“Ser cristiano es llevar
en el alma una sed insaciable de superación”
Hace
unas semanas la Santa Sede confirmó que el próximo
8 de septiembre el papa Francisco beatificará al obispo de Arauca, Jesús Emilio
Jaramillo Monsalve y al sacerdote Pedro María Ramírez Ramos. La
ceremonia se realizará en Villavicencio, ciudad que tiene como tema pastoral la
reconciliación con Dios, entre los hombres y con la naturaleza.
El
testimonio de Jesús Emilio se ha convertido también en un aliciente para creer
que la paz es posible. Este pastor que fue martirizado a causa de su fe ha
dejado el legado de un ministerio lleno de misericordia y esperanza a pesar de
la situación social tan compleja que le tocó vivir hasta el punto de quitarle
la vida misma.
“La
pastoral llega a la cumbre cuando da la vida por los caminos (…) Aquí resuena
la voz del más allá la voz del inmolado cobardemente, la voz del que se no
defendió, la voz del campesino inmenso, su sepulcro es un grito, ese grito condena
la violencia y por esa voz debe llegarnos como un atisbo divino la santa paz”,
se lee en sus escritos.
Un óleo que amasó los
trigos de Dios
Jesús
Emilio Jaramillo nació el 16 de febrero de 1916 en Santo Domingo
(Antioquia). Hijo de don Alberto Jaramillo, quien era artesano, y doña
Cecilia Monsalve, ama de casa, y hermano mayor de María Rosa. En su familia
sencilla Jesús Emilio encontró en el testimonio de sus padres un aliciente en
su vida de fe pues desde pequeño veía en ellos la bondad a pesar de las
dificultades.
Fue
una satisfacción inmensa para los padres del Siervo de Dios conseguir los
recursos para enviar a sus hijos a la escuela del pueblo y fue mayor aún cuando
el hijo decidió ir al seminario, cumplidos ya los 12 años, en 1928.
Al
año siguiente, Jesús Emilio ingresó al Seminario de Misiones Extranjeras
de Yarumal donde se distinguió por su dedicación al estudio y a la
espiritualidad y por su responsabilidad en los deberes.
Su
mejor descanso, se dice, fue sin duda la oración y la lectura. “Siempre estaba
una oración en su boca, una alabanza en su alma, un rosario en su mano y un
libro ante sus ojos, del cual hacía destilar lo mejor cada vez que enseñaba”.
Fue
ordenado sacerdote el 1 de septiembre de 1940 y su primera Misa la
celebró el 8 de septiembre en su pueblo natal acompañado de sus
padres y paisanos. Todos compartían la alegría de su ministerio y él
experimentaba con mucha fuerza la gracia de su llamado misionero.
El
19 de ese mismo mes escribía a quien había sido el rector: “Creo que ahora
es más capaz mi espíritu de apreciar la grandeza de mi vocación misionera, me
siento tan Cristo; siento en mis entrañas cómo nace en ellas el amor enorme por
mis ovejas. Por fin mi óleo amasará los trigos de Dios”.
Durante
su sacerdocio prestó varios servicios. Se doctoró en Teología en la Universidad
Javeriana de Bogotá. Y al interior de su Instituto fue formador del Seminario,
maestro, apoyó en el Gobierno y llegó a ocupar el cargo de Superior General.
Lideró programas educativos como la fundación del Colegio Ferrini, de
catequesis y de salud.
El
11 de noviembre de 1970 Jaramillo fue nombrado como Vicario Apostólico de
Arauca y fue consagrado Obispo el 10 de enero de 1971.
“Mirad que llega el Señor”
Fue
el lema de su escudo episcopal que resumió su estilo de vida y manera de
pastorear a su grey. El día de su consagración episcopal compartió con los
asistentes: “Sé que el Episcopado es un llamamiento divino, el último quizás,
impetuoso e irresistible, a mí conversión, la cual transformará, como lo
espero, hasta los yacimientos de mi inconsciente, para crear el hombre de Dios
que he suspirada ser, sin alcanzarlo, desde el estreno de mi mocedad ya lejana…
En el báculo veo un retoño de la cruz y un signo escatológico para caminar
delante de los fieles hasta golpear con su extremidad las puertas del corazón
de Dios, cuando la noche definitiva cierre los caminos del peregrinar…
Concédeme, Señor, el don inmerecido de no defraudar las esperanzas de tantos
que confían en la poquedad de mis fuerzas, las cuales, como lo espero, pueden
volverse irresistibles como la honda de David sostenido por la potencia
avasalladora de tu Gracia”.
Fuera
del empuje misionero que le dio a su Diócesis supo encontrar nuevos métodos de
evangelización que permitieron cubrir necesidades de asistencia.
Entregado
a su rebaño no podía dejar de lado la situación social que se vivía en Arauca.
El contexto social de la época estaba marcado por enfrentamientos entre el grupo
guerrillero Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Gobierno.
Jaramillo
asumió los riesgos que implicaban denunciar los crímenes injustos y el defender
la vida y la dignidad de las personas que en sus fieles veía perseguida. Y así
durante 18 años lo enfrentó todo con valor, con dignidad, cercano siempre a su
rebaño y también a sus enemigos, que se declararon tales por las denuncias que
realizaba.
Sin miedo al esplendor de
la verdad
La
estabilidad del ELN se veía amenazada por quien amó la verdad y fue ese el
motivo que llevó a los guerrilleros a asesinarlo a tiros el 2 de octubre de
1989 en la vereda Santa Isabel de Panamá, Municipio de Arauquita, departamento
de Arauca.
Monseñor
Jesús Emilio Jaramillo fue profeta y mártir de la paz, aspectos que todos
los días de su vida recordó y volcó en hechos concretos, tal cual rezó durante
su episcopado:
“En
mi vida personal, Cristo ha sido mi única opción. Él ha sido mi única actitud.
Mis grandes decisiones se han tomado por Él. En este ocaso vital, Él es
mi esperanza. Lo fundamental en mi vida es Cristo, lo otro es accidental:
trabajar aquí o allá, con estas o con aquellas personas, en este puesto de
categoría inferior o superior según el criterio humano. Lo importante, lo
definitivo, lo absorbente es Él. He aprendido por mi intensa experiencia
interior que ser cristiano no es un estado que se realiza en un instante, es
una tensión de toda la vida. Nunca se estará satisfecho de ser lo que se es.
Ser cristiano es llevar en el alma una sed insaciable de superación. Sólo seré
el cristiano que ambiciono cuando termine mi peregrinaje y cuando pueda ver a
mi Dios y a su Hijo ‘como son’. Entonces yo quedaré radicado por
eternidades”.
Mónica Ibáñez Sarco
Aleteia Colombia