Pasos: arrepentimiento, aprender a transfigurarse en Cristo, seguir el ejemplo de los Santos y reflexionar
PASOS PARA LA CONVERSIÓN
Un segundo paso, aprender
a transfigurarse en cristo
Mucho
hablamos de imitar a Cristo, de transformarse en Cristo o transfigurarse con
Cristo. En efecto nuestro camino a la conversión y a nuestra santificación
consiste en conocer a Cristo, y luego tener una nueva forma de vida, como la de
Cristo. Al leer los Evangelios, las Epístolas de San Pablo o la vida de los
santos, encontramos que este es el ideal que está presente, y no es otro
que vivir en Cristo; transformarse en Cristo. San Pablo, un enamorado de Cristo
escribe: «Nada juzgué digno sino de conocer a Cristo y a éste crucificado» (1Cor 2,2)... «Vivo yo, ya no yo, sino Cristo vive en mí» (Gál 2,20).
La
tarea de todos los santos es realizar en la medida de sus fuerzas, según la
donación de la gracia, diferente en cada uno, el ideal de san Pablo, vivir la
vida de Cristo. Imitar a Cristo, meditar en su vida, conocer sus ejemplos.
Muchos
artículos escribió San Alberto Hurtado, un santo de nuestro tiempo,
grande fue y es su obra, su trabajo fue tan impresionante como su legado, pues
lo que dejó y transmitió a sus sucesores y a su pueblo, como una tarea de amor
total, a continuación, reproduzco lo que él nos enseña de la forma errada y cuál
es la solución para transformarse en Cristo.
San Alberto Hurtado,
algunas maneras erradas de transfigurase en Cristo: (Tomado de conferencia a alumnos y profesores de la
universidad católica en 1940, documentos del centro de estudios y documentación
“Padre Hurtado U.C. de Chile)
“Para
unos, la imitación de Cristo se reduce a un estudio histórico de Jesús. Van a
buscar el Cristo histórico y se quedan en Él. Lo estudian. Leen el Evangelio,
investigan la cronología, se informan de las costumbres del pueblo judío... Y
su estudio, más bien científico que espiritual, es frío e inerte. La imitación
de Cristo para éstos se reduciría a una copia literal de la vida de Cristo.
Pero no es esto. Para otros, la imitación de Cristo es más bien un asunto
especulativo. Ven en Jesús como el gran legislador; el que soluciona todos los
problemas humanos, el sociólogo por excelencia; el artista que se complace en
la naturaleza, que se recrea con los pequeñuelos... Para unos es un artista, un
filósofo, un reformador, un sociólogo, y ellos lo contemplan, lo admiran, pero
no mudan su vida ante Él. Cristo permanece sólo en su inteligencia y en su
sensibilidad, pero no ha trascendido a su vida misma.”
“Otro
grupo de personas creen imitar a Cristo preocupándose, al extremo opuesto,
únicamente de la observancia de sus mandamientos, siendo fieles observadores de
las leyes divinas y eclesiásticas. Escrupulosos en la práctica de los ayunos y
abstinencias. Contemplan la vida de Cristo como un prolongado deber, y nuestra
vida como un deber que prolonga el de Cristo. A las leyes dadas por Cristo
ellos agregan otras, para completar los silencios, de modo que toda la vida es
un continuo deber, un reglamento de perfección, desconocedor en absoluto de la
libertad de espíritu. El foco de su atención no es Cristo, sino el pecado. El
sacramento esencial en la Iglesia no es la Eucaristía, ni el bautismo, sino la
confesión. La única preocupación es huir del pecado. E imitar a Cristo para
ellos es huir de los pensamientos malos, evitar todo peligro, limitar la
libertad de todo el mundo y sospechar malas intenciones en cualquier
acontecimiento de la vida. No; no es ésta la imitación de Cristo que
proponemos. Esta podría ser la actitud de los fariseos, no la de Cristo.”
“Para
otros, la imitación de Cristo es un gran activismo apostólico, una
multiplicación de esfuerzos de orientación de apostolado, un moverse
continuamente en crear obras y más obras, en multiplicar reuniones y
asociaciones. Algunos sitúan el triunfo del catolicismo únicamente en actitudes
políticas. Para otros, lo esencial una gran procesión de antorchas, un meeting
monstruo, la fundación de un periódico... Y no digo que eso esté mal, que eso
no haya de hacerse. Todo es necesario, pero no es eso lo esencial del
catolicismo.”
San Alberto hurtado, no
solo nos dice la forma errada, sino que nos dice cuál es la verdadera solución
para transfigurase en Cristo.
“Nuestra
religión no consiste, como en primer elemento, en una reconstrucción del Cristo
histórico; ni en una pura metafísica o sociología o política; ni en una sola
lucha fría y estéril contra el pecado; ni primordialmente en la actitud de
conquista. Nuestra imitación de Cristo no consiste tampoco en hacer lo que
Cristo hizo, ¡nuestra civilización y condiciones de vida son tan diferentes!
Nuestra
imitación de Cristo consiste en vivir la vida de Cristo, en tener esa actitud
interior y exterior que en todo se conforma a la de Cristo, en hacer lo que
Cristo haría si estuviese en mi lugar.
Lo
primero necesario para imitar a Cristo es asimilarse a Él por la gracia, que es
la participación de la vida divina. Y de aquí ante todo aprecia el bautismo,
que introduce, y la Eucaristía que alimenta esa vida y que da a Cristo, y si la
pierde, la penitencia para recobrar esa vida...
Y
luego de poseer esa vida, procura actuarla continuamente en todas las
circunstancias de tu vida por la práctica de todas las virtudes que Cristo
practicó, en particular por la caridad, la virtud más amada de Cristo.
La
encarnación histórica necesariamente restringió a Cristo y su vida divino–humana
a un cuadro limitado por el tiempo y el espacio. La encarnación mística, que es
el cuerpo de Cristo, la Iglesia, quita esa restricción y la amplía a todos los
tiempos y espacios donde hay un bautizado. La vida divina aparece en todo el
mundo. El Cristo histórico fue judío vivió en Palestina, en tiempo del Imperio
Romano. El Cristo místico es chileno del siglo XX, alemán, francés y
africano... Es profesor y comerciante, es ingeniero, abogado y obrero, preso y
monarca... Es todo cristiano que vive en gracia de Dios y que aspira a integrar
su vida en las normas de la vida de Cristo en sus secretas aspiraciones. Y que
aspira siempre a esto: a hacer lo que hace, como Cristo lo haría en su lugar. A
enseñar la ingeniería, como Cristo la enseñaría, el derecho..., a hacer una
operación con la delicadeza de Cristo..., a tratar a sus alumnos con la fuerza
suave, amorosa y respetuosa de Cristo, a interesarse por ellos como Cristo se
interesaría si estuviese en su lugar. A viajar como viajaría Cristo, a orar
como oraría Cristo, a conducirse en política, en economía, en su vida de hogar
como se conduciría Cristo.
Esto
supone un conocimiento de los evangelios y de la tradición de la Iglesia, una
lucha contra el pecado, trae consigo una metafísica, una estética, una sociología,
un espíritu ardiente de conquista... Pero no cifra en ellos lo primordial. Si
humanamente fracasa, si el éxito no corona su apostolado, no por eso se
impacienta. La única derrota consiste en dejar de ser Cristo por la apostasía o
por el pecado.
Este
es el catolicismo de un Francisco de Asís, Ignacio, Javier, y de tantos jóvenes
y no jóvenes que viven su vida cotidiana de casados, de profesores, de
solteros, de estudiantes, de religiosos, que participan en el deporte y en la
política con ese criterio de ser Cristo. Éstos son los faros que convierten las
almas, y que salvan las naciones”.
Por: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Fuente: Catholic.net