Después de un tiempo prudencial, en diciembre de 2017 monseñor Juan José Aguirre propuso a los responsables de la misión volver a ella y celebrar allí la Navidad y reabrir la escuela para que niños musulmanes y no musulmanes convivieran juntos y en paz
Monseñor Aguirre durante su visita a Zemio. Foto: Fundación Bangassou |
En Zemio (República Centroafricana) se inició en los años 50 una de las
primeras misiones de la diócesis de Bangassou, dirigida actualmente por el
español Juan José Aguirre.
En 2013 dos grupos violentos perpetraron allí una masacre y «convirtieron Zemio en una ciudad fantasma». Ahora monseñor Aguirre ha restaurado la misión, donde se ha abierto una escuela para que los niños aprendan a convivir en paz.
Zemio es el último avispero
en el que se ha metido el español Juan José Aguirre, obispo de Bangassou
(República Centroafricana). Allí se inauguró una de las primeras misiones de su
diócesis en los años 50, explica el prelado en una carta. Y fue próspera hasta
hace un lustro. Hasta entonces, «teníamos una escuela para 2.100 alumnos, un
rebaño de vacas, un proyecto de la Iglesia americana para la ganadería y la
agricultura que nos daba al mismo tiempo luz e internet todo el día».
Especialmente significativa
era, según Juanjo, la labor de las monjas. «No solo se ocupaban de la escuela,
sino que tenían proyectos de corte y costura, llevaban la caritas parroquial
donde atendían cientos de ancianos, enfermos de sida y personas rotas por la
dureza de la vida, llevaban las catequesis, ponían películas en la Iglesia por
las noches, hacían pan para el barrio y estaban muy cerca de los dos curas de
la parroquia…»
Pero, en 2013, «la llegada
de milicianos musulmanes radicales y jóvenes libertadores mal
armados y mal encarados convirtieron Zemio en un baño de sangre». La llegada de
los violentos, denuncia el obispo, responde a «un plan urdido en 2013 desde
fuera de Centroáfrica para hacer de él un país ingobernable –o dividirlo en
dos–, crear el caos y enfrentar musulmanes y no musulmanes» y, así, «poder
robar de aquí los minerales, ganado, petróleo y toda la riqueza…»
De esta forma, 25.000
habitantes de Zemio huyeron al Congo «mientras los violentos de un lado y de
otro quemaban sus casas, sus graneros, sus sueños» y «robaban sus cosechas».
Los pocos que se quedaron abandonaron el pueblo y se refugiaron en la misión
católica.
Los radicales también
quemaron el hospital local, lo que provocó que un gran número de personas
dependieran de las pocas medicinas que aun quedaban en casa de los sacerdotes
de la misión. Pero estas también se agotaron. «La escuela cerró, la casa de las
monjas fue saqueada» y las religiosas, impotentes, volvieron al Perú». Zemio se
convirtió así en «una ciudad fantasma», tomada por «dos grupos armados
peligrosos como víboras. Por cualquier cosa saltaban chispas en forma de tiros
y la población civil pagaba los platos rotos», asegura monseñor Aguirre en la
carta.
En esta situación, el
obispo español decidió sacar de la misión a los dos curas que todavía
permanecían al lado de la población civil. Estaban «extenuados, delgados como
palillos y en estado de shock». Los llevaron a la capital para seguir un curso
para «destraumatizar. Habían enterrado decenas de cadáveres en fosas comunes y
dormido en medio de una multitud aterrorizada durante meses».
Antes de salir, los
sacerdotes aconsejaron a la gente que huyeran al Congo y «la misión quedó
vacía, silenciosa, acosada por los bandidos que se servían a sus anchas».
Regreso a la misión
Después de un tiempo
prudencial, en diciembre de 2017 monseñor Juan José Aguirre propuso a los
responsables de la misión volver a ella y celebrar allí la Navidad. «Aceptaron
y se juntaron a los que quisieron volver del Congo para vivir cerca de la
misión». De vuelta en el nido de víboras, decidieron reabrir la escuela para
que niños musulmanes y no musulmanes convivieran juntos y en paz. «Era el
principio de la cohesión social. Lograron que los niños musulmanes dejaran sus
cuchillos en casa y que los profesores empezaran sus clases distendidos y
animosos».
Juan José Aguirre se
encuentra actualmente en Zemio, a donde decidió acudir para apoyar y animar a
los sacerdotes de la misión. «La gente me ha recibido con mucha alegría y
durante 10 días he rezado y hablado con todos los grupos parroquiales,
autoridades, imanes y militares. Se duerme bien con tanto calor humano pero hay
ruido de sables y la gente mira de reojo a su espalda por si acaso. Con esa
tensión, se va viviendo, pero es un vivir sin vivir, la esperanza puesta
solamente en Aquel que nos sostiene», concluye.
José Calderero de Aldecoa
Fuente: Alfa y Omega