Homilía del Papa en
Rumanía
El Papa a presidido la beatificación de 7 nuevos mártires rumanos © Vatican Media |
“Que
seáis testigos de libertad y de misericordia“: El Santo Padre ha
exhortado en la beatificación de los 7 mártires rumanos a
“llevar la luz del Evangelio a nuestros contemporáneos” y “a seguir luchando,
como estos beatos, contra estas nuevas ideologías que surgen”.
“Nos
toca a nosotros luchar ahora como tocó a ellos en aquellos tiempos”, ha
invitado a las 60.000 personas que han participado en la ceremonia, este
domingo, 2 de junio de 2019, en el Campo de la libertad, en Blaj, mientras
otras 20.000 personas han seguido la celebración a través de las pantallas
instaladas en el centro de la ciudad rumana, según las autoridades locales.
El
Pontífice ha destacado dos virtudes de los nuevos beatos, martirizados en los
años de régimen comunista en Rumanía, de 1950 a 1970: la libertad y
la misericordia, preciosa herencia que han dejado al pueblo rumano.
Amor
ejemplar hacia su pueblo
Francisco,
ha hecho una mención especial al nombre del lugar de la celebración: “Campo de
la libertad”, y ha comentado que “Ante la feroz opresión del régimen”, los
siete obispos greco-católicos “manifestaron una fe y un amor ejemplar hacia su
pueblo”, ha indicado. “Con gran valentía y fortaleza interior, aceptaron ser
sometidos a un encarcelamiento severo y a todo tipo de ultrajes, con tal de no
negar su pertenencia a su amada Iglesia”.
Pensando
en la libertad, no puedo dejar de observar que estamos celebrando la Divina
Liturgia en el “Campo de la Libertad”. Este lugar significativo evoca la unidad
de vuestro Pueblo que se ha realizado en la diversidad de las expresiones
religiosas. (…) Los nuevos beatos sufrieron y dieron su vida, oponiéndose a un
sistema ideológico que rechazaba la libertad y coartaba los derechos
fundamentales de la persona humana.
El
otro aspecto subrayado por el Pontífice de la “herencia espiritual” de los
nuevos beatos es la misericordia. “Ellos compaginaban la tenacidad de
profesar la fidelidad a Cristo con una disposición al martirio sin palabras de
odio hacia los que los perseguían, ante los que demostraron una profunda
mansedumbre”.
Nuevas ideologías
En
este contexto, el Papa ha advertido que también hoy reaparecen “nuevas
ideologías” que, “de forma sutil, buscan imponerse y desarraigar a nuestros
pueblos de sus más ricas tradiciones culturales y religiosas”.
Estas
“colonizaciones ideológicas” desprestigian el valor de la persona, de la vida,
del matrimonio y la familia y “dañan con propuestas alienantes, tan ateas como
en el pasado”, especialmente a nuestros jóvenes y niños “dejándolos
desprovistos de raíces desde donde crecer”.
Así,
el Santo Padre ha exhortado a todos los presentes a “llevar la luz del
Evangelio a nuestros contemporáneos” y “a seguir luchando, como estos beatos,
contra estas nuevas ideologías que surgen”. “Nos toca a nosotros luchar ahora
como tocó a ellos en aquellos tiempos”, ha anunciado.
“Que
seáis testigos de libertad y de misericordia, haciendo
prevalecer la fraternidad y el diálogo ante las divisiones, incrementando la
fraternidad de la sangre, que encuentra su origen en el periodo de sufrimiento
en el que los cristianos, dispersos a lo largo de la historia, se han sentido
cercanos y solidarios”.
***
Homilía del Papa Francisco
«Maestro
¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» (Jn9,2). Esta
pregunta de los discípulos a Jesús desencadena una serie de movimientos y
acciones que acompañará todo el relato evangélico desvelando y dejando en
evidencia lo que realmente enceguece el corazón humano.
Jesús,
al igual que sus discípulos, ve al ciego de nacimiento, es capaz de reconocerlo
y ponerlo al centro. Después de aclarar que su ceguera no era fruto del pecado
mezcla el polvo de la tierra con su saliva y lo pone en sus ojos; luego le
ordena lavarse en la piscina de Siloé. Cuando se lavó, el ciego recobró la
vista. Es interesante notar cómo el milagro se narra en apenas dos versículos,
en los demás se pone la atención no en el ciego recuperado, sino en las
discusiones que desencadena. Parece que su vida y especialmente su curación se
vuelve banal, anecdótica o elemento de discusión, así como de irritación y
enojo. El ciego sanado es interrogado en un primer momento por la multitud
estupefacta, después por los fariseos; y estos interrogan también a sus padres.
Ponen en duda la identidad del hombre sanado; posteriormente niegan la acción de
Dios, poniendo como excusa que Dios no actúa en sábado; llegan incluso a dudar
que aquel hombre naciera ciego.
Toda
la escena y las discusiones revelan lo difícil que resulta comprender las
acciones y prioridades de Jesús, capaz de poner en el centro a aquel que estaba
en la periferia, especialmente cuando se piensa que el primado lo tiene “el
sábado” y no el amor del Padre que busca que todos los hombres se salven
(cf. 1 Tm2,4); el ciego tenía que convivir no sólo con su ceguera sino
también con la de aquellos que lo rodeaban. Así son las resistencias y
hostilidades que surgen en el corazón humano cuando, al centro, en vez de
encontrar personas, se ponen intereses particulares, rótulos, teorías,
abstracciones e ideologías, que lo único que logran es enceguecer todo a su
paso. En cambio, la lógica del Señor es diferente, lejos de esconderse en la
inacción o la abstracción ideológica, busca a la persona con su rostro, con sus
heridas e historia. Va a su encuentro y no se deja embaucar por discursos
incapaces de priorizar y poner en el centro lo realmente importante.
Estas
tierras conocen bien el sufrimiento de la gente cuando el peso de la ideología
o de un régimen es más fuerte que la vida y se antepone como norma a la misma
vida y a la fe de las personas; cuando la capacidad de decisión, la libertad y
el espacio para la creatividad se ve reducido y hasta cancelado (cf. Carta
enc. Laudato si’, 108). Vosotros habéis sufrido los discursos y acciones
basados en el desprestigio que llevan hasta la expulsión y aniquilación de
quien no puede defenderse y hacen callar las voces disonantes. Pensamos de
manera particular en los siete obispos greco-católicos que he tenido la alegría
de proclamar beatos. Ante la feroz opresión del régimen, ellos manifestaron una
fe y un amor ejemplar hacia su pueblo. Con gran valentía y fortaleza interior,
aceptaron ser sometidos a un encarcelamiento severo y a todo tipo de ultrajes,
con tal de no negar su pertenencia a su amada Iglesia. Estos pastores, mártires
de la fe, han recuperado y dejado al pueblo rumano una preciosa herencia que
podemos resumir en dos palabras: libertad y misericordia.
Pensando
en la libertad, no puedo dejar de observar que estamos celebrando la Divina
Liturgia en el “Campo de la Libertad”. Este lugar significativo evoca la unidad
de vuestro Pueblo que se ha realizado en la diversidad de las expresiones
religiosas. Esto constituye un patrimonio espiritual que enriquece y
caracteriza la cultura y la identidad nacional rumana. Los nuevos beatos
sufrieron y dieron su vida, oponiéndose a un sistema ideológico que rechazaba
la libertad y coartaba los derechos fundamentales de la persona humana. En
aquel periodo triste, la vida de la comunidad católica fue sometida a una dura
prueba por un régimen dictatorial y ateo: todos los obispos y muchos fieles de
la Iglesia Greco-Católica y de la Iglesia Católica de rito latino fueron
perseguidos y encarcelados.
El
otro aspecto de la herencia espiritual de los nuevos beatos es la misericordia.
Ellos compaginaban la tenacidad de profesar la fidelidad a Cristo con una
disposición al martirio sin palabras de odio hacia los que los perseguían, ante
los que demostraron una profunda mansedumbre. Es elocuente lo que el Obispo
Iuliu Hossu declaró durante la prisión: «Dios nos ha enviado a estas tinieblas
del sufrimiento para dar el perdón y rezar por la conversión de todos». Estas
palabras son el símbolo y la síntesis de la actitud con la que estos beatos en
el periodo de la prueba sostuvieron a su pueblo en la confesión continua de la
fe sin fisuras ni represalias. Esta actitud de misericordia hacia los
torturadores es un mensaje profético, porque se presenta hoy como una
invitación a todos para superar el rencor con la caridad y el perdón, viviendo
la fe cristiana con coherencia y valentía.
Queridos
hermanos y hermanas: También hoy reaparecen nuevas ideologías que, de forma
sutil, buscan imponerse y desarraigar a nuestros pueblos de sus más ricas
tradiciones culturales y religiosas. Colonizaciones ideológicas que
desprestigian el valor de la persona, de la vida, del matrimonio y la familia
(cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 40) y dañan con propuestas
alienantes, tan ateas como en el pasado, especialmente a nuestros jóvenes y
niños dejándolos desprovistos de raíces desde donde crecer (cf. Exhort.
ap. Christus vivit, 78); y entonces todo se vuelve irrelevante si no sirve
a los propios intereses inmediatos empujando a las personas a aprovecharse de
otras y a tratarlas como meros objetos (cf. Exhort. ap. Laudato si’,
123-124). Son voces que, sembrando miedo y división, buscan cancelar y sepultar
el más rico de los legados que estas tierras vieron nacer. Pienso por ejemplo
al Edicto de Torda en 1568 que sancionaba todo tipo de radicalismo y promovía
por primera vez en Europa un acta de tolerancia religiosa.
Deseo
animaros a llevar la luz del Evangelio a nuestros contemporáneos y a seguir
luchando, como estos beatos, contra estas nuevas ideologías que surgen. Nos
toca a nosotros luchar ahora como tocó a ellos en aquellos tiempos. Que seáis
testigos de libertad y de misericordia, haciendo prevalecer la
fraternidad y el diálogo ante las divisiones, incrementando la fraternidad de
la sangre, que encuentra su origen en el periodo de sufrimiento en el que los
cristianos, dispersos a lo largo de la historia, se han sentido cercanos y
solidarios. Que os acompañen en vuestro camino la materna protección de la
Virgen María y la intercesión de los nuevos beatos.
Rosa Die Alcolea
© Librería Editorial
Vaticano
Fuente: Zenit