El año
nuevo es como una página en blanco donde todo debe escribirse
Mirando
el calendario aún en blanco, tratamos de imaginar los acontecimientos que
marcarán los próximos meses. ¿Qué fechas quedarán grabadas para siempre en
nuestros recuerdos, qué alegrías, qué problemas y preocupaciones nos traerá el
próximo 2020?
Nosotros ignoramos lo que
sucederá el año que comienza: en gran parte, no depende de nosotros. Sin
embargo depende de nosotros acogerlo con confianza.
Desde luego, para el año
2020, algunos proyectos ya están tomando forma, se están cumpliendo algunos
plazos: se espera un bebé, un examen a pasar, un matrimonio anunciado…
Las preocupaciones también
se perfilan en el horizonte del año nuevo: la abuela, pilar de la familia,
¿estará aún con nosotros en la próxima Navidad? ¿Tendremos trabajo?
A veces nos gustaría ser clarividentes,
para saber la respuesta a todas estas preguntas.
¿Qué mirada tener sobre el
futuro?
Nosotros no podemos leer el
futuro, sean cuales sean las afirmaciones de la “Señora Pitonisa” y otras
adivinas de buenaventura. Los horóscopos y las predicciones no pueden
esclarecer el nuevo año.
A este respecto, puede valer
la pena recordar que todas las formas de adivinación deben ser rechazadas,
porque son incompatibles con la libertad humana, que por definición es
imprevisible. También ellas están en contradicción con la Fe y la Esperanza
cristianas.
De hecho, la consulta de horóscopos, de la astrología, de la
quiromancia, la interpretación de presagios y hechizos, los fenómenos de la
clarividencia, el recurso a los médiums, encubre una voluntad de poder sobre el
tiempo, sobre la Historia y finalmente sobre los hombres al mismo tiempo que un
deseo de reconciliarse los poderes ocultos. Este deseo no siempre es
consciente, pero es siempre subyacente.
La
actitud cristiana justa consiste en mantenerse con confianza en las manos de la
Providencia con respecto al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al
respecto.
¿De qué nos serviría saber
nuestro futuro con anticipación?
Jesús nos ha dicho y
repetido: “No te preocupes por el día de mañana: el mañana traerá su inquietud;
a cada día le bastan sus penas” (Mt 6,34).
Es bueno planificar,
organizar, especialmente cuando uno está a cargo de una familia, pero
poniéndolo todo en manos de Dios: nuestro seguro a todo riesgo es el amor de
Dios.
Nuestra esperanza descansa
en su Palabra, no en las predicciones de algunos adivinos o los pronósticos de
expertos. En el fondo, si realmente queremos conocer el futuro, ¿no sería esto
por falta de confianza?
Naturalmente, es difícil
esperar sin saber … sin saber si nuestro hijo se recuperará, si un largo
período de desempleo finalmente conducirá a un trabajo estable, si un joven
frágil encontrará su equilibrio, si una pareja al borde de la ruptura tomará el
camino de la reconciliación, o si un niñito a nacer tendrá la discapacidad
anunciada por los médicos.
¿Pero
de qué nos serviría saber antes de la hora? Porque, pase lo que pase, la
gracia nos será dada en el momento cuando la necesitemos. No antes.
¿Qué haremos con esta
nueva página en blanco?
Lo peor, sobre el cual el
maligno tiene más poder, es el imaginario. Cuando nos enfrentamos con la
realidad, podemos luchar, luchar y hacer frente. Pero en el imaginario, la
ansiedad puede extenderse hasta la desesperanza, sin que podamos controlarla. Y
la gracia de Dios, ella, no es imaginaria, sino muy real.
¿Qué pasará este año? Lo
ignoramos. Pero qué importa, en el fondo. La verdadera pregunta, la única que
finalmente importa, porque la respuesta depende de nosotros, no es: ¿qué
pasará? Pero: ¿qué haremos?
Ciertos eventos ocurrirán
sin que podamos modificarlos, en cualquier caso, no de manera directa e
inmediata. Ellos nos serán impuestos desde el exterior, pero seremos libres de
acogerlos con confianza y determinación en lugar de someternos a ellos. Seremos
libres de vivirlos en la esperanza, en lugar de verlos como una fatalidad
inexorable.
Que nuestro año sea duro,
doloroso, lleno de pruebas, o que el sea sembrado de alegrías, de buenas
sorpresas, de eventos felices, él será hermoso y fructífero si lo vivimos con
Dios, en Él y para Él. No es una fórmula piadosa, es la realidad a la que
estamos llamados.
Christine
Ponsard
Fuente:
Aleteia