Cuando tus expectativas no se cumplan, no dejes que la frustración y la tristeza se impongan a la esperanza
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Duet PandG | Shutterstock |
El otro día
ascendí por el cauce de un río seco. Piedras de muchos tamaños. Algunas
demasiado grandes para subir por ellas, había que bordearlas. Algunas pequeñas
que ponían en peligro mi estabilidad al pasar por ellas.
Todo estaba seco,
sin agua. Me habían dicho que habría agua en ese lugar. Recordaba fotos de
pozas llenas de agua. Pero ahí seguía caminando sin encontrar agua por ninguna
parte.
Motivaciones que ayudan
Pienso que a
menudo las expectativas me
mueven, me despiertan, me animan, me dan alegría. Son sueños a corto plazo, los
necesito ver cumplidos ahora, en este momento.
La expectativa es
algo bueno que tiene mi corazón. Tiendo a vivir de expectativas.
Ahora tengo la
expectativa de que pronto pasará la pandemia y podré hacer la vida de antes.
Tengo la expectativa de un nuevo trabajo que acabe con las rutinas y sinsabores
del presente.
No son malas las
expectativas, sin ellas podría caer en la tristeza y apatía. Las expectativas
aún por cumplir me llenan el corazón de sueños.
Tengo la
expectativa de lograr un objetivo, de llegar a una meta, de avanzar en mi
anhelo, de conseguir lo que deseo.
La expectativa de
unas pozas llenas de agua que acaben con el calor y el sofoco.
¿Cuáles son las
expectativas que mueven ahora mi corazón? ¿Cuáles
son los deseos que me motivan hoy?
¿Y si no llega lo
que espero?
Puede suceder,
como muchas veces ocurre, que la expectativa no se cumpla. No sucede lo que
esperaba. Fracaso o no logro mi sueño. No encuentro ninguna poza.
Y en ese momento
tengo dos opciones en la vida.
¿Dejarme ganar?
Una
tentación es vivir encadenado a la frustración. Me lleno de amargura y
de pesar. No logro lo que deseaba con tantas fuerzas.
Lo que parecía la
solución a todos mis problemas no lo consigo. No resulta el plan trazado con
débiles alfileres.
En esos momentos
dejo de confiar en ese futuro ingrato que no colma todos mis anhelos. La
expectativa incumplida entristece mi corazón.
¿Cómo enfrento
esas expectativas que no se cumplen?
Por ejemplo,
quería que mi cónyuge cambiara y no cambia. Que mi trabajo fuera mejor de lo
que es ahora. Que mis hijos hicieran esos planes que consideraba tan buenos
para ellos.
Tenía la
expectativa de una Navidad normal, como las de antes, sin cubrebocas, sin
distancias. Quería encontrar unas pozas y sólo veo piedras secas.
Miro la realidad
con amargura y pierdo la alegría. La expectativa incumplida me condena a
la tristeza.
Es un
peligro vivir muy apegado a las expectativas, porque puede ocurrir que, al no
cumplirse, pierda la esperanza.
¡Siempre esperanza!
La esperanza que
Dios me pide es una virtud que Él mismo me concede para vivir. Es una forma
diferente de mirar la vida, de vivir el presente.
En ese camino
buscando un lugar llamado «el
cielito», mi expectativa se vio incumplida. No encontré agua en
todo el camino, sólo piedras.
Pero no sé bien
cómo decidí seguir subiendo, sin saber si iba por el camino correcto. Al final,
después de un largo esfuerzo llegué a un lugar escondido.
Y ahí, en medio
de la nada, entre unas piedras y unos árboles cercanos, surgía un pequeño
manantial. Un poco de agua que brotaba de lo profundo de la montaña.
En ese momento
sentí muy cerca a Dios en medio del cansancio. En ese silencio brutal estaba Él
escondido, eso seguro.
Y de ahí brotaba
el agua. Un agua pura, transparente, virgen. Demasiada poca para llegar a las
rocas del cauce del río y poder descender por la montaña suavizando las piedras
a su paso. Insuficiente para llenar unas pozas.
Pero suficiente
para hacerme ver que Dios
despierta vida de la muerte y saca agua del desierto. Esa forma
de actuar de Dios me emociona.
Entendí que tengo
que vivir de la esperanza, aunque las expectativas del camino me den pequeñas
alegrías. Y comprendí que no tenía que perder la alegría nunca cuando se
frustraran mis pequeños planes.
El paraíso existe
Que no importaban
tanto. Porque la promesa
de Dios seguía viva. Encontré el paraíso en medio del
desierto. El agua que brotaba de la nada.
¿Cómo podía poner
en duda el poder de ese Dios que saca amor del odio y convierte mi amargura en alegría?
Él puede hacerlo todo nuevo y me lo volvió a demostrar. Me lo muestra cada día.
Quiero estar más
atento para no amargarme con las piedras secas del camino, con los sueños
frustrados. Mirar
siempre al frente, seguir subiendo y saber que Dios tiene siempre la última
palabra que da la vida.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia