Francisco ha hecho un discurso intenso y franco
dirigido a los obispos colombianos, un clero dividido como sus ciudadanos sobre
el camino de la reconciliación
El papa Francisco habló con los obispos
colombianos con franqueza y como un padre que exige más de sus hijos mayores
para guiar a los más pequeños y poner atención a las fragilidades que hacen
caer en la división y el egoísmo.
“Colombia tiene necesidad de su mirada
propia de obispos, para sostenerla en el coraje del primer paso hacia la paz
definitiva”, dijo el
Pontífice este jueves 7 de septiembre en su encuentro con los 130 obispos
colombianos en el Palacio Cardenalicio de Bogotá, en su tercer discurso en el
segundo día de su viaje apostólico a Colombia.
El 266
Sucesor de Pedro exigió a los obispos de trabajar más por “la
reconciliación” del país. De caminar delante del pueblo
colombiano “hacia la abdicación de la violencia como método”. Instó a un
esfuerzo para “la superación de las
desigualdades que son la raíz de tantos sufrimientos”.
Les pidió
renunciar de tocar la carne del cuerpo
de Cristo y anunciar de evitar el “camino fácil pero sin salida de la corrupción”.
Así de continuar, “la paciente y perseverante consolidación
de la «res publica» que requiere la
superación de la miseria y de la desigualdad”.
“Se trata de
una tarea ardua pero irrenunciable […]. Desde lo alto de Dios, que es la cruz
de su Hijo, obtendrán la fuerza; con la lucecita humilde de los ojos del
Resucitado recorrerán el camino”.
Insistió
porque los obispos no tengan miedo para impulsar la paz. “Todos sabemos que la
paz exige de los hombres un coraje moral diverso. La guerra sigue lo que hay de
más bajo en nuestro corazón, la paz nos impulsa a ser más grandes que nosotros
mismos”.
El clero en
Colombia no ha mantenido una posición uniforme en temas como los acuerdos del
gobierno con las Farc. La visita apostólica, en cambio, parecería un lazo para
la unidad completa de la Iglesia institucional.
Por ello,
Francisco citó a Gabriel García Márquez, el Nobel colombiano de 1982. “En
seguida, el escritor añadía: ‘No entendía que hubiera necesitado tantas
palabras para explicar lo que se sentía en la guerra, si con una sola bastaba:
miedo» (ibíd., cap. 15)’”.
Instó a los
obispos a dejar “ese miedo, raíz envenenada, fruto amargo y
herencia nefasta de cada contienda”. Les recordó que no “han recibido un
espíritu de esclavos para recaer en el temor”.
“El mismo
Espíritu atestigua que son hijos destinados a la libertad de la gloria a ellos
reservada (cf. Rm 8, 15-16)”,
añadió.
“Colombia-
prosiguió- tiene necesidad de ustedes para reconocerse en su verdadero
rostro cargado de esperanza a pesar de sus imperfecciones”.
Obispos que
ayuden a los colombianos para “perdonarse recíprocamente no obstante las
heridas no del todo cicatrizadas, para creer que se puede hacer otro camino aun
cuando la inercia empuja a repetir los mismos errores, para tener el coraje de
superar cuanto la puede volver miserable a pesar de sus tesoros”.
Asimismo, les
animó a “no cansarse de hacer de sus Iglesias un vientre de luz, capaz de
generar, aun sufriendo pobreza, las nuevas creaturas que esta tierra necesita”.
Pidió a los
obispos de estar cerca a la gente y observarla con humildad.
“Hospédense en la humildad de su gente para
darse cuenta de sus secretos recursos humanos y de fe, escuchen cuánto su
despojada humanidad brama por la dignidad que solamente el Resucitado puede
conferir. No tengan miedo de migrar de sus aparentes certezas en búsqueda de la
verdadera gloria de Dios, que es el hombre viviente”.
Por otro
lado, el Papa manifestó a los obispos su aprecio por los esfuerzos que se
hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y
encontrar caminos de reconciliación.
De hecho, el
Episcopado colombiano ha realizado un papel central en los varios negociados
entre las partes involucradas del conflicto. Esfuerzos que no terminan o
inician solo con los acuerdos de la Habana entre el gobierno y las FARC y la
firma del acuerdo en Cartagena el 23 de junio de 2016.
Se trata de
un proceso de más de 35 años, comenzando por las mediaciones en la pacificación
de país desde las guerras partidistas y que desembocaron en la tragedia del bogotazo.
Entretanto,
la Iglesia ha sido protagonista en las negociaciones con las Autodefensas Unidas de Colombia (Grupos
paramilitares), quienes firmaron un acuerdo en 2006.
La Iglesia
colombiana también debe hacer cuentas con otros fenómenos de la sociedad colombiana: aborto,
teoría de génder, matrimonio homosexual. Además de la secularización de la
sociedad y de la globalización que amenaza la vida.
En este
sentido, el Pontífice ha pedido una Iglesia
en misión que camina por lugares y situaciones accidentadas.
El Pontífice
recordó a las familias colombianas, “en la defensa de la vida desde el vientre
materno hasta su natural conclusión, en la plaga de la violencia y del
alcoholismo, no raramente extendida en los hogares, en la fragilidad del
vínculo matrimonial”.
El pastor que
pregunta a los papás en el confesionario si juegan con sus hijos invitó a los
obispos para ayudar a las familias en contrastar la “ausencia de los padres de
familia con sus trágicas consecuencias de inseguridad y orfandad”.
Luego fijó su
atención en los jóvenes. “Pienso
en tantos jóvenes amenazados por el vacío del alma y arrastrados en la fuga de
la droga, en el estilo de vida fácil, en la tentación subversiva”.
Sucesivamente,
reflexionó sobre los “numerosos y generosos
sacerdotes y en el desafío de sostenerlos en la fiel y cotidiana elección por
Cristo y por la Iglesia.
Pero látigo
con sus palabras a algunos otros sacerdotes que “continúan propagando la
cómoda neutralidad de aquellos que nada eligen para quedarse con la soledad de
sí mismos”.
El Papa
también habló de los laicos “esparcidos en todas las Iglesias particulares,
resistiendo fatigosamente para dejarse congregar por Dios que es comunión, aun
cuando no pocos proclaman el nuevo dogma del egoísmo y de la muerte de toda
solidaridad”.
Aseguró que a
Colombia no trae “recetas”, “ni intento dejarles una lista de tareas”.
Francisco
volvió a pedir a los obispos serenidad y eviten de caer en la cizaña. “Bien saben que en la noche el maligno continúa
sembrando cizaña, pero tengan la paciencia del Señor del campo, confiándose
en la buena calidad de sus granos”.
“Cuando el
amor es reducido el corazón se vuelve impaciente, turbado por la ansiedad de
hacer cosas, devorado por el miedo de haber fracasado”, destacó.
“Crean –
continuó – sobre todo en la humildad de la semilla de Dios. Fíense de la
potencia escondida de su levadura. Orienten el corazón sobre la preciosa
fascinación que atrae y hace vender todo con tal de poseer ese divino tesoro”.
De
hecho, aseguro: ¿qué otra cosa más fuerte pueden ofrecer a la familia
colombiana que la fuerza humilde del Evangelio del amor generoso que une al
hombre y a la mujer, haciéndolos imagen de la unión de Cristo con su Iglesia,
transmisores y guardianes de la vida?”
“Las familias
tienen necesidad de saber que en Cristo pueden volverse árbol frondoso capaz de
ofrecer sombra, dar fruto en todas las estaciones del año, anidar la vida en
sus ramas”.
Francisco se
refirió a esas iglesias que ofrecen cosas fuera del evangelio y de la catolicidad.
“Son tantos hoy los que homenajean árboles sin sombra, infecundos, ramas
privadas de nidos. Que para ustedes el punto de partida sea el testimonio
alegre de que la felicidad está en otro lugar”.
Francisco
pidió a los obispos de vigilar “sobre las raíces espirituales de sus
sacerdotes”. Condúzcanlos continuamente a aquella Cesarea
de Filipo donde, desde los orígenes del Jordán de
cada uno, puedan sentir de nuevo la pregunta de Jesús: ¿Quién soy yo para ti?”.
En tal caso, reflexionó sobre la formación de
los sacerdotes y de no descuidar “la
vida de los consagrados y consagradas”.
La Amazonia
Francisco no se olvido de la Casa Común y
de la Amazonia, tan extensa en Colombia que señaló por su “maravillosa
biodiversidad de este país”.
“La Amazonia es para todos nosotros una
prueba decisiva para verificar si nuestra sociedad, casi siempre reducida al
materialismo y pragmatismo, está en grado de custodiar lo que ha recibido
gratuitamente, no para desvalijarlo, sino para hacerlo fecundo”.
Al respecto,
motivó a los obispos para que
piensen en la “sabiduría de los pueblos
indígenas amazónicos” y – continuó: “Me pregunto si somos aún capaces
de aprender de ellos la sacralidad de la vida, el respeto por la naturaleza, la
conciencia de que no solamente la razón instrumental es suficiente para colmar
la vida del hombre y responder a sus más inquietantes interrogantes”.
Por esto, les
invitó a “no abandonar a sí misma la Iglesia en Amazonia”.
“La consolidación de un rostro amazónico
para la Iglesia que peregrina aquí es un desafío de todos ustedes, que depende
del creciente y consciente apoyo misionero de todas las diócesis colombianas y
de su entero clero”.
“He escuchado
que en algunas lenguas nativas amazónicas para referirse a la palabra «amigo»
se usa la expresión «mi otro brazo». Sean por lo tanto el otro brazo de la
Amazonia. Colombia no la puede amputar sin ser mutilada en su rostro y en su
alma”.
Por último,
invitó a los obispos dirigirse “a Nuestra
Señora del Rosario de Chiquinquirá”, cuya “imagen han
tenido la delicadeza de traer de su Santuario a la magnífica Catedral de esta
ciudad para que también yo la pudiera contemplar”.
Así dijo a
los obispos que así como se realizó el milagro de la renovación del lienzo, que
los obispos trabajen al lado de María para renovar el país y caminar con la
Iglesia en su “benévola compañía”.
El obispo de
Roma después de mediodía se dirigió a la Nunciatura Apostólica para el almuerzo
y encontrar a los 22 obispos de las Conferencias Episcopales de América Latina
y el Caribe.
Fuente:
Aleteia