Cuando
nosotros decimos: ya no se puede nada, Dios dice: “Ahora empieza todo”. La
respuesta de la Biblia y de los santos al deseo de irse de este mundo de
sufrimientos
![]() |
| Photo by Ian Espinosa on Unsplash |
“Elías
caminó un día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama.
Entonces se deseó la muerte y exclamó: «¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo
no valgo más que mis antepasados!». Se acostó y se quedó dormido bajo la
retama. Pero un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come!». Él miró y vio que
había a su cabecera una galleta cocida sobre piedras calientes y un jarro de
agua. Comió, bebió y se acostó de nuevo. Pero el ángel del Señor volvió otra
vez, lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por
caminar!». Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento
caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, la montaña de Dios” (1
Reyes 19, 4-8).
Elías era un hombre
cualquiera, y tenía muchísimo miedo de darse cuenta de eso. A Él, como a todos, le
costaba la oscuridad, sentirse frágil e impotente. A nadie le es fácil pasar
por allí, y menos cuando el tiempo corre y todo sigue igual… Por eso, después
de unos días de marcha, Elías le dice a Dios: “déjame
morir no
soy mejor que mis antepasados”.
Cuando nos sinceramos con
nosotros mismos y con Dios nos damos cuenta de que somos
pequeños. Yo
no soy mi función, mis títulos, los aplausos, mis cargos… Esta es la verdad de
un hombre que se pone de cara a Dios. Uno es lo que es ante Dios y no hay nada
que se pueda hacer.
Desde este lugar
comprendemos a un Elías confundido por su pobreza, confundido por
la actitud del Pueblo y, sobre todo, por la actitud de Dios, un Elías que pide
morir.
Desear
la muerte no es tan extraño, porque si la vida es lo que uno experimenta
o siente, no sé si vale del todo la pena vivir. Grandes santos como Ignacio,
Francisco o Teresita experimentaron algo parecido y lo abrazaron. Comprendieron
que su Vida era más que eso.
Sin embargo, el momento de desear la muerte, ese aparente
fracaso, ese quiebre, ese no poder más es esperado por Dios. “¡Por
fin! -dice Dios- no sabes lo que me costó que reconocieras que no puedes más”.
La
mitad de la vida se nos puede gastar defendiéndonos de la experiencia de
nuestra pequeñez. Nos cuesta reconocer que somos pobres y que no podemos nada.
Y Dios dice: es lo que hace rato deseo que comprendas.
Solo
en la extrema pobreza podemos comprender nuestra verdadera pequeñez, una gran verdad: que
entre el santo y el pecador hay solo un paso, no un abismo. Que
solo Dios es Dios.
“Levántate
y come, te espera un largo camino”.
Solo en
la pobreza extrema el hombre se puede hacer humilde receptor de lo más sagrado. Como cuando el Señor le
dice a Pablo: “Te basta mi gracia”, le decía: Pablo, te necesito consciente de
tu pequeñez de tu impotencia.
Sería
un terrible error la soberbia de creer que Dios es una conquista que podemos
hacer por nuestros esfuerzos. La santidad es un don de su gracia, no el
premio a nuestro esfuerzo.
Lo gratuito no se compra, se
recibe, y lo reciben en plenitud los que se dan cuenta de que no lo tienen y
que lo necesitan profundamente.
Sin los cimientos de la
verdadera humildad no podemos ser instrumentos de Dios. Para que Dios pueda
realizar grandes cosas a través de alguien, y ese alguien no se envanezca, hace
falta que sea muy consciente de que es muy pobre.
Elías confirmará a sus
hermanos porque ha vuelto del fracaso, ha
conocido el límite. Qué necesario es que alguien pueda confirmar y animar, no
aplastar, porque él sabe lo que es caer y levantarse.
“Elías
se lleva una gran sorpresa. “Levántate y come, te queda un largo camino
por andar”.
Cuando
nosotros decimos: ya no se puede nada, Dios dice: “Ahora empieza todo”. Cuando Elías llega
al Monte, ¡sorpresa! Dios no es
tormenta, no es terremoto como creía Elías. Dios
no es un Dios de castigos.
Dios
es brisa suave, es Paz, es Amor. El misterio escondido desde toda la
eternidad, y manifestado a nosotros en los últimos tiempos, ¿cuál fue? Es que
su rostro más profundo es “Abbá”, querido papá” (P. Manuel Pascual).
Después de eso Elías tiene
que ir a tierras extrañas y Dios le encomienda su misión a otros. Elías va a
tener que comprender algo hermoso y duro a la vez: nadie
es imprescindible sino solo Dios.
Elías parte en paz, no se
entristece, porque cuando Dios le pregunta “¿qué haces aquí?”, él responde la
verdad: arde en celo por Dios.
Por eso, al descubrir la
trascendencia de Dios, su misterioso obrar se alegra y calla. Él no sabía que
Dios era mucho más de lo que él creía, y hacía mucho más de lo que él sabía. Su
imagen de Dios era limitada, por eso, cuando
comprende es capaz de partir en silencio y dejar lugar a otro.
Para
quien ama eso es una alegría, y no una tristeza. Dios es Dios y eso basta.
Luisa
Restrepo
Fuente:
Zenit






