las cosas salgan mal y que los niños aprovechen el caos para instaurar la anarquía. Y como es difícil tener tiempo, ganas y creatividad para planificar todos los momentos que compartimos con nuestros hijos, resulta muy útil la rutina. Si todos sabemos que después de cenar es la hora de lavarse los dientes y rezar, tenemos gran parte del terreno ganada. Las costumbres son grandes aliadas.
- Darles la batuta a los niños. Si alguien no tiene claro que tú vas por delante, que tú diriges, la has fastidiado pero bien. Es sorprendente hasta dónde puede llegar el instinto de poder, de dominar, de los pequeños. Aunque te vean en los límites de tus fuerzas, no tienen piedad. ¡Son niños! Vale que ellos decidan la merienda que tomarán el día de su cumpleaños o el parque al que les vas a acompañar a jugar una tarde, pero que elijan siempre el menú y el plan del fin de semana, se acuesten a la hora que les parezca y determinen las horas que van a pasar frente a la pantalla, por ejemplo, no les ayuda ni a ellos ni a ti. La autoridad está pasando así de las manos de una persona adulta responsable que ama a sus hijos a las de un pequeño por educar. La responsabilidad y el error son nuestros.
- Exigir un día una cosa y al día siguiente dejarla pasar. La constancia resulta muy exigente y costosa, pero las órdenes y normas deben ser coherentes y lógicas para ser eficaces. Por respeto al niño y a su libertad, hay que intentar por todos los medios sobreponerse a los propios estados de ánimo y circunstancias para cumplir los compromisos y mantener en el tiempo, y entre el padre y la madre, lo que le pides al niño que obedezca.
- Quedarte igual cuando desobedecen o incumplen una norma: Seguramente si el niño no se pone la camisa que le dejaste preparada la noche anterior y escoge otra del armario no se acabe el mundo. Pero si habéis quedado en que se vestirá con lo que encuentre sobre su cama por la mañana, reforzará tu autoridad asociar al cumplimiento de ese acuerdo consecuencias (lógicas) que se apliquen cuando cumple o transgrede. Vaya, los tradicionales premios y castigos, proporcionales, razonables y oportunos. Y cuanto más originales y personalizados, mejor.
- Perder los estribos. En el otro extremo, si explotas inesperadamente porque el niño no obedece, a la larga resulta contraproducente. Los niños pueden asustarse, perder la confianza en ti, acostumbrarse a tu ira, sentir que te han vencido,… Aunque, ¿quién no explota en determinadas circunstancias? Si alguien puede aportar ideas para guardar la calma cuando has repetido diez veces “lávate los dientes”, le agradeceré enormemente (y mi familia a lo mejor todavía más) que las comparta.
- Enrollarse. Los largos discursos y razonamientos, por bien argumentados que estén, no suelen servir demasiado para que te obedezcan, y menos en momentos de tensión. Son más eficaces los actos y tu implicación personal: tu lucha personal por conquistar aquello que le estás pidiendo al niño. Por ejemplo, más eficaz que un sermón sobre la importancia del orden es luchar por intentar ser ordenado tú, lo cual te hará más comprensivo en tus exigencias y le ofrecerá a tu hijo un ejemplo a seguir, que tiene más poder que cualquier palabra.
- Querer ir al grano y rápido. Si estás demasiado ocupado y pasas muy poco tiempo con los niños,
difícilmente lograrás despertar su obediencia sana. Es necesario estar
presente. El hijo tiene que percibir que eres importante para él, que le
conoces y le quieres, y eso requiere tiempo, una atención positiva,
aliento, compartir juegos y actividades, y mucha paciencia.
Fuente:
Aleteia