Ya que en la vida material encontramos soluciones para hacer
todo más cómodo, ¿no podría ser lo mismo en la vida espiritual?
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Simon - Pixabay |
Ser
cristiano no es fácil. Las exigencias del Señor no siempre son fáciles de
seguir. Sobre el tema del matrimonio, de la verdad, de la vida en sociedad, el
Señor no escatima. Siempre pide más esfuerzos. Él espera muchos de sus
discípulos.
El camino del cristiano está
plagado de misterios de fe y de prácticas difíciles de
explicar,
y aún más de explicarlas a los demás. Empezar a seguir a Cristo y continuar
siguiéndole requiere una gran perseverancia.
¿Cómo es posible que no podamos obtener más fácilmente
resultados en el plano espiritual, cuando lo logramos en otros?
¿No es un poco anticuado
mantener el cristianismo tan complejo cuando existen métodos que facilitan el
uso de tantas cosas con complejos programas informáticos? ¿Por qué no hacer lo
mismo en materia de fe?
Y no hablemos de moralidad:
¿no es ya tiempo de adaptarse a la época? Como todo se hace fácil, facilitemos
la vida cristiana. ¿La desafección de muchas personas con respecto al
cristianismo acaso no proviene del esfuerzo que debe hacerse?
¿Debemos mantener el
listón muy alto?
¿Cómo
quejarse entonces si nadie sigue, o casi nadie?
Imagínate
que estas ideas son menos modernas de lo que parecen. En todas las épocas ha
habido personas que ofrecían versiones más sencillas del cristianismo, una
práctica del Evangelio más asequible y una vida cristiana simplificada.
Nunca
han faltado buenas almas para proponer atajos, un “cristianismo sin
esfuerzo”.
El
cristiano de nuestro tiempo, si es un poco reflexivo y acepta entrar en la
lógica del Señor, se da cuenta de que aunque su vida material sea más fácil, su
vida de fe, su esperanza en la vida eterna y su práctica de la caridad siempre
serán terriblemente exigentes.
No
se trata tanto de buscar la dificultad por ella misma (lo que sería una
debilidad psicológica), sino de atravesar los caminos inevitables que
conducen a una verdadera unión con Dios.
En la vida espiritual,
nada se logrará tomando el camino de la facilidad. El objetivo no está
separado del esfuerzo para alcanzarlo.
Para
hacer una comparación: en las montañas, hay muchas maneras de alcanzar la cima.
Se puede llegar a pie haciendo el esfuerzo de vencer la fatiga y las
dificultades del camino. También se puede acceder en helicóptero, depositándose
en la cima. ¿Lograremos el mismo objetivo?
¿Los
que han llegado a pie y los que han sido depositados, los que ascienden de la
tierra y los que descienden del cielo, viven las mismas experiencias humanas y
espirituales?
¡Cuidado con los atajos!
De todos modos, no hay
helicóptero para ponernos en presencia del Señor en la oración. Siempre tendrás
que tomar la ruta, pagar tú el precio, marchar en la noche de la fe, perseverar
en el esfuerzo, soportar las pruebas, aceptar los fracasos, no parar,
levantarte si te caes, conseguir ayuda del que es más fuerte que tú, y ayudar a
su vez aquel más débil que tú.
Los
que proponen vidas espirituales fáciles son mentirosos o aficionados. Aquellos
que proponen atajos, exenciones, subterfugios o resúmenes, no merecen que le
hagamos confianza. Uno no se hace cristiano burlándose de ello.
Las
etapas que llevan a los adultos al bautismo (el catecumenado) son numerosas y
requieren tiempo. No por el placer de acumular los obstáculos, lo que puede
parecer un elemento disuasorio, sino porque está en la naturaleza de las cosas.
El
Señor Jesús mismo no facilitó la ruta de sus primeros discípulos. Les dijo
claramente que ellos, como Él, debían tomar
su cruz y seguirlo.
Les
dijo que debían servir y no ser servidos. No les ocultaba que para acceder a la
resurrección tendrían que pasar por la agonía, la pasión y la muerte.
No
es de la noche a la mañana como uno se convierte en un hombre de Dios. Se
necesita tiempo. Debemos aceptar las etapas, las progresiones, las
lentitudes, los momentos de desánimo, los fracasos, las obscuridades, las
ilusiones … No buscamos lo difícil por sí mismo. Pero hay dificultades que son
parte integrante de la realidad espiritual.
Para entrar al Reino de
los Cielos, demos de nosotros mismos
Esa es nuestra situación.
Vivimos en un mundo que tiene como objetivo facilitar
todo, y vivimos una fe que nunca será fácil.
Algunos
nos repiten hasta la saciedad excelentes métodos para obtener el mejor
resultado sin tener que pagar el precio. Pero sabemos que no entraremos en la
intimidad de Dios sin pagar por nosotros mismos.
Pero,
después de todo, ¿no es este un buen desafío? ¿No nos llama a lo mejor de
nosotros? ¿No seremos felices cuando ocupemos el lugar reservado para nosotros
en el banquete del Reino para escuchar al Señor decirnos:
“Muy
bien, buen y fiel servidor, has sido fiel por pocas cosas, te confiaré muchas otras;
entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25:21)
Olvidaremos
entonces nuestras penas. Estaremos alegres de haber nacido en el esfuerzo.
“La
mujer que da a luz sufre porque ha llegado su hora. Pero cuando el niño nace,
ya no recuerda su sufrimiento, feliz de que un ser humano haya venido al mundo” (Juan 16:21).
Por
el Hermano Alain Quilici
Fuente:
Aleteia