El 8 de diciembre se celebra el día de la Inmaculada Concepción. ¿Cómo incide en nuestra vida?
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Motivada, aquel día, por su sacerdote, que quería
conocer la identidad de esa “bella dama”, la joven le pregunta. A cambio,
recibe una sonrisa.
Esa sonrisa es la primera respuesta de esta mujer
a la adolescente que quiere conocer su nombre.
¿Qué nos dice la sonrisa de María de su misterio?
¿De qué forma ilumina el Adviento, que es un tiempo de espera vigilante y
confiada del Salvador? ¿Por qué es un signo de esperanza?
María, segura de la victoria del amor de
Dios
Así reflexionó Benedicto XVI en Lourdes el 15 de
septiembre de 2008, durante la misa de los enfermos:
“María está hoy en el gozo y la gloria de la
Resurrección. Las
lágrimas que derramó al pie de la Cruz se han transformado en una sonrisa que
ya nada podrá extinguir, permaneciendo intacta, sin embargo, su compasión
maternal por nosotros”.
Así que esta sonrisa es la señal de que, en medio
del mayor dolor –su hijo muerto en la Cruz–, en medio de la mayor injusticia
–el Hijo de Dios inocente condenado por los hombres–, María permanece segura de
la victoria del
amor de Dios sobre el pecado y la muerte.
Y esta victoria de la gracia, María la vive desde
su concepción. Hija de santa Ana y san Joaquín, María fue concebida inmaculada,
es decir, preservada del pecado original, y esto, por anticipación de los
favores de la muerte y la resurrección de Cristo.
“En ella resplandece la eterna bondad del Creador
que, en su plan de salvación, la escogió de antemano para ser madre de su Hijo
unigénito” (Benedicto XVI, Roma, 8 de diciembre de 2005).
Todos llamados a ser inmaculados
“El fundamento bíblico de este dogma se encuentra
en las palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret: ‘Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo’ (Lc 1,28). ‘Llena de gracia’ –en el
original griego kecharitoméne–
es el nombre más hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para indicar
que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para
acoger el don más precioso, Jesús, ‘el amor encarnado de Dios’ (Deus caritas est,
12)” (Benedicto XVI, Roma, 8 de diciembre de 2006).
María es el receptáculo perfecto de la plenitud de
gracia.
Y si “la Cruz es el lugar donde se manifiesta de
forma perfecta la compasión de Dios por nuestro mundo”, decía Benedicto XVI en
Lourdes en 2008, “María comparte la compasión de su Hijo”.
“Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios,
se ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros”
(Benedicto XVI, Roma, 8 de diciembre de 2005).
En efecto, esta concepción inmaculada, que
distingue a María de nuestra condición común, no la aleja sino que, al
contrario, la acerca a nosotros.
“Mientras que el pecado divide, nos separa unos de
otros, la pureza de María la hace infinitamente cercana a nuestros corazones,
atenta a cada uno de nosotros y deseosa de nuestro verdadero bien. (…) Lo que,
por miramiento o por pudor, muchos no se atreven a veces a confiar ni siquiera
a los que tienen más cerca, lo confían a Aquella que es toda pura, a su Corazón
Inmaculado: con sencillez, sin fingimiento, con verdad”, explicaba una vez más Benedicto
XVI durante su visita a Lourdes en 2008.
Su concepción inmaculada repercute en
nosotros
Este misterio de la inmaculada concepción no está
solamente para que lo contemplemos, sino para que lo vivamos, y ello en la
medida en que creamos en ella y la amemos. Este misterio es para nosotros.
“La gracia de la Inmaculada Concepción hecha a
María no es sólo una gracia personal, sino para todos, una gracia hecha al
entero pueblo de Dios”, dijo Benedicto XVI en 2008.
Primero, para que “como hijos e hijas de María,
aprovechemos todas las gracias que le han sido concedidas, y [que] la dignidad
incomparable que le procura su Concepción Inmaculada redunde sobre nosotros,
sus hijos”, precisaba. Y añadió:
“María ama a cada uno de sus hijos (…); los ama
simplemente porque son sus hijos, según la voluntad de Cristo en la Cruz”. “En
María, la Iglesia puede ya contemplar lo que ella está llamada a ser. En Ella,
cada creyente puede contemplar desde ahora la realización cumplida de su
vocación personal. Y nuestra vocación es vivir la misericordia de Dios que nos
libera del pecado. En María, eso se cumplió desde su concepción, gratuitamente
y en un solo instante. Nosotros, aunque sumergidos en Dios durante nuestro
bautismo y lavados del pecado original, padecemos todavía las consecuencias.
También, nuestra
santificación se logra progresivamente. Hace falta tiempo para
que la gracia cristiana pueda colmarnos por completo. Sin embargo, aunque eso
sólo se realizará plenamente en el Cielo, donde seremos inmaculados, debe
empezarse en la tierra y desde ahora mismo. “En la Madre de Cristo y Madre
nuestra se realizó perfectamente la vocación de todo ser humano. Como recuerda
el Apóstol, todos los hombres están llamados a ser santos e inmaculados ante
Dios por el amor (cf. Ef 1,4)”, Benedicto XVI, Roma, 8 de diciembre de 2005.
Un magnífico signo de esperanza
La inmaculada concepción de María es, pues, un
magnífico signo de esperanza para nosotros. Porque la esperanza es estar seguros
de que, en Cristo, ya somos victoriosos del pecado y de la muerte.
Si lo queremos, la gracia de Dios se extenderá por
doquier. No esperamos a alguna cosa que debe llegar, esperamos lo que ya está
presente pero velado, una bienaventuranza que ya está presente en nosotros.
Y la Inmaculada nos es dada para ello: “Vita,
dulcedo, et spes nostra…” (“Vida, dulzura y esperanza nuestra…”),
como canta el Salve Regina.
“Al aparecerse a Bernardita como la Inmaculada
Concepción, María santísima vino para recordar al mundo moderno la primacía de
la gracia divina, más fuerte que el pecado y la muerte”, Benedicto XVI, Roma,
11 de febrero de 2006.
“Ante María, precisamente por su pureza, el hombre
no vacila a mostrarse en su fragilidad, a plantear sus preguntas y sus dudas, a
formular sus esperanzas y sus deseos más secretos. El amor maternal de la Virgen María desarma
cualquier orgullo; hace al hombre capaz de verse tal como es y
le inspira el deseo de convertirse para dar gloria a Dios” (Benedicto XVI en
Lourdes en 2008).
Busquemos la sonrisa de María
“María permanece así ante Dios, y también ante la
humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte
de Dios, de la que habla la Carta paulina: ‘Nos ha elegido en él (Cristo) antes
de la fundación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su
presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos’ (Ef 1, 4,5). Esta
elección es más fuerte que toda experiencia del mal y del pecado, de toda
aquella ‘enemistad’ con la que ha sido marcada la historia del hombre. En esta
historia María sigue siendo una señal de esperanza segura” (Juan Pablo II, Redemptoris Mater,
n.° 11).
Así que en este tiempo de Adviento, e incluso
después, busquemos la sonrisa de María, fuente de una esperanza invencible.
“En una manifestación tan simple de ternura como
la sonrisa, nos damos cuenta de que nuestra única riqueza es el amor que
Dios nos regala y que pasa por el corazón de la que ha llegado a ser nuestra
Madre”, dijo Benedicto XVI en Lourdes.
Su deseo es que, al acercarnos a ella, nos dejemos
guiar a la única fuente de la Salvación, su Hijo, Jesús.
Por
Marie-Christine Lafon
Fuente: Edifa