El ser humano permanece siempre abierto al crecimiento interior, al
perfeccionamiento como persona.

Ahí, en tu corazón, decides si levantas el vuelo o te quedas en tierra; si vuelas
con rumbo o vas a la deriva del viento; si vuelas alto o bajo; si vuelas lejos
o te quedas revolando sobre restos putrefactos. Por eso, más allá de la
polémica de Jesús con los fariseos y su tradicional hipocresía, me parece que
el evangelio de hoy nos grita a todos ¡cuida tu corazón!
¿Qué es el corazón?
El pensamiento griego –particularmente Aristóteles– separa como esferas
distintas de la persona, aunque íntimamente relacionadas, sensibilidad,
emotividad, afectividad, inteligencia y voluntad.
El pensamiento hebreo, en cambio, mucho más sintético y vivencial, concentra
todas estas dimensiones en el corazón de la persona.
Así, para la Biblia, el corazón es la sede no sólo de los sentimientos y
afectos, de los sueños y proyectos, sino también de las grandes decisiones
morales. Todo "se cocina" ahí dentro.
Corazón y moralidad
En el Evangelio de hoy, Jesús insiste, particularmente, en el corazón como
centro de la moralidad del ser humano. Ahí donde decidimos nuestra calidad,
estatura y valor como personas. Porque la esencia de la persona humana, a
diferencia de la de los animales y las cosas, es una esencia abierta.
El ser humano permanece siempre abierto al crecimiento interior, al
perfeccionamiento como persona. Más aún, dicho crecimiento es una ley interior,
un mandato inscrito en su propia esencia. Por eso en nuestro corazón resuena
siempre una voz que nos dice: "¡Sé más!". So pena de ser menos.
El ser humano no puede seguir siendo el mismo con el paso del tiempo: o crece y
mejora, o empeora; o se humaniza más o se deshumaniza. Lo explicaba el filósofo
español José Ortega y Gasset: «Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre,
no puede "destigrarse", el hombre vive en riesgo permanente de
deshumanizarse». La dignidad moral del ser humano radica, en definitiva, en esa
posibilidad de ser más o ser menos persona.
Y para Jesús, el ser más o ser menos persona se juega en el corazón. «No es lo
de fuera lo que mancha al hombre; es lo que sale del hombre lo que mancha al
hombre». Ahí, en el sagrario íntimo de tu corazón, es donde tú decides quién
realmente quieres ser.
La maldad del corazón
El corazón humano puede llegar a ser muy bueno. El pecado original introdujo la
malicia en el corazón humano. Sin por ello eliminar la aspiración congénita del
corazón a la verdad, a la bondad, a la belleza. Por eso, en el corazón humano
tantas veces se dan cita lo mejor y lo peor de cada persona. Tristemente, con
frecuencia ha prevalecido la maldad.
El profeta Jeremías dejó constancia de esta realidad: «El corazón es lo más
retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?» (Jer. 17, 9). Y Jesús, en el
Evangelio de hoy, apunta en la misma dirección: «Porque de dentro, del corazón,
salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios,
avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia,
insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre»
Corazón y libertad
Como vimos, en realidad cada uno decide qué cocina en su corazón: Si
intenciones buenas, nobles, generosas, altruistas, bondadosas. O intenciones
malas, mezquinas, egoístas, amargas. Y, en particular, tú decides, en cada
momento, qué haces con lo que te llega de fuera o con lo que te brota de
dentro.
De fuera pueden venir tentaciones, ofensas, agresiones, olvidos. De dentro
pueden venir malas inclinaciones, pasiones desordenadas, emociones
descontroladas. Tú decides qué haces con todo ello. Puedes sentir la fuerza de
las tentaciones o de las malas inclinaciones, pero tu corazón tiene siempre la
suprema libertad de consentir o no.
Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra austriaco, célebre por su experiencia en
los campos de concentración nazis, solía fortalecer su corazón durante el
cautiverio con lo que él llamaba ejercicios de suprema libertad. El régimen nazi,
para debilitar, desmoralizar y hasta "animalizar" a los presos, les
proporcionaba una ración claramente insuficiente de pan al día. Frankl tomaba
su minúsculo trozo, lo partía a la mitad, y se comía la cantidad que él decidía
tomar. El resto lo compartía. Así mantenía su libertad intacta, por muy
"preso" que estuviera. Así seguía siendo "dueño de sí
mismo".
La decisión de ser más o ser menos persona no depende de las circunstancias;
está en tu corazón.
Y tú, ¿cuidas tu corazón?
Tu corazón es un jardín. De él brotan tus pensamientos, deseos y acciones. Si
de tu corazón brotan buenos pensamientos, deseos nobles, acciones honestas,
volarás y serás más y más persona.
Si de tu corazón brotan malos pensamientos, deseos perversos, acciones viles,
no volarás, y serás menos persona. ¡Cuida tu corazón! Claro está, cuidar el
corazón supone trabajar el corazón.
El corazón se cultiva igual que un jardín: hay que escoger bien lo que se
siembra, arrancar abrojos, eliminar plagas, regar frecuentemente y podar cuando
hace falta. Los corazones buenos no se improvisan.
María
María, como buena Madre, conoce como nadie el corazón humano. Pon el tuyo en
sus manos. Dile que quieres cuidarlo. Pídele que te ayude a sembrar y cultivar
en él sólo buenos pensamientos, buenos deseos y buenas acciones.
Por: P. Alejandro Ortega, L.C.
Fuente: www.la-oracion.com