Hoy se descarta la
religión, mientras que se ensalza una espiritualidad que pone al universo en el
lugar de Dios
Cada
vez más aparecen cursos y conferencias que oponen la espiritualidad a la
religión, como si fueran realidades alejadas una de la otra. ¿Pero es así? ¿o
es un prejuicio? ¿No es acaso la religión inseparable de la vida
espiritual? ¿No es acaso toda espiritualidad un camino religioso?
Una paradoja
El
término latino versus significa “hacia”. En su origen se refería al
movimiento de ida y vuelta ejecutado por el labrador al arar la
tierra. Así, Espiritualidad versus Religión significa un
movimiento que conduce hacia una plenitud.
De
esta manera la espiritualidad es ya un paso frente al materialismo, pero debe
conducir a la plenitud de la religión, tal y como la vivió Jesús de Nazaret.
Pero
el pensamiento de hoy deja atrás a Dios, a la religión y, por supuesto, al
cristianismo, pues considera a la espiritualidad como una forma de estar en
relación con el universo, con el resto de la realidad y consigo mismo. Es un
posicionamiento tremendamente escéptico ante la posibilidad de conocer la
realidad, ya que para estas personas solo tenemos el lenguaje y el hecho de que
exista una palabra no quiere decir que exista la realidad que la palabra
indica.
Y
se piensa que, frente la egocentricidad que nos abruma puede haber una
relativización parcial de la persona gracias a la espiritualidad que logra una
relativización total de la misma. Así, la muerte es un hecho horrible para
quien se sitúa a sí mismo en el centro, no así para aquella persona que superado
el egocentrismo se sitúa dentro del mundo pero al margen.
Por
esto, para este pensamiento, la
propuesta de la religión ya no es válida, en cambio, la espiritualidad es
necesaria y benéfica pero en lugar de Dios se pone al universo. Consideran
que la religión como creencia en dioses o en el Dios del judeocristianismo ha
perdido toda validez, pues tiene un elemento pragmático egoísta, que considera
a Dios como respuesta a nuestros deseos y servidor de nuestras ilusiones.
Frente
a esto se propone la espiritualidad, que supone un distanciamiento no relativo
sino radical de sí mismo, del propio ‘yo quiero’. Así, una vez descartada la existencia de Dios,
la espiritualidad aliviaría el estado de intranquilidad que tienen los humanos,
a diferencia de los animales. Pero, ¿puede la persona lograr esa paz en la
muda, ciega y sorda relación con el universo?
¿Quién está en el centro
de la vida espiritual?
Para
nosotros las fases de nuestra personalización son: primero ser, después amar y,
finalmente, adorar. En otras palabras, para ser plenamente persona debemos
a) descentrarnos de nosotros mismos; b) descentrarse del
“otro”; y c) sobrecentrarse en alguien mayor que nosotros.
Y
esto es así, de la misma manera que en el
Mundo, la vida evoluciona siempre hacia una mayor conciencia y hacia una mayor
complejidad.
Lo
primero centrarse para conseguir cada vez un orden mayor, más unidad
en nuestras ideas, en nuestros sentimientos y en nuestra conducta, ya que “ser”
es, ante todo, hacerse y encontrarse a sí mismo.
Después descentrarse ya
que, como la Física y biológicamente la persona, como todo lo que existe en la
Naturaleza, es esencialmente plural y sólo podemos progresar hasta el
final de nosotros mismos, sin salir de nosotros mismos, uniéndonos a los demás,
y, gracias al amor, complementándonos los unos a los otros para sobrecentrarnos en
uncentro de orden superior que nos espera más allá y por encima de nosotros
mismos.
Estamos
pues ante tres escalones superpuestos de felicidad: Felicidad de crecer,
felicidad de amar y felicidad de adorar. Cuando la persona llega a este estado
de adorador, de “amigo de Dios” se convierte en una persona “mística” que en la
historia de la cultura occidental esta palabra se refiere siempre a personas,
textos y experiencias cristianas.
La
tradición espiritual lo expresaba así: “Sentimiento
intenso de la presencia y acción de Dios en la persona; encuentro unitivo con
el fondo absoluto de su ser, en el que se revela y entrega Dios; conocimiento
experimental, no solo nocional de Dios; unión con Dios, a la que sigue una
fruición y divinización; nacimiento del Hijo en el alma, prolongando o
actualizando así la encarnación del Verbo en unidad con la generación eterna
del Padre, de forma que generación en el seno del Padre, generación en el seno
de María y generación en el alma forman una unidad; relación esponsal entre el
alma y Dios” (O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristianismo y mística, Trotta,
Madrid 2015, pág.97).
En
el siglo XIX se universalizó el uso de la palabra “mística” para aplicarlo
también a experiencias similares de otras religiones y en el siglo XX se
secularizó el término aplicándolo, por ejemplo, a la “mística marxista”.
Wittgenstein remite esta palabra al silencio, pues para él lo expresable lo
dice la lógica y lo inexpresable la mística. Y ya a finales del siglo se llega
a una universalización del término difuminándose su contenido.
¿Quiénes son místicos?
Místicos
son aquellas personas que viven una relación de presencia inmediata de Dios no
solo como creador y fundamento, sino como principio e iniciador de una relación
amorosa y de un conocimiento experiencial por el cual su existencia adquiere un
centro nuevo de sentido y un dinamismo de acción.
Según
Dionisio Aeropagita los místicos son los que han “padecido a Dios” (Nombres
divinos II, 9 (PG 3, 648). Viven en su persona, en cierta manera, el
proceso de la creación, conforme se narra en la Biblia, del cielo y la tierra,
donde se pasa del caos al cosmos, creación nueva, en la que todo es orden,
armonía y perfección. La noche oscura del espíritu recuerda en muchos aspectos
“el desierto y las tinieblas” de las que habla el libro del Génesis (1,2).
Los
místicos son, por excelencia, los que han descubierto que Dios “existe” y que
es más real de lo que llamamos realidad. Su misión, dentro del Pueblo de Dios,
es la de ser exploradores, como los que entraron primero en la Tierra prometida
y volvieron luego a contar lo que habían visto, “una tierra que mana leche y
miel” (Nm 14, 6-9).
La
experiencia de los místicos es la que mejor hace resplandecer la absoluta
soberanía de la acción de Dios y de la gracia. Los verdaderos místicos son los
que se han convertido de una vez y para siempre a la pura fe en Dios y lo
manifiestan en la entrega total a sus hermanos.
José Luís Vázquez Borau
Fuente:
Aleteia