Una
vieja historia de Inglaterra y Alemania
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Brent Flanders |
La
Navidad es el periodo más oscuro del año en el Norte de Europa y en Norteamérica.
En estas heladas tierras, el árbol de Navidad es un potente símbolo cristiano,
una luz que brilla en la oscuridad invernal. Su follaje siempre verde hace
revivir nuestros sombríos y estériles paisajes invernales en un momento del año
en que los árboles sin hojas se yerguen desnudos, desolados y esqueléticos.
Pero,
¿cómo se convirtieron las coníferas, pinos y abetos, en tales símbolos
reconocibles de la Fiesta de la Natividad de Cristo?
Un príncipe alemán en el
siglo XIX
“Hoy
tengo dos hijos míos felizmente asombrados ante el árbol de Navidad de Alemania
y sus velas radiantes”.
Los
árboles navideños se hicieron populares en Gran Bretaña después de que el
esposo alemán y consorte de la reina Victoria, el príncipe Alberto, los
introdujera en 1841. Y lo que familia real trajera, era seguro que se
convertiría en una moda social a seguir. Pronto los árboles de Navidad se
convirtieron en una parte esencial de la Navidad británica.
Sin
embargo, es interesante notar que el príncipe Alberto, de hecho, estaba
cerrando el círculo de la historia real del árbol de Navidad. Porque fue un
inglés el que una vez le dio al pueblo alemán el regalo del árbol de Navidad.
Un monje de la Edad Oscura
Fue
un monje benedictino del siglo octavo, san Bonifacio de Crediton, del reino
anglosajón de Wessex, quien primero llevó el Evangelio a las tribus germánicas
del norte de Europa.
A
diferencia de los germanos anglosajones de Inglaterra, las tribus germánicas
del norte de la Europa continental todavía eran paganos. Adoraban a Odín y a
Thor – dioses nórdicos feroces y antiguos. Uno de los aspectos más salvajes de
la cultura religiosa nórdica germánica era el sacrificio humano para aplacar a
sus dioses – especialmente a Odín, el rey de los dioses y a Thor, el dios del
trueno.
En
Inglaterra, Bonifacio sabía que la conversión al cristianismo había sometido
los aspectos más violentos de la cultura guerrera anglosajona. También sabía
que lo había hecho apelando a lo mejor de su naturaleza. Bonifacio creía que lo
mismo podría decirse de sus primos germanos, y estaba decidido a poner fin a
esta práctica bárbara cuando se embarcó para su misión con las tribus
germánicas.
Un antiguo roble lleno de
sangre
Según
la leyenda, Bonifacio se hizo informar por las tribus cuando se había planeado
el próximo sacrificio, para él impedirlo personalmente. Reunió a un grupo de
sus monjes junto a un viejo roble considerado sagrado en la mitología nórdica.
Éste era el lugar del derramamiento de sangre, donde los alemanes realizan sus
sacrificios humanos.
La
víctima del sacrificio, una niña, estaba ya preparada, atada al roble, pero
antes de que le fuera asestado el golpe fatal, Bonifacio arrancó el hacha de
las manos del verdugo.
El
monje benedictino cortó las cadenas que ataban a la niña, cuyos eslabones se
rompieron bajo el golpe de la hoja afilada. Bonifacio liberó a la chica, y
luego volvió su hacha contra el roble sagrado.
Cuando
Bonifacio comenzó a dar hachazos al tronco, los espectadores se quedaron
atónitos, demasiado aturdidos para moverse mientras que el benedictino
continuaba los golpes. El roble cayó al suelo sin causar daño, en medio de un
silencio que no auguraba nada bueno.
Sin
embargo, para asombro de los desarmados monjes, los feroces alemanes cayeron de
rodillas llenos de terror. Anticipándose a la ira de sus dioses por este
sacrilegio, los miembros de la tribu estaban seguros de que Bonifacio sería
fulminado por un rayo del martillo de Thor, llamado “Mjolnir”.
Un nuevo árbol
Sin
inmutarse, Bonifacio rompió el silencio. En voz alta, ordenó a miembros de la
tribu arrodillados que miraran de cerca la base del roble talado. Allí,
brotando de la tierra de entre las raíces del árbol de roble, había un tierno y
joven abeto, alto hasta la rodilla.
Bonifacio
explicó Que Odín, Thor y sus otros dioses habían caído con el roble, pero que
el Dios de Bonifacio venía a traerles este pequeño árbol que nunca pierde sus
hojas y está lleno de vida, incluso en pleno invierno. Les explicó que las
hojas de árboles de abeto siempre apuntan hacia el cielo. Les dijo que la hoja
perenne de este árbol tenía que recordarles que el amor del Dios Trino
cristiano para ellos era eterno.
En
la primera Navidad después de este evento, Bonifacio colocó un abeto en el
interior de la iglesia, como símbolo del amor eterno de Cristo.
Gracias
a los esfuerzos de Bonifacio, las tribus germánicas se convirtieron al
cristianismo. Bonifacio, que se había convertido en Obispo de Mainz, más tarde
fundó el monasterio benedictino de Fulda. Vivió la mayor parte de su larga vida
en Alemania, estableciendo el cristianismo allí. Fue martirizado ya anciano,
cuando intentaba llevar a Cristo a las islas de Frisia, en los Países Bajos, el
5 de junio del año 754.
El
deseo de Bonifacio fue que su cuerpo fuera enterrado en Alemania, país cuyo
pueblo había llegado a amar. Así que fue enterrado en la abadía de Fulda. Es
conocido como el apóstol de los alemanes.
Un regalo entre los
pueblos
Desde
que el Príncipe Alberto estableciera por primera vez la tradición de los
árboles de Navidad en Gran Bretaña, un gran árbol se erige cada año en la
londinense Plaza Trafalgar cada año. Desde 1945, el árbol es un regalo de
Noruega en agradecimiento por el apoyo recibido del Reino Unido durante la
Segunda Guerra Mundial.
Es
evidente que los británicos han tomado esta idea alemana en sus corazones, pero
la mayoría no son conscientes de que fue un inglés el que dio la idea a los
alemanes muchos siglos antes, y de que fue un alemán el que les devolvió el
regalo.
Por
Michael Durnan, originalmente publicado por Regina Magazine
Fuente:
Aleteia