“El
confinamiento es un aprendizaje, hay que habitar el tiempo, vivirlo en el
instante y no permitir que fluya de forma informe”
![]() |
roman tohtohunov | Shutterstock |
Aunque hay muchos
expertos en confinamiento, son los monjes y las monjas quienes optaron por este
estilo de vida… ¡libremente y con conocimiento de causa! Hemos tenido la
oportunidad de pedirle a uno de ellos algunos consejos para vivir mejor este
periodo inédito que no debe ser sinónimo de pasividad, sino de disciplina.
También en la abadía de Saint Wandrille, en el
norte de Francia, viven tiempos de confinamiento. La tienda ha cerrado las
puertas, los últimos huéspedes se marcharon hace unos días y los monjes, para
rezar juntos, ocupan uno de cada dos asientos en el coro, en disposición de
quincunce y a lo largo de cuatro hileras en vez de dos.
Por el
momento no hay enfermos en esta comunidad de treinta frailes de entre 24 y 93
años. Según nos asegura de inmediato uno de ellos, “para nosotros no ha cambiado gran cosa,
salvo quizás el paseo fuera del claustro que debíamos haber hecho para mediados
de Cuaresma”.
“Y luego, en
un monasterio, todo se hace en el mismo lugar, la regla de san Benito lo tiene
todo previsto, incluso confinados, tenemos un claustro de catorce hectáreas,
grandes pasillos, un refectorio majestuoso…”. Parece fácil, entonces, respetar
la distancia de “un metro”.
Habitar el tiempo…
Así que, según estos expertos, ¿cuáles son
los secretos para vivir un “buen” confinamiento? “El confinamiento es un aprendizaje, hay que
habitar el tiempo, vivirlo en el instante y no permitir que fluya de forma
informe”, explica el monje de Saint Wandrille.
En la vida de los monjes, es
bastante fácil implementar esto con la ayuda de una vida marcada por el ritmo de los
oficios. “Dios se da en el instante presente,
¡incluso en tiempos de crisis!”.
Pero para los otros confinados,
también hay que aprender a vivir el momento presente,
y este es el primer pilar de la vida confinada.
“Concentrarse en lo que se esté
haciendo, en el instante, y cuando el momento haya pasado, detenerse para pasar
a otra cosa, esta es una forma constructiva” de pasar el tiempo…
… con disciplina
El segundo pilar de la vida confinada es la
disciplina. “Paradójicamente, un tiempo de confinamiento puede ser un tiempo de
dispersión y de ansiedad, sobre todo en las redes sociales, que
consumen tanto tiempo”.
Sorprende oír hablar a este
monje, “aislado del mundo” desde hace diez años, explicando con claridad y gran
conocimiento el mundo de Facebook, Twitter e Instagram, donde tantos de
nosotros malgastamos el tiempo.
“La libertad interior puede ser
exterminada por la vacuidad de Internet
igual que por la ausencia de disciplina”. Por tanto, hay que jerarquizar lo
importante y no desviarnos con lo
que nos aleja de ello.
El hombre debe seguir siendo
dueño de sí mismo, aceptar su debilidad, pero también dominarse.
Así que, volviendo a las
pantallas que a todos nos parecen indispensables para no estar aislados del
mundo en este periodo de confinamiento, podemos usarlas, pero con buen criterio.
“¡El rosario en directo con el
Papa en la página web del Vaticano no es tiempo perdido! Pero son 30 minutos,
no tres horas actualizando la página de Twitter…”.
Así que la relación con el tiempo es el
auténtico desafío de este confinamiento. Encontrar una disciplina
en el horario de la jornada, en una dedicación
del tiempo prevista con antelación para dar ritmo al
día.
“Este confinamiento puede ser
una oportunidad para hacer las cosas de otra manera, para replantearse las
prioridades de la vida”. Y plantearse también preguntas pertinentes, como “¿qué
hábito no tengo y que podría adquirir ahora?”.
Permanecer en comunión
La otra necesidad que este confinamiento
pone de relieve es la necesidad esencial de que las personas estén en comunión.
“El confinamiento afecta a nuestro deseo de sociabilidad,
un deseo que también hay que cultivar”.
Una vez más,
nada vale más que el contacto humano, en estos
momentos el teléfono, la voz, que comunica más que
un medio social. ¡Prueba de ello son las numerosas y creativas iniciativas
entre vecinos y feligreses!
Por último,
si hiciera falta convencerse más, conviene saber que incluso los ermitaños se
imponen una disciplina diaria. Y en lo que respecta a la comunión con los
demás, ¡la viven a través de la unión por la oración!
Ahí está el
secreto, vivir en comunión con los demás, por alejados que estén. Y pensar
también en quienes viven “la doble pena”, como las personas sin hogar, por
ejemplo. “No descuidemos nunca la fuerza de la oración y la comunión
de los santos”, concluye nuestro monje francés.
Bérengère Dommaigné
Fuente: Aleteia