Creer es un acto del pensamiento natural y
necesario, la puerta de entrada a la verdad
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Muchos prejuicios contra la fe cristiana
que hoy se repiten, son los mismos que hace mil seiscientos años refutaba san
Agustín.
En pleno
siglo IV, escribe dos textos sobre la fe, entre los años 390 y 399, “De la
fe en lo que no se ve” (un sermón) y “De la utilidad del creer” (una
carta a un amigo maniqueo), para demostrar el alto valor intelectual y humano
del creer.
El acto de fe
para el obispo de Hipona no es una decisión extraña a la vida normal y que
solamente se encuentra frente a la aceptación de una revelación sobrenatural.
Creer para Agustín es un acto del
pensamiento tan natural y necesario, que no es posible una vida humana sin fe.
De hecho,
gran parte de nuestras certezas y opiniones están fundadas en el testimonio de
otro a quien hemos creído.
Y para
Agustín, la razón es la condición primera de la posibilidad misma de la
fe, porque el hombre como imagen de Dios es un pensamiento que
se enriquece progresivamente de inteligencia, gracias al ejercicio de la razón.
Despreciar la
razón sería despreciar a Dios y además la razón es la que hace posible que
podamos creer. No hay oposición entre fe y razón.
¿Cuántas cosas creemos sin haberlas visto?
Agustín se esfuerza por fundamentar la
sensatez y la racionalidad del acto de fe.
Frente a los
postulados maniqueos que quieren que se les demuestre todo y acusan de
dogmatismo a los cristianos, el obispo de Hipona muestra la necesidad de la fe
como elemento fundamental y básico de la vida humana, como una realidad
indispensable para la convivencia social y el progreso en
el conocimiento.
No quiero
hablar del gran número de nuestros adversarios, los que nos reprenden porque creemos
lo que no vemos, creen ellos también por el rumor público y por la historia, o
referentes a los lugares donde nunca estuvieron. Y no digan: No
creemos porque no vimos. Pues si lo dicen, se ven obligados a confesar que no
saben con certeza quiénes son sus padres. Ya que, no conservando recuerdo
alguno de aquel tiempo, creyeron sin vacilación a los que se lo afirmaron,
aunque no se lo pudieran demostrar por tratarse de un hecho ya pasado (De la
fe en lo que no se ve, II, 4).
En este
sermón, Agustín afirma que es preciso creer en muchas cosas sin verlas, y
enumera una larga lista de ejemplos donde los que niegan la fe católica, sin
embargo, creen en muchas cosas que no ven y que no pueden probar.
“¿Ves por
ventura, con los ojos del alma lo que pasa en el alma de otro? Y, si no lo ves,
¿cómo corresponderás a los sentimientos amistosos, cuando no crees lo que no
puedes ver?” (I, 2).
En el afecto
de los amigos creemos sin poder demostrar su amor. El afecto mueve a creer en
el afecto de los otros, donde no llega la vista ni el entendimiento.
De hecho, un
amigo puede ocultar su mala intención y nosotros creemos en su fidelidad. En la amistad creemos
antes de cualquier prueba. Vivir sería imposible sin fe. Sobre esta misma fe
escribió:
Me hiciste
pensar en el enorme número de cosas que yo creía sin haberlas visto ni haber
estado presente cuando sucedieron. ¡Cuántas cosas admitía yo por pura fe en la
palabra de otros sobre cosas que pasaron en la historia de los pueblos, o lo
que se me decía, sobre lugares y ciudades, y cuántas creía por la palabra de
los médicos, o de mis amigos, o de otros hombres! Si no
creyéramos así, la vida se nos haría imposible (Confesiones, VI,
5).
Todo
conocimiento exige confianza y aceptación previa de presupuestos desde donde
situarse, sin por ello dejar de analizarlos para poder asumirlos con aceptación
confiada.
La fe no
consiste en aceptar cualquier cosa, sino aquello que resulta creíble. Y quien
juzga la credibilidad es el ser humano, a través
del uso de la razón y del análisis de la autoridad de quien da testimonio de
aquello que se presenta para ser creído.
Agustín
propone dos medicinas de la Providencia para el alma: la autoridad y
la razón. La autoridad exige fe y prepara al hombre para
usar la razón. La razón guía el conocimiento y la intelección, aunque “la
autoridad no está totalmente desprovista de razón, puesto que se
debe examinar racionalmente a quien se debe creer” (De
vera religione, XXIV, 45).
El interés de la fe cristiana por la
historia, por la credibilidad de los hechos y por la autenticidad de los
signos, por la confluencia de una serie de indicios y la garantía del testigo
que trae el mensaje, son evidentes a lo largo de toda la historia de la teología cristiana.
Y Agustín
presentará la larga lista de fuentes que son dignas de crédito ante un alma sin
prejuicios y que busca la verdad. No alcanza solamente con la validez lógica de
las afirmaciones.
Claro está
que los motivos de credibilidad no son los motivos de la fe, pero los primeros
aseguran la opción crítica que comporta una fe auténtica.
La fe es un peregrinar del pensamiento que
siempre está en camino,
es un movimiento constante de búsqueda de mayor comprensión.
Creer, por tanto, no significa entregarse
ciegamente a lo irracional,
ni es una especie de resignación de la razón frente a los límites del
conocimiento. Es siempre una opción racional y libre,
sumamente positiva que no va en contra de la razón.
Agustín, en
el desarrollo de su defensa de la fe católica, se apoya sobre los profundos
deseos del alma humana, en la búsqueda de la verdad y la felicidad.
Entendía que toda
actividad humana, como búsqueda de la felicidad, es un caminar hacia Dios.
La verdadera filosofía es búsqueda de la
verdad, amor a la sabiduría en toda su magnitud, como deseo de llegar a la
verdad para contemplarla.
La fe es para Agustín la puerta de entrada
a la verdad y
por ello el acto de fe está en la cumbre de toda actividad humana.
La razón
prepara el camino para creer y la fe fortalece, purifica e ilumina la razón. En
su visión de la fe, esta no se limita a un acto de asentimiento, sino que es
búsqueda, penetración continua y racional del misterio. La fe
busca, pero el entendimiento encuentra.
La fe es así verdadero conocimiento, porque
es empezar a ver, empezar a conocer, y al mismo tiempo es adhesión, porque es
relación: “Te creo a
ti”.
La fe es
siempre necesaria para la vida en sociedad, para vivir humanamente. Agustín no
ve posible que alguien pueda vivir sin creer.
Múltiples
razones podrían aducirse para poner en claro que de la sociedad humana no
quedaría nada firme si nos determináramos a no creer más que lo que podemos
percibir por nosotros mismos (De la utilidad del creer, XII,
26).
Miguel Pastorino
Fuente: Aleteia






