La Navidad nos invita a
recordar la señal del Niño y a que lo reconozcamos en los rostros de los niños,
especialmente de aquellos para los que, como Jesús, ‘no hay sitio en la posada’
Como
cada 25 de diciembre, el Papa Francisco impartió la Bendición “Urbi et Orbi”
(“a la ciudad y al mundo”) desde el balcón central de la Basílica de San Pedro,
y dirigió el Mensaje de Navidad a miles de personas congregadas en la Plaza y a
los que lo siguieron a través de los diferentes medios de comunicación.
Francisco,
al inicio, explicó que el acontecimiento del nacimiento de Jesús “se renueva
hoy en la Iglesia, peregrina en el tiempo: en la liturgia de la Navidad, la fe
del pueblo cristiano revive el misterio de Dios que viene, que toma nuestra
carne mortal, que se hace pequeño y pobre para salvarnos. Y esto nos llena de
emoción, porque la ternura de nuestro Padre es inmensa”.
Este
año, el Pontífice dedicó su Mensaje a los niños de diferentes países en
conflicto y pidió especialmente por ellos. También repasó la difícil situación
que viven estas naciones y rezó para que a través de la Comunidad Internacional
se puedan solucionar las diferentes crisis.
El
Papa aseguró que “mientras el mundo se ve azotado por vientos de guerra y un
modelo de desarrollo ya caduco sigue provocando degradación humana, social y
ambiental, la Navidad nos invita a recordar la señal del Niño y a que lo
reconozcamos en los rostros de los niños, especialmente de aquellos para los que,
como Jesús, ‘no hay sitio en la posada’.
En
particular, mencionó a “los niños de Oriente Medio” en los que se puede
ver a Jesús y que “siguen sufriendo por el aumento de las tensiones entre israelíes
y palestinos”.
“En
este día de fiesta, invoquemos al Señor pidiendo la paz para Jerusalén y para
toda la Tierra Santa; recemos para que entre las partes implicadas prevalezca
la voluntad de reanudar el diálogo y se pueda finalmente alcanzar una solución
negociada, que permita la coexistencia pacífica de dos Estados dentro de unas
fronteras acordadas entre ellos y reconocidas a nivel internacional”, pidió.
El
Papa también tuvo palabras para la Comunidad Internacional, por los que rezó
para que Dios sostenga su esfuerzo, así como el de aquellos “que desean ayudar
a esa tierra martirizada a encontrar, a pesar de los graves obstáculos, la
armonía, la justicia y la seguridad que anhelan desde hace tanto tiempo”.
También
tuvo un recuerdo especial por los niños sirios, “marcados aún por la
guerra que ha ensangrentado ese país en estos años”.
“Que
la amada Siria pueda finalmente volver a encontrar el respeto por la dignidad
de cada persona, mediante el compromiso unánime de reconstruir el tejido social
con independencia de la etnia o religión a la que se pertenezca”, pidió.
Los niños
de Irak y Yemen también fueron protagonistas de su Mensaje. “Vemos a Jesús
en los niños de Irak, que todavía sigue herido y dividido por las hostilidades
que lo han golpeado en los últimos quince años, y en los niños de Yemen, donde
existe un conflicto en gran parte olvidado, con graves consecuencias
humanitarias para la población que padece el hambre y la propagación de
enfermedades”.
“Vemos
a Jesús en los niños de África, especialmente en los que sufren en Sudán
del Sur, en Somalia, en Burundi, en la República Democrática del Congo, en la
República Centroafricana y en Nigeria.”
Francisco
pidió oraciones además para que “en la península coreana se superen los
antagonismos y aumente la confianza mutua por el bien de todo el mundo”.
Sobre
las dificultades que desde hace tiempo vive Venezuela, rezó al Niño Jesús
que “se pueda retomar un diálogo sereno entre los diversos componentes sociales
por el bien de todo el querido pueblo venezolano”.
El
Santo Padre tuvo un pensamiento especial hacia las personas desempleados y que
“con gran esfuerzo intentan ofrecer a sus hijos un futuro seguro y pacífico”.
Pero también oró por los niños “cuya infancia fue robada, obligados a trabajar
desde una edad temprana o alistados como soldados mercenarios sin escrúpulos”.
Por
último, denunció a los traficantes de personas que apresan a los niños, y por
todos los pequeños que son obligados a “abandonar sus países”. “En sus ojos
vemos el drama de tantos emigrantes forzosos que arriesgan incluso sus vidas
para emprender viajes agotadores que muchas veces terminan en una tragedia”.
“Veo
a Jesús en los niños que he encontrado durante mi último viaje a Myanmar y
Bangladesh, y espero que la comunidad internacional no deje de trabajar para
que se tutele adecuadamente la dignidad de las minorías que habitan en la
región”, finalizó.
Por Álvaro de Juana
Fuente:
ACI Prensa