Si Dios me ha mirado y ha
tomado mi corazón, yo quiero ofrecerle todo lo que tengo
Hace
un tiempo encontré una oración bellísima revelada al padre Dolindo Ruotolo
(actualmente en proceso de beatificación) que hablaba sobre el abandono. En
ella Jesús nos muestra un camino para aprender a aferrarnos a Él durante los
episodios difíciles de nuestra vida.
Qué
difícil es entender esto del abandono… Había leído una y otra vez la oración y
no fue hasta que me tocó pasar por un momento doloroso que acudí a ella para
entender con el corazón lo que Cristo me pedía en ella. Qué doloroso no
encontrar salida a nuestros problemas, qué manera de vivir a medias, casi
ahogados sin poder levantar cabeza. Cuánto dolor y cuánta fe nos pide Dios
en esos momentos que no tenemos nada que ofrecer…
Él
mismo dice que abandonarse es un acto divino. ¿Entonces, si es un acto divino,
por qué me lo pide a mí, si sabe que soy humana? ¿Me está pidiendo que yo, de
carne y hueso, haga un milagro?
No,
no me pide eso, me pide una actitud que raya en lo sobrenatural, quiere que, de
una manera real, vaya a su encuentro, quiere que me levante y lo busque,
me está llamando en mi dolor a caminar de su mano, no con la idea imaginaria de
caminar con Cristo, sino de verdaderamente atar mis oraciones a su presencia
real. Y así, me encontré con El…
Una
y otra vez Jesús me pide que le diga “Ocúpate tú de ello” y que inmediatamente
aparte mis pensamientos de lo que me hiere, de los incesantes e inútiles
diálogos que elaboro en mi cabeza, del resentimiento. Quiere que no me
detenga a pensar en mi dolor, sino que me eleve a otros pensamientos, a
cualquier distracción.
Una
vez más le digo, “Ocúpate de ello” e inmediatamente viene Él y toma lo que
tengo y me lleva a posar mi mente en otra cosa, lo que me da descanso un
descanso que necesito porque el veneno de lo contrario, se multiplica. Una y otra
vez, “Ocúpate tú de ello” y ahí esta Jesús que viene a rescatarme…
Solo
me pide que me abandone, que repita sin cesar esta frase, y promete que en la
medida en que lo deje a cargo de mis problemas, en la misma proporción obrará
en mi vida y rápidamente podré ver los milagros -si fueran necesarios- en
cualquier situación por más espinosa que parezca. Cuánto tiene para darme y qué
poco quiero ofrecerle.
Me
detengo a pensar en el milagro de las Bodas de Caná (Juan 2, 1-12), cuando
María les pide a los sirvientes que llenen las vasijas de agua, ellos las
llenan hasta el borde, entonces Jesús convierte el agua en el mejor vino. Los
sirvientes podían haberlas llenado hasta la mitad o un poco antes de que
estuvieran completamente llenas, pero la Biblia dice que ellos las llenan a
rebosar.
Cuando
Dios mismo me pide que vacíe mi mente de mi preocupación, se la entregue a Él y
que le dé espacio para obrar y hacer milagros en mi vida, ¿cómo puede ser
posible que le sugiera cómo obrar y limitarle el espacio que tiene para hacer
algo? Si Dios me ha mirado y ha tomado mi corazón, yo quiero ofrecerle
todo lo que tengo.
Y
si me pide que levante mi cruz y camine con Él, probablemente le diga que no
puedo con mi cruz, pero que entonces me ayude a levantarla y si me promete estar
conmigo, allí estaré yo, porque estoy con Él. ¡Es que no solo me pide que
levante mi cruz y lo siga, sino que me dice: “yo te llevare en mis brazos,
hasta la otra orilla”, con cruz y todo!
Una
vez más te digo, mi dulce Jesús: “Ocúpate tú de ello, ocúpate de mi alma y de
mi poca fe, ocúpate de mi cruz y enséñame a levantarla con alegría, porque mi
alegría eres tú, porque mi fortaleza eres tú y porque cuando estoy sumergido en
el dolor, levantándome con la confianza de tenerte, te lo entrego todo y al
entregártelo todo, ¡lo recibo todo!”.
LORENA MOSCOSO
Fuente:
Aleteia