Sí,
es posible. Pero es una obra de Dios que actúa sobre el paso
previo que tengo que dar.
Miro mi corazón que sangra por la herida y
me pregunto: ¿Quiero vivir siempre con rencor? Y si
perdono, ¿significará que no le doy importancia a lo que hicieron conmigo?
No. El perdón me sana a mí mucho más que a
quien lo recibe. No importa si el otro sabe o no. No necesito contárselo
a nadie. Pero sí necesito perdonar.
Me levanto y le digo a Jesús que sí, que
quiero perdonar al que me ha hecho daño. A mi hermano que, queriendo o sin
querer, hirió mi alma.
Lo perdono por lo que hizo ese día, por lo
que dijo, por lo que pensó, por lo que me demostró con sus omisiones, con sus
ausencias.
El perdón es una purificación del alma. Necesito
perdonar. ¿Podré hacerlo? ¿Será Jesús capaz de perdonar en mi
interior?
No es tan sencillo. Mi
corazón se rebela y no acepta esa supuesta sumisión del perdón. ¿No
quedará su daño impune? ¿Y si lo vuelve a hacer con otro?
Mejor que sufra lo mismo que yo. Que sufra
más porque es culpable.
El
perdón parece un indulto . Y eso no lo quiero. Deseo que pague todo el mal que me ha
hecho. ¿Cómo puedo perdonar cuando la rabia me consume?
No lo sé, pero sé que sin
perdón no puedo empezar de nuevo a caminar. Sin el perdón no me siento en paz
ante el altar mientras recibo a Jesús en mi alma. Sin perdón no puedo caminar
tranquilo por los bosques, por los mares.
Es como un veneno que me quita la alegría y
la paz. Vivo lleno de rencor cada vez que vuelvo a recordar . Quisiera cambiar mi
historia. Ese día de mi pasado. El día de la ofensa, el del abuso, el de la
palabra hiriente.
Quiero borrarlo de un plumazo y olvidar.
Pero no puedo. Me pesa mi pasado como una losa y no avanzo.
Un
cambio, una confianza
Hoy me levanto de nuevo y
comienzo el camino del perdón. Miro a lo más alto y recuerdo las palabras de
Dom J.B. Chauchard:
“Fíjense
la meta más alta. Háganlo sin vacilaciones, y se asombrarán de los resultados”.
Le pido a Jesús que me ayude porque sólo Él
puede hacer posible lo imposible y hacer accesibles metas tan lejanas.
Al mismo tiempo miro a mi
alrededor. Otros tienen quejas contra mí. No me
perdonan porque he hecho daño incluso sin saberlo.
Actué
movido por mi orgullo, por mi vanidad. Desprecié al débil, ofendí al que no sabía,
ignoré al que buscaba mi cariño.
Tal vez incluso no me sienta culpable. O no
sepa bien de qué se me acusa. No importa. El daño subjetivo que he causado es
verdadero.
Miro en mi corazón que es torpe y no lo
hace todo bien. He causado daño. Hay víctimas que han sufrido mi desprecio, mi
desinterés, mi abuso de poder, mi ofensa involuntaria.
Miro a mi alrededor en mi familia, mi
cónyuge, mis hijos, mis amigos, mis empleados, mis jefes. Miro a todos los que
han caminado conmigo.
Miro
las ofensas que he causado. Tengo que aprender a pedir perdón. Es tan sano… Decía el
papa Francisco en Amoris Laetitia :
“Es
importante orientar al niño con firmeza a que pida perdón y repare el daño
realizado a los demás”.
Quiero aprender a reconocer mi culpa. Nunca
la culpa es sólo de los otros. Yo tengo mi responsabilidad. Pedir perdón y
perdonar son pasos fundamentales en el amor.
Y aquí una gran clave que ayuda a perdonar,
y que tiene que ver con la memoria. Me es más fácil perdonar al que me ofende
cuando recuerdo las ofensas que otros me han perdonado . En amistades de mi vida,
en mi familia.
Leía el otro día:
“Hay
un tipo de amistad así. Que comparte miradas y proyectos. Que perdona, porque
se sabe perdonada por el que es mayor”.
El amor verdadero, ese amor con el que sueño es
misericordioso y perdona. Y a la vez pide perdón porque reconoce con humildad
que no lo hace todo bien.
Fallo
en las formas y peco por omisión. Son mis pecados más numerosos. La culpa por
lo que no he hecho bien me invade y me hace daño. Pedir perdón me hace tomar
conciencia de que soy pequeño y frágil.
¿A
quién he hecho daño en el último tiempo? ¿Quién tiene algo contra mí? Miro mi vida con
honestidad y veo las cosas que no están bien.
Quiero reconocer mi culpa y pedir perdón.
Pero no de pasada, sino en serio, desde dentro, con una humildad verdadera .
Quiero estar en paz cuando vaya al
encuentro con Jesús. En paz cuando me encuentre ante el altar. En paz con mis
amigos, con mis hijos, con mis padres, con mi cónyuge, con mis hermanos, con
los que dependen de mí.
En paz
con todos. Reconciliado, perdonado.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia