El cristianismo no es un conjunto de ideas ni de normas, sino una relación
de amor que lo impregna todo y llena la vida de esperanza
![]() |
| Oleksandr Yakoniuk | Shutterstock |
¿Cómo ponerle
palabras a lo que habita mi alma? ¿Cómo encauzar las aguas de mi espíritu?
¿Cómo contener el fuego de mi interior?
Bullen en mi
corazón mil sentimientos sin nombre. Tantos abrazos contenidos y palabras
calladas.
En ese mar
inmenso de mi interior no sé cómo ponerle palabras a la vida. No sé
si merece la pena hacerlo. Para entender mejor cómo seguir el camino, cómo
emprender un nuevo viaje.
En la oscuridad
no sé bien los pasos que dar. Cuando irrumpe el Espíritu en mi alma veo con
algo más de claridad. Dice la Biblia:
«Esforcémonos
por conocer al Señor. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra».
Quiero conocer
más a Jesús, amarlo más. Quiero estar con Él. Leía el otro día:
«Para
encontrarnos con Él no tenemos que salir del mundo, sino acercarnos a Jesús.
Para conocerlo no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús,
comulgar con Él».
Necesito
acercarme más a Jesús en mi corazón, en mi vida cotidiana. Una pregunta surge
en mi interior mirando este tiempo vivido:
«¿Qué hubiera
hecho de forma distinta?».
O quizás lo más
fundamental:
«¿Para quién
he vivido?».
Miro a Jesús en
medio de mi vida detenida, cuando se abren caminos hacia una nueva normalidad.
Me pregunto qué tengo que cambiar en mi interior, qué podía haber hecho de otra
forma.
Tengo miedo y
me asusta que todo siga como antes. Viene el Espíritu a mi vida y nada parece
cambiar. ¿Por quién vivo?
Quiero amar a
Jesús con todas mis fuerzas, pero veo con tristeza que nada es diferente en mi forma de ver la vida, en mi forma de darme y actuar.
Sólo soy uno
más igual a todos en medio de un mundo masificado. Me siento tan humano, tan
necesitado de redención…
Veo que todos
mis miedos son comunes, mis pasiones parecidas y mis egoísmos compartidos con
muchos.
Digo que llevo
a Jesús en mi alma, pero tan solo lo tengo metido en mi cabeza, sólo algunas
ideas y normas éticas que tengo que cumplir.
El Espíritu
Santo no ha logrado vencer las barreras que cierran las puertas de mi corazón.
He puesto demasiados seguros para vivir protegido sin que nadie altere mis
planes.
Siento que
muchas emociones viven en mi alma. No logro ponerles nombre ni darles un
sentido, no encuentro una explicación que me convenza.
«Dios ha venido
a habitar en el corazón humano, y sentimos un vacío interior insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros, y parece estar totalmente ausente
en nuestras relaciones. Dios ha asumido nuestra carne, y seguimos sin saber
vivir dignamente lo carnal».
Es curioso este
Jesús que quiere entrar dentro de mí y no logra cambiar mis categorías, mis
principios, mi forma de pensar.
Yo me limito a
encasillar a Dios en alguno de esos conceptos que me he creado. Lo limito en forma de normas asibles que puedo obedecer. Lo someto
para que mi Dios sea manso.
Y a la vez le
tengo miedo porque he puesto en Él sentimientos que yo albergo en mi alma.
Quiero la perfección y digo que Dios es perfecto a mi manera. Amo la obediencia
en los demás y digo que Dios sólo quiere que obedezca sus normas.
Me gusta el
orden y el control y digo que Dios es un controlador perfecto que sueña con un
orden donde nada esté fuera de su lugar.
Me olvido de
esos rasgos de Dios que se me han desvanecido del alma. Olvido su
mansedumbre, su bondad, su humildad, su pobreza, su sencillez, su alegría, su
misericordia.
Me importa más
elogiar al que cumple que salvar al que se aleja. Vivo más feliz abrazando al
puro que tratando de atraer al corazón de Dios al que ha pecado y se siente
culpable.
Me entretengo
peinando a las ovejas que tengo seguras antes que aventurarme a buscar a esa
oveja perdida.
Intento cumplir
con todas mis obligaciones antes de dejarme llevar por la fuerza del Espíritu
que me conduce sin un rumbo claro y me libera de mis
seguridades.
Vivo esperando
a que vengan los que buscan a Dios en lugar de creer en un Dios que sale a
buscar a los perdidos por los caminos, arriesgándose al rechazo y a la burla.
Quiero que el
Espíritu de Dios cambie mi corazón herido. No para que deje de estar herido.
Sino para que viva feliz en medio de sus límites, abrazando su propio
pecado, alegre de poder tocar tanto amor en su vida cotidiana.
Quiero
agradecerle a Dios ese cuidado suyo que no olvida mi nombre y pasa por alto
todas mis ofensas. Me mira conmovido mientras me arrastro por la vida.
Antes de
comprender la importancia del perdón, Él ya me ha perdonado. Yo no me perdono,
pero Él ha creído en mí desde el comienzo.
Conoce mis
miedos y emociones confusas. Sabe de mis planes retorcidos y egoístas. Ha visto
el mal en mis ojos y en medio de su amor quiere que vuelva a vivir desde mis
caídas.
Quiere que
vuelva a creer en mí cuando yo mismo dejé de creer hace tanto. Viene a habitar
mi alma para que nada más pueda quitarme la paz. Asume todos mis miedos
y emociones para que pueda beber tranquilo en medio de sus aguas.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






