Es el equivalente
espiritual al dolor físico: nos dice cuando algo no está bien
Mientras crecía miraba mucho la serie Comedy Central, y aprendí dos lecciones:
1) no debes ser particularmente divertido
para llegar a la televisión, y
2) una cantidad impresionante de cómicos
está constituida por católicos no practicantes. Y una cantidad impresionante de
esos católicos bromea con su propio “sentimiento de culpa católico”. Uno de los
objetivos preferidos es la regla del “nada de carne el viernes”, con bromas del
estilo “no rezo y ya no respeto ningún mandamiento, pero sigo aterrorizado por
el hecho de comerme un hot dog el fin de semana”.
Este
sentimiento de culpa es representado como una piedra de molino alrededor del
cuello de personas más bien tranquilas, una cadena amarrada a los tobillos del
fiel por siniestros clérigos propensos al control absoluto de la vida de las
personas.
Con
todo el respeto por los que cuentan ese tipo de chistes, digo que no es así. El sentimiento de culpa no es un castigo,
sino un don de Dios.
Lejos de ser un obstáculo psicológico
impuesto por parientes y clérigos prepotentes, es la campana de alarma que suena en la conciencia y que nos dice
cuándo hemos violado la ley natural y hemos perdido la sincronía con el orden
divino de las cosas.
Para usar una analogía médica, el
sentimiento de culpa es el equivalente espiritual al dolor físico: nos dice cuando algo no está
bien. Si algo nos hace daño, el dolor nos hace entender que es necesario
prestar atención sobre cierta zona de nuestro cuerpo.
Al
mismo tiempo, el sentimiento de culpa nos informa que debemos concentrarnos en
una zona particular del alma: nuestra fe, nuestra esperanza o nuestra caridad
pueden haberse debilitado.
Podemos
haber dicho una palabra poco amable o haber cometido un acto imprudente, y ese
sentimiento de ahogo es la sensación de la herida que hemos infringido en
nuestra alma. Y es algo que deberíamos querer saber.
El
sentimiento de culpa no es un instrumento infalible. La persona escrupulosa es muy sensible en relación al
sentimiento de culpa, y creo que es a estas personas a quienes se refieren los
cómicos cuando hablan del “sentimiento de culpa católico”. Las personas
escrupulosas, sin embargo, son la excepción, no la regla.
Podríamos
decir que son una especie de hipocondríacas espirituales, constantemente
preocupadas por cualquier pequeño dolor, seguras de que en la mejor de las hipótesis
se trate de un signo de una enfermedad debilitadora y angustiosa que se posa
sobre ellas.
Las
personas escrupulosas no nos ofrecen una imagen del sentimiento de culpa mejor
que la que los hipocondríacos ofrecen de la medicina.
En
el otro extremo existen personas cuya conciencia
ha quedado tan anestesiada en relación al sentimiento de culpa que no
consideran de hecho las consecuencias espirituales de sus acciones.
Caen
cada vez más en el comportamiento pecaminoso, desde las pequeñas cosas hasta
las más importantes, sin notar las heridas y las contusiones que están
acumulando y que podrían conducir a una infección mortal. Su sentimiento de
culpa atrofiado ya no es capaz de advertir el mal que se provocan a sí mismas.
Estas
aberraciones han enlodado la reputación del sentimiento de culpa y ya tienen
demasiados daños. Más que rechazar nuestro sentimiento de culpa a causa de los
excesos de algunos, debemos formar bien nuestra conciencia y abrazar el
sentimiento de culpa como el don de la autoconciencia que es en realidad.
Prestar
atención a los acontecimientos de nuestro sentimiento de culpa hace la
diferencia para la salud de nuestra alma, y no es una broma.
Fuente: Aleteia