Una
de las primeras responsabilidades del padre es transmitir el mayor tesoro que
él mismo recibió un día: la filiación divina
En
uno de sus momentos de mayor aflicción, Jesús rezó a Dios y lo llamó Abbá.
Así, nuestro Señor nos reveló una intimidad profunda entre Él y el Padre que
está en el cielo. Esa relación de Jesús con su Padre ciertamente nos revela
algo sobre cómo los papás humanos están llamados a relacionarse con sus hijos,
buscando hacer de sus familias un reflejo de la Santísima Trinidad.
Un
papá responsable quiere siempre lo mejor para sus hijos. En ese sentido, una de
las primeras responsabilidades que tiene el papá es la de transmitir el mayor
tesoro que él mismo recibió un día: la filiación divina. Y recibió esa
filiación de modo concreto en el Bautismo.
El
catecismo nos enseña que los papás cristianos necesitan reconocer que la
práctica de bautizar a los hijos aún bebés corresponde “a su función de alimentar
la vida que Dios” les confió. No hacer eso, por el motivo que sea, es
privar al niño de la gracia inestimable de volverse Hijo de Dios.
Podemos
incluso decir que todas las demás responsabilidades paternas derivan de
esa y pueden ser vistas como una continuación de la misma. Así,
podemos resumir la misión paterna en una íntima colaboración con Dios para
que el fruto de esa unión matrimonial llegue a ser una persona plena,
santa, un verdadero hijo de Dios, como Cristo. Esa filiación empieza en el
Bautismo, pero necesita ser cuidada y enriquecida durante toda la vida.
Y
el papá hace eso en todos los momentos de su vida. Primero con el propio testimonio de
una vida cristiana, amando de verdad a la esposa y a los
hijos, valorando lo que de verdad importa en la vida y no
dejándose llevar por las superficialidades que el mundo propone como
importantes. Siendo solícito hacia todos, participando
activamente en la vida de la iglesia local, como un discípulo de Jesús.
Con
ese testimonio en primera persona, los hijos serán naturalmente llevados a
poner su relación con Dios al centro de sus vidas y podrán, llegando a la
madurez, optar libremente por la vida cristiana.
Además
del testimonio personal, los papás necesitan preocuparse con la
educación de los hijos en la fe, para que puedan, poco a poco, acercarse al
misterio de Dios con más consciencia.
Por
eso es importante velar para que los hijos crezcan en un ambiente que
favorezca ese contacto con el Señor en casa, en la iglesia, en la
escuela, con los amigos, etc. Todo eso sin olvidarse de la única misión de
hacer que el hijo se vaya volviendo cada vez más como el Hijo único,
Jesucristo.
Claramente
no podemos tocar aquí todos los aspectos de lo que implica en la vida de una
persona la paternidad. En el fondo necesitamos siempre tener presente que la
paternidad es una misión que va más allá de las fuerzas de cualquier persona si
la entendemos como esa misión cristiana.
Y
por eso es necesario contar con esa paternidad primera, la
Paternidad de Dios, que ama a los padres e hijos de tal forma que los ayuda con
su gracia para que puedan llegar a vivir un día la plenitud de esa filiación en
el Cielo. Finalmente, todos somos padres, hijos, madres, hermanas, y antes que
nada, hijos queridos de Dios.
Por João Antônio, a través de A12.com
Fuente: Aleteia