Alguien va a acabar con todos tus fantasmas y tus miedos
![]() |
pixabay |
Aprender
a amar lleva toda una vida, cuesta mucho. Me lo explican de tantas formas
posibles y no aprendo. Quizás no lo escucho o pienso que no me hace falta
todavía. Mientras sigo mi camino. Y trato de amar a mi manera.
¿Cómo es ese amor que
entrego tantas veces de forma tan torpe? En la película Rocketman, una película musical
basada en la vida de Elton John, el protagonista recuerda lo que le decía
a su padre siendo él un niño:
“¿Cuándo
me vas a abrazar?”.
Y el padre le respondía:
“Niño,
no seas blando”.
Ese
niño sólo quería ser amado, abrazado por su padre. Esa herida le acompañará
toda su vida. Gracias a su genio musical logró todo lo que quería, menos que lo
amaran de forma sana.
Él
sólo quería simplemente ser amado por alguien. ¿Tan difícil resulta recibir un
abrazo? ¿Tanto me cuesta que me abracen? ¿Tan
difícil es decir te quiero, creo en ti, confío en tus palabras y abrazar?
Quizás
necesito volver a mi interior para abrazar al niño herido que llevo dentro. Ese
niño que confiaba y recibió rechazo, soledad, desprecio. Ese niño en el que no
creyeron y dejaron abandonado cuando más necesitaba ser abrazado.
Tengo
que volver a encontrarme con mi niño que me lleva de la mano por las ruinas de
mi historia. Me
muestra mis propios fantasmas para que deje de tenerles miedo.
Y me abraza a mí que ya soy
grande. O yo a él para que confíe de nuevo y se sienta en casa. Es ese niño que
habita en mi alma oculto dentro de mis miedos.
Y yo le digo hoy que no
tiene nada que temer. Que la batalla final está ganada. Y las
derrotas son siempre pasajeras. Me gusta lo que decía G. K.
Chesterton hablando de los cuentos de hadas:
“Los
cuentos de hadas no dan al niño su primera idea de los fantasmas. Lo que los
cuentos de hadas dan al niño es su primera idea clara de una posible victoria
sobre el fantasma. Nosotros hemos conocido íntimamente al dragón desde siempre,
desde que supimos imaginar. Lo que el cuento de hadas hace es proporcionarnos
un san Jorge capaz de matar al dragón”.
El
cuento de hadas me ayuda a confiar desde mi impotencia. Me hace creer en ese
poder invisible que puede vencer todo ese mal que mi corazón imagina.
Pienso en el poder de Dios.
Y me adentro en mi interior para abrazar mi
historia, a
ese niño que necesita un abrazo para que se calmen sus miedos.
Yo tengo mucho de ese niño
asustadizo. Oculto entre las bambalinas de mi vida. Ese niño que sueña con
hadas que vencen los fantasmas acabando con los miedos.
Vivir
con miedo es vivir a medias. Vivir sin un abrazo es vivir sin amor. Vivir sin
reconocer al niño que habita en mi alma es vivir de espaldas a mi pasado, a mi historia santa.
Vuelvo a mirarme en esas
fotos de niño ya gastadas. Miro mis ojos abiertos y mi sonrisa franca. Quiero
recuperar la ternura e inocencia con la que recorría mis pasos cargando
piedras, seguro de mis fuerzas, de la fuerza de los míos. Valiente en mi
cobardía. Temeroso en mis actos valerosos.
Me gusta detenerme antes
esas fotos añejas. Esperando sin lograrlo a que se mueva ese niño, esa madre,
el padre o la hermana.
Esperando a que surja una
voz del papel gastado. O se desprenda el olor de esos lugares que tan bien
recuerdo. Y cobre vida ante mí toda mi infancia pasada. Llena de abrazos y
sueños. De sonrisas y de lágrimas.
Porque todo tiene un poco de
ambas realidades. El dolor y la alegría. La paz y la
guerra en el alma. Y la vida que fluye entre los dedos mientras yo abrazo el
presente y el pasado de mis días.
Y sonrío al ver que todo
influye y a la vez no es definitivo. Puedo
sentirme amado. Una y otra vez. Siempre de nuevo. Puedo
dar los abrazos recibidos o los que no me dieron.
Puedo vestirme de trajes de
gala y vencer con mi armadura el poder de los fantasmas. Puedo dibujar contra
el negro los colores más vivos. Entonar
mil canciones que llenan de vida el alma. Pierdo el miedo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia