Mi forma
de amar libera o esclaviza
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La
libertad es un don, es un logro en la lucha de la vida. Sueño con llegar a
sentirme libre para hacer lo que sueño, lo que desea mi corazón. Libre para
amar sin miedo, hasta el extremo.
No hay nada tan poderoso como el amor. Nada
tan liberador como saberme amado de forma incondicional, por lo que soy, no por
lo que hago.
Mi forma de amar libera o esclaviza a
otros. Lo tengo
claro. Mi forma madura o enferma de entregar la vida a alguien. Mi forma madura
o herida de mirar el alma de aquel a quien amo.
El amor tiene un poder infinito que logra
sacar lo mejor del otro. Pero si no sé amar, o amo de forma enfermiza,
esclavizo, creo personas
dependientes porque yo mismo dependo del amor que recibo.
Instintos y voluntad
Quiero ser libre al amar y al ser amado.
Libre en la vida para tener la paz que sueño. Libre de cadenas y
esclavitudes. ¿Y todas
esas normas y prohibiciones que me impiden hacer todo lo que deseo?
Hacer lo que deseo parece ser la expresión
máxima de la libertad. Pero no lo es. Puede ser que haya deseos en mi
corazón que proceden de mi esclavitud y no me liberan.
Mis instintos son fuertes en el corazón y
muchas veces me encuentro preso de su poder, sin hacer lo que realmente quiero. Hago sólo lo que instintivamente
deseo, y no por eso me siento libre, más bien todo lo contrario.
Pero reprimir los instintos tampoco me trae la paz. ¿Cómo se puede
educar el corazón para que sea libre de verdad? Es la
tarea de toda mi vida, lo sé.
A veces siento que soy más libre. Otras
veces vuelvo a acariciar las cadenas en mi alma y me turbo.
Obediencia libre
¿La obediencia es expresión de libertad? Obedezco porque he elegido el camino
de la obediencia. Nadie me impone su voluntad sin mi permiso.
Al obedecer yo le he dado poder sobre mi
vida alguien. He prometido obediencia a mi superior y soy libre cada vez que
elijo de nuevo obedecerlo. Eso no me hace esclavo, libera mi alma.
¿Dónde está esa línea sutil que no quiero
traspasar por obediencia, por amor, por necesidad? Elijo lo correcto, el bien y eso me hace
libre.
¿Y cuando hay varios bienes posibles en
juego? ¿Soy libre para elegir el bien que yo deseo? No todos los bienes me
convienen y no me resulta fácil escrutar el corazón.
¿Impera el miedo a desagradar al que es
autoridad para mí? ¿Actúo movido por el miedo o por el amor? ¿Elijo libremente aquello que me
piden?
¿Me siento libre para elegir otro camino,
tomar otra decisión posible, aunque no sea la que otros desean para mí?
El miedo a desilusionar a quien me ama
puede ser muy grande. O el mismo miedo a perder a quien yo amo. No es tan fácil el juego de la libertad
en la vida.
Elegir el bien que me hace crecer como
persona. Saber que en ese bien nadie me obliga. Soy libre para elegirlo, para
dejar otras cosas de lado, para renunciar a lo que no es para mí un camino de
felicidad.
Saber dirigir
No quiero que nadie experimente falta de
libertad ante mí. Es lo que más me dolería, quiero ser prescindible. Decía el
padre José Kentenich hablando del educador que ama de forma sana:
«Debo lograr hacerme ‘dispensable’. Es
decir, debo poner en juego todos los medios necesarios para que los míos
lleguen a existir sin mí: debo hacerme innecesario»[1].
Me hago prescindible, no dependen de mí, no
necesitan que les diga en cada caso lo que tienen que hacer. Es cierto que a
veces no es fácil tomar la decisión correcta y saber elegir lo que me conviene.
No sé muy bien si estoy optando por lo que
me conviene, por lo
que me hace mejor persona, más sano, más sabio, más de Dios.
El Espíritu Santo tiene que suscitar en mi
corazón la verdad sobre mi vida para elegir lo correcto para mí. Quiero
aprender a educar personalidades libres como hizo el Padre Kentenich en su
vida.
No es tan sencillo dejar que el corazón se
apegue en lo humano para luego volar al cielo libremente. Parece como si ese apego me hiciera esclavo
temporalmente de aquel al que amo.
Es el camino para crecer en el amor y ese
amor me hará libre.
En libertad aprendo a ser hombre, a
renunciar a lo que no puedo poseer. A aceptar las cosas como son, en su verdad.
Libertad interior
Me hago libre para seguir el camino que me
hace más hombre y más de Dios. No
dejo que me impongan los puntos de vista que no comparto violentando mi
libertad.
Acepto las críticas como un camino de
crecimiento. Me hago libre de la opinión de los que me rodean sin querer ser
aceptado por todos. Valoro las opiniones de los que amo como una voz de Dios
que intento interpretar.
Elijo no actuar movido por el miedo al
rechazo, al abandono, al juicio. Esos motivos me hacen esclavo y no libre.
Quiero ser libre para elegir el amor y
rechazar el odio. Libre para entregar la vida, aunque mi instinto de
supervivencia me pida que me reserve y guarde para mi comodidad.
No le doy a nadie un poder exagerado sobre
mi vida, para ser independiente.
No quiero depender totalmente de nadie, aun sabiendo que el amor me hace
dependiente del amor que recibo.
No quiero abusar del poder que tengo sobre
otros. Ni dejar que nadie abuse incluso sin quererlo del poder que tiene sobre
mí.
Esa libertad es un don de Dios que deseo
cuidar como lo más sagrado. No
me quitan la vida, la entrego libremente, es lo que Jesús me ha enseñado.
Quiero dejar a un lado esas esclavitudes
sutiles que anidan en mi alma. Ni la pereza, ni la desidia, ni el egoísmo, ni
el odio van a tener en mi corazón más peso que el amor que he recibido y el
amor que quiero dar.
Quiero una vida plena que veo en los
santos. Esa santa indiferencia ante las circunstancias adversas. Esa capacidad
para entregar los miedos y no actuar nunca movido por el temor. Esa libertad
santa. Quiero ser libre
para elegir el bien que me hace plenamente hombre.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia