Dos
sacerdotes que hace 16 años vivieron la tragedia ocurrida tras el ataque
terrorista de Al Qaeda contra el World Trade Center de Nueva York (Estados
Unidos), decidieron relatar la difícil situación que les tocó vivir
El
11 de septiembre de 2001 dos aviones destruyeron las Torres Gemelas de Nueva
York y hubo un total de 3.016 muertos y más de 6.000 heridos.
En
declaraciones a CNA –agencia en inglés del Grupo ACI –el P. Kevin Madigan contó
que en el año 2001 trabajaba como párroco de la iglesia de San Pedro, y
que las Torres Gemelas estaban aproximadamente a una cuadra de distancia.
La
parroquia recibía todos los días a muchos feligreses, pero luego del atentado
“la comunidad ya no estaba allí porque fue como perder una aldea de 40 mil
personas que están al lado”.
El
11 de septiembre, el P. Madigan estaba en la calle cuando escuchó el choque del
primer avión contra las torres. Recordó haberse dirigido al lugar y llevó
consigo “los aceites para ungirlos a los moribundos.
El
presbítero dijo que “no sabía qué estaba sucediendo” y se dio cuenta de que en
la zona “muchas personas habían logrado salir con vida o estaban muertas”.
Tras
la segunda explosión sintió que una rueda de avión pasó sobre su cabeza.
Decidió regresar a la parroquia para evacuar a la gente y luego salir a calle.
Entonces, vio que las torres se derrumbaban y se refugió en una estación de
metro.
Después,
el P. Madigan fue al hospital para hacerse un chequeo médico y, cuando regresó
a la parroquia de San Pedro, vio que los bomberos habían depositado 30
cadáveres que lograron recuperar de entre los escombros.
Uno
de ellos era el P. Mychal Judge, el capellán del Departamento de Bomberos de
Nueva York.
El
P. Christopher Keenan, un sacerdote franciscano, contó a CNA que el P. Judge
era su amigo y que los frailes eran vecinos de la estación de bomberos.
Recordó
que el 11 de septiembre vio el atentado terrorista en la televisión y decidió
ayudar en el hospital de San Vicente, el centro de salud más cercano de la zona
del desastre. Allí se encargó de llamar a los familiares de los heridos que
recibieron atención médica.
Al
terminar su labor fue a la estación de bomberos para visitar al P. Judge,
porque no tenía noticias suyas. Cuando llegó le “dijeron que su cadáver estaba
en la parte trasera de la estación”. Ese día el P. Keenan rezó ante el cuerpo
de su amigo.
El
presbítero expresó que “el cuerpo de Mychal fue uno de los pocos que estaba
intacto, reconocible y visible” ya que el resto de los cadáveres estaban
“vaporizados, pulverizados y quemados”.
El
P. Keenan dijo a CNA que antes del atentado, su amigo presentía que iba a morir
y que incluso le dijo: “Sabes, Chrissy, el Señor vendrá por mí”.
Contó
que ese día el P. Judge se encontraba en el vestíbulo de una de las Torres
Gemelas junto con un escuadrón de bomberos y dos franceses que estaban grabando
un documental.
Cuando
uno de los edificios se derrumbó, los escombros cayeron sobre el P. Judge y
este murió casi instantáneamente. Su cuerpo fue recuperado y depositado en la
iglesia de San Pedro. Este sacerdote fue reconocido como la víctima número
0001.
Dos
meses después del atentado, el P. Christopher Keenan asumió el cargo de su
amigo fallecido y se unió a los bomberos en la tarea de buscar los restos de
las casi tres mil personas que murieron en el atentado.
Comentó
que los bomberos tuvieron que recuperar los restos de sus 343 colegas que
perecieron allí. “Siempre traes a un hermano a casa, no lo dejas en el campo de
batalla”, expresó y contó que llegó a asistir a unos seis funerales por día.
“Los
muchachos iban a todos los funerales, trabajaban tiempo extra buscando
cadáveres y cuidaban a las familias. Yo estuve allí todos los días, las 24
horas durante 26 meses”, indicó.
También
recordó que unos días después de que fuera nombrado capellán del Departamento
de Bomberos de Nueva York, estos le dijeron “sabemos que eres nuestro, no te
olvides que cada uno de nosotros es tuyo”.
Manifestó
que durante las labores de rescate se preguntaba “¿Cómo entiendo esto como un
hombre de fe? Es que era como si estuviera descendiendo al infierno y
estuviera viendo la cara de Dios en la gente que se encontraba allí”.
Indicó
que todo lo que podía hacer era estar allí y rezar con ellos. “Así es como lo
entendí en la fe”, destacó.
Por
su parte, el P. Kevin Madigan narró que tras el atentado terrorista la
parroquia de San Pedro se mantuvo abierta y que él y otros sacerdotes recibían
a todas las personas que buscaban consuelo.
“No
había ningún manual sobre cómo lidiar con algo así”, manifestó y dijo que a
muchas de las personas que atendió pastoralmente este suceso “sacudió sus
fundamentos, su confianza y fe en Dios".
Traducido
y adaptado por María Ximena Rondón. Publicado originalmente en CNA.
Fuente:
ACI