Si quieres ayudar a los más necesitados reflexiona bien y, sobre todo, plantéate las preguntas adecuadas
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A menudo nos vemos solicitados por todas partes:
la parroquia busca voluntarios para la liturgia, las flores o la guardería; la
escuela privada católica recluta a catequistas; el club deportivo o la
asociación humanitaria busca un tesorero… A menudo, la llamada se lanza al
viento y es fácil esquivarla.
A veces, la pregunta se nos plantea muy
directamente: “¿Aceptarías asumir esta responsabilidad?”. Y luego, también está
la vocecita interior que nos recuerda que hace algunos meses quisimos
inscribirnos en una asociación para ayudar a los más desfavorecidos.
Con motivo del Día internacional de los
voluntarios, este 5 de diciembre, el padre Xavier Lefebvre ofrece
algunos criterios concretos para alimentar esta reflexión.
¿Por qué implicarse?
No puedo ser cristiano sin implicarme. Eso
desarrolla en mí la virtud de la caridad, el amor por la Iglesia y por mis
hermanos.
Escuchemos a Santiago:
Por
medio de las obras, te demostraré mi fe” (Sant 2,18).
No es posible encerrarnos
egoístamente en nosotros mismos creyendo que la parroquia o la escuela son
asuntos de otros.
El cristiano no es un aprovechado, sino un actor.
Al realizar una u otra misión, comprendemos mejor la realidad del terreno,
mientras que a menudo es fácil criticarlo todo permaneciendo como consumidor.
El compromiso cristiano nos hace dar los frutos auténticos en las comunidades
que tejen la realidad social de nuestra vida (familia, parroquia, escuela,
barrio…).
¿Estamos convencidos de
que formamos parte de una comunidad y de que esta cuenta con nosotros? Una parroquia no se
desarrolla únicamente con sacerdotes ni una escuela solamente con sus
profesores y su dirección.
¿Cómo saber si somos aptos
para cumplir una misión que nos quieren confiar?
Planteándonos unas preguntas muy concretas:
¿Tengo las competencias para hacer lo que se me
pide o me falta un conocimiento o una experiencia que habría que adquirir?
Decir que no somos capaces puede ocultar una falsa modestia e incluso un
auténtico orgullo. ¡La Virgen María nunca dijo “No soy capaz”! El compromiso es
el signo auténtico de la autorrealización a través del servicio a los demás.
¿De cuánto tiempo dispongo objetivamente? Hay que
ser muy claro sobre aquello que queremos hacer y lo que podemos hacer. El
voluntariado debe estar claramente definido en las tareas y en el tiempo.
En mi antigua parroquia, hay unas fichas de
voluntariado que parecen pequeños contratos y estipulan, por ejemplo: “Estás en
el servicio de acogida, te comprometes tantas horas por semana durante tal
periodo con tal objetivo que realizar”. Por supuesto, ser voluntario no
significa ser explotado.
¿Cuál es, para mí, el sentido de este compromiso?
Por ejemplo, si al principio no tengo muchas competencias, el hecho de que la
actividad vaya a formarme puede ser un argumento.
No hay mejor escuela de catequesis que el
catequizar: catequizando a los demás nos interesamos por nuestra propia fe. A
menudo, es al transmitir la fe cuando aumentamos la nuestra.
Las parroquias no esperan grandes teólogos o
especialistas sino, más bien, personas que deseen realizarse a través de su
implicación y que quieran dar testimonio de su vida de fe.
“Si yo no voy, nadie irá”,
se puede escuchar a veces…
Es la peor forma de discernir. Y sin embargo, no
hay que permanecer insensibles a una llamada.
Para no equivocarnos, recordemos este principio
que lo guía todo: la vida cristiana no es una vida agitada, es una vida
fecunda.
¿Qué es una vida cristiana agitada? Es hacer
muchas cosas por el Buen Dios pero no donde Él me espera. Hay personas
que se agitan mucho, que se dan demasiado y de cualquier modo, luego se cansan
y no se las ve más…
¿Y qué pensar de esta
reacción: “Si paro, ya no habrá nadie para asumir esta función”?
Eso puede hacer tomar conciencia a la comunidad de
que si no estuvieras ahí, habrá que encontrar a otra persona. A veces, eso
puede plantear una dificultad, pero nadie es indispensable. Y
para los demás, es un poco fácil apoyarse sin molestias en personas, siempre
las mismas, que lo hacen todo.
En la parroquia, la cuestión se suele plantear en
estos términos: ¿los feligreses se conocen lo bastante para ser un reclamo y
reclutarse los unos a los otros? Nunca será una trampa si cada uno sabe lo que
puede dar. Corresponde luego al responsable y al cura validar estas propuestas.
¿Cuáles son los criterios
de un buen discernimiento?
Yo veo tres:
Primero, el compromiso debe ser una respuesta a una
llamada de Dios. Una cosa es hacer las cosas por el Buen
Dios y otra cosa es hacer aquello que Dios espera de mí. No me comprometo sobre
todo para satisfacer una falta de reconocimiento social o para tener poder.
Luego, debe ser compatible con mi deber de estado. Si
mi compromiso me hace huir de los momentos de intimidad que debo tener con mi
esposo o esposa, o incluso mis tareas familiares, no sería algo apropiado.
Por último, esta inversión de mi tiempo, de mis fuerzas
y de mis capacidades no debe ser una agitación, sino que debe permitir una
progresión de mi vida espiritual. La vida espiritual pasa por
la caridad.
¡Esta caridad es, además,
un criterio buenísimo para darnos la temperatura de nuestra vida espiritual!
¿Cómo saber dónde nos
llama Dios?
Siguiendo el consejo de la esposa, del marido, de
gente que ya preste el servicio. Y del sacerdote. Al principio, nuestros
allegados pueden ayudarnos a observarnos a nosotros mismos con perspectiva,
tanto en relación a nuestras capacidades como a nuestros límites. Pero también
a través de ellos Dios podrá hacer llegar su llamada.
Por último, después de esas consultas necesarias a
los seres queridos, ya solo queda ponerse totalmente en manos de Dios. Con una
certeza: si la elección que estoy tomando me proporciona paz y alegría, es
buena señal. Podemos pedirle a Dios que nos dé la gracia de comprometernos sin
miedo, sin dudas y sin falsa humildad, y dar un fruto de caridad para la
Iglesia y para la comunidad.
Entrevista realizada por
Bénédicte de Saint-Germain
Fuente: Edifa