“Puede tenerse el sentimiento de que Dios está ausente y que no nos apoya”
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Duelo, aborto espontáneo, ruptura, paro, soledad,
enfermedad grave, … Los trances de la vida son indisociables de la existencia
humana.
Sin embargo, cada vez, su llegada resuena como una
especie de traición de la vida, un desgarro súbito en nuestra apacible burbuja.
A eso se añade, en el caso del creyente, la prueba de
la fe: “Puede tenerse el sentimiento de que Dios está ausente y que no nos
apoya”, señala Nathalie Sarthou-Lajus en “Cinco elogios del
sufrimiento, cinco miradas cruzadas sobre esos males que ahondan en nosotros el
alivio de la gracia”.
Superar un
trance es, primero, gritar, llorar, indignarse
“Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?”. El grito de Jesús resuena en toda tragedia humana.
“Pensaba que tenía una complicidad, una proximidad con
Dios y, de golpe, el silencio, el abandono”, responde Olivier Belleil, miembro
de la comunidad de El Verbo de Vida, escritor y predicador.
“Tras la muerte de mi marido”, confiesa Isabelle
Rochette de Lempdes, “me resultaba imposible continuar viviendo sin él,
imposible e incluso inconcebible. Y sin embargo…”.
Una vez en la tierra, ¿qué hacemos si no sufrir?
Querer recuperarse de repente es ilusorio: levantarse es un camino
largo.
“El primer gesto es reconocerse vencido”, valora el
filósofo Martin Steffens. “Superar un trance es, primero, gritar, llorar,
indignarse. Y no recuperarse al momento”.
Los salmos están repletos de esos gritos y esas
lágrimas. Empezando por el De profundis:
A ti, Señor,
elevo mi clamor desde las profundidades del abismo…
“La Biblia permite al hombre vivir esta indignación”,
señala Olivier Belleil. “No se trata de blasfemar, sino de decir que es
intolerable”. Job llegó incluso a preguntar a Dios: “¿Por qué eres Tú mi
adversario?”.
Denunciar el sufrimiento que nos golpea, nombrarlo,
ver en él su carácter insoportable, es una prueba de realismo.
“Debemos resurgir del sufrimiento, pero, para
superarlo, hay que empezar por vivirlo”, afirma Martin Steffens. “Negando
lo real no esquivamos su golpe”.
Dejemos, por tanto, de querer ponerlo todo en
positivo, como nos machaca la sociedad tan a menudo: perder a un ser querido,
ver a un hijo enfermo o discapacitado, presenciar la quiebra de nuestra
empresa, ¡eso nos genera dolor y no podemos consentirlo de entrada!
Consentir no es resignarse
Sin embargo, si prolongamos esta etapa, corremos el
riesgo de caer en una actitud mortífera, como si nos sentáramos al borde del
camino para no avanzar más cuando el trayecto está lejos de terminar.
Recuperar el gusto por la vida pasa por la aceptación de
su legado.
“Para no amargarme, para conocer la verdadera paz”,
recuerda Agnès, “al comienzo de mi cáncer, tenía que recurrir a toda mi energía
para decir sí a esta enfermedad que me corroía, tenía que aceptarlo”.
Consentimiento no significa en ningún caso resignación
mórbida o indolencia: “El desafío está en abrirse a toda la vida”, analiza
Martin Steffens, “en aprender a improvisar a partir de las disonancias, y no a
pesar de ellas, la melodía de nuestra felicidad”.
Aceptar la discapacidad de un hijo, aceptar vivir con
una espina en la carne, puede tardar toda una vida, con sus altibajos. El
camino no es recto. Exige un cambio interior.
Isabelle Rochette de Lempdes se da cuenta rápido de
que, para aceptarlo, hay que renunciar a ciertos comportamientos, renunciar
a los porqués sobre la muerte de su marido, renunciar a los “¿y si…?”
o al “ojalá Bruno estuviera todavía aquí…”.
Hay muchas frases que son callejones sin salida,
“auténticos venenos, porque me impiden avanzar”, concluye Isabelle.
¿Cómo levantarse?
En el sufrimiento, lo único que depende de nosotros es
la forma de asumirlo, de afrontar las cosas. “El resto, debo consentirlo”,
añade Martin Steffens. Con frecuencia, sin comprender.
“Lo primero que nos pide Dios es, precisamente,
que pongamos en Él toda nuestra confianza”, continúa Isabelle
Rochette de Lempdes.
“Creer que este sufrimiento tiene un sentido, aceptar
el no conocerlo y abandonarse totalmente en los brazos del Padre”. Es una
gracia, un fruto de la oración, sobre todo la de los demás.
Dos pasajes del Evangelio ayudan a hacer este acto de
fe. Los versículos de la tempestad calmada: “Jesús está en la barca”, comenta
Olivier Belleil, “pero no actúa de inmediato ni como y cuando quisiéramos”.
Segundo texto: “Pedro camina sobre las aguas”,
continúa Olivier Belleil, “pero, al ver la fuerza del viento, se asusta y se
hunde.
En el sufrimiento, el desarrollo es el mismo: si
solamente veo mis dificultades, me hundiré; si miro a Jesús, si confío en Él,
puedo caminar sobre el agua, continuar viviendo y avanzando”.
Jesús, en su Pasión, evoluciona de un sentimiento de
abandono en el que grita hacia su Padre a un abandono confiado, en el momento
de su muerte: “En tus manos encomiendo mi espíritu “.
“Este camino de Jesús en la Cruz debe ser el nuestro a
lo largo de un trance”, concluye el predicador.
Hábitos y recursos para vivir un comienzo nuevo
Aceptar no quiere decir estar ya aliviado. Habrá que
pasar un tiempo de convalecencia, soportar los días grises hasta la
cicatrización. La sabiduría popular dice: darle tiempo al tiempo.
Eso exige mucha paciencia y actos
de esperanza, una disponibilidad a la existencia, al trabajo que la vida
cumple por sí sola.
“Renacer no es borrarlo todo y volver a empezar desde
cero”, dice Nathalie Sarthou-Lajus. “Es vivir un comienzo nuevo,
con nuestras cicatrices que perduran como los estigmas de Jesús. Algunas
heridas no se borran”.
Más en concreto, hay algunos ejercicios que
nos ayudan a avanzar hacia la curación.
Brigitte sufrió una profunda depresión: “Cada día, me
fijaba como objetivo aguantar hasta la noche. Viví, día a día, esforzándome por
depositar en Dios todas mis angustias hasta el momento de acostarme”. Mañana
será otro día, como se suele decir.
Isabelle Rochette de Lempdes va más lejos: “Decidí
esmerarme en discernir y recibir la multitud de gracias que colman nuestros
días. Así, cerrando los ojos a las cosas que no funcionan y aferrándonos
a las pequeñas bondades, pude recuperar la alegría”.
Es importante también la actitud que decidamos adoptar
en relación a nuestras heridas. Reconocerse víctima de un sufrimiento es una
etapa, pero conservar un estatus de víctima no permite avanzar.
El peligro estaría entonces en existir a través de
nuestra desgracia y utilizarla para justificarnos todo.
Caroline, que tiene dos hijos enfermos de fibrosis
quística, lo confirma: “Decidí no quejarme más. No soy responsable de este
sufrimiento, sino de lo que hago con él”.
En nuestro camino hay otras personas, torpes tal vez,
pero presentes.
Agnès recuerda esa multitud de pequeñas señales
de amistad que le enviaron sus amigos durante su enfermedad: “Pude
apoyarme en esta amistad. Era un bálsamo en el sufrimiento”.
Nos recuerda coger fuerza allá donde la encontremos,
en nuestros seres queridos, pero también en el Espíritu Santo.
“Se merece su nombre de Consolador”, señala Olivier
Belleil. “Muchas personas lo han experimentado al encontrar la paz de corazón
en medio de una situación de tempestad”.
La lectura de la Biblia es un apoyo
inestimable: ella habla con todas las palabras de nuestros sufrimientos.
“Me impactó el lenguaje de Lamentaciones”,
continúa Olivier Belleil, “o el de los profetas que, al mismo tiempo que viven
una intimidad con Dios, a veces tienen en su sufrimiento un deseo explícito de
muerte. Muchos salmos comienzan con gritos y terminan con alabanzas. Hagamos de
nuestra vida un salmo…”.
Si el grano no
muere, no da fruto
“Tengo la íntima convicción”, escribe fray Philippe
Raguis, carmelita en Toulouse, Francia, “de que nuestros combates personales se
revisten más que nunca de una dimensión de participación en la cruz de
Cristo. Es Él quien nos dará la fuerza para seguir nuestro
camino”.
Es la condición de la verdadera paz. Nuestro
sufrimiento puede, entonces, ser fecundo. Según constata Olivier Belleil: “En
la resurrección de Jesús, los estigmas se convirtieron en llagas gloriosas que
dejaban pasar la luz”.
Por Florence Brière-Loth
Fuente: Aleteia