Como Juan Bautista, que era sólo la voz, no la Palabra
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Juan trae la alegría, la buena noticia.
Muchos creen que él es el Mesías. Pero no es así. Él sólo lo anuncia, lo señala
entre los hombres:
“El
pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el
Mesías; él tomó la palabra y dejo a todos: – Yo os bautizo con agua; pero viene
uno que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él
os bautizará con el Espíritu Santo y fuego. Exhortaba al pueblo y le anunciaba
el Evangelio”.
Juan es pequeño. No es Dios. Es
sólo un hombre. No es el enviado. No es el Salvador. No se lo cree, aunque
muchos lo siguen y se lo dicen.
Pero él
sólo quiere hacer las obras de Jesús. Quiere preparar el corazón de los hombres
para que tengan paz.
Es lo que desea. Que Jesús viva
en ellos y los cambie por dentro. Que su vida tenga un sentido. No quiere que
pase de largo y no lo reconozcan.
Por eso lo anuncia entre muchos
hombres. Es sólo la voz, no es él la palabra. Pero en sus obras está algo de su
amor, de su presencia.
Una persona rezaba así: “Jesucristo
vivo está/ y sus obras permanecen/ entre los que se estremecen/ cuando miran
más allá/. Su gracia se anunciará/ en lo profundo del alma/, donde reina mayor
calma/ y acontece la alegría/ de saberse en romería/ tejida de amor la talma”.
Juan sólo anuncia al Mesías. El
Adviento consiste en anunciar al que está junto a mí. En hablar del que me
precede. En mostrar su rostro con mis gestos, con mis obras pobres.
A menudo me veo queriendo yo ser
Jesús. Buscando que me reconozcan y hablen de mi valor, de mis capacidades.
Quiero
ser admirado por
lo que hago, por lo que digo. Me olvido de aquel a quien anuncio.
El pueblo está expectante porque quiere ver a Dios. Y yo me lo creo. Y pienso
que me buscan a mí. No. Tienen sed de Dios. No de mí.
El hombre busca hombres
perfectos. Y esos hombres no existen. Quiere que los hombres de Dios sean
perfectos, que yo sea perfecto. Es imposible. No lo soy. Fallo,
decepciono, confundo.
Y entonces veo cómo mis
imperfecciones alejan a los hombres de Dios. Y sufro. Dios no cabe en la piel
humana. La desborda.
Y la piel humana con pecado escandaliza al
que la creía perfecta. Y el hombre se aleja buscando a Dios en
otra parte. Se siente defraudado, engañado.
Quiero no
olvidarme de mi miseria. Para que nadie piense que soy Dios, que
soy perfecto. Fallo una y otra vez. Caigo. No respondo como esperan de mí.
No soy tolerante y paciente. No
soy bueno con todos. No siempre soy generoso. No doy la vida como digo que voy
a hacerlo.
Me duele el alma por mi pecado que aleja de Dios. Y no lo acerca.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






