No pensar. Retrasar al máximo el momento de
acostarse y afrontar los recuerdos. Poder dejar por fin correr las lágrimas,
lejos de los ojos de los niños. Sentir todavía ese dolor en el costado, como la
amputación de una parte de uno mismo.
“Cuando me conocen, solo y con mis tres hijos, creen que
estoy divorciado”. A menudo se asocia la viudedad a las parejas
de la tercera o la cuarta edad. Sin embargo, algunos quedan viudos o viudas en
los felices tiempos de los proyectos de la juventud de la pareja. ¿Cómo
atravesar la pérdida de un cónyuge y todas las dificultades que conlleva?
No
rechazar las emociones
Tras la muerte de un cónyuge, los recién viudos o
viudas pasan por todas las fases del duelo con un componente adicional: la
presencia de los hijos que obliga a reaccionar.
En el estado de conmoción que están al principio,
deben hacer frente a una montaña de papeleo burocrático que hay que
regular con urgencia. No pueden ni plantearse derrumbarse en el trabajo ni
renunciar a su vida cotidiana.
Tienen pocos momentos y lugares para expresar su
dolor, por no hablar de los problemas económicos y un inmenso agotamiento. El
fallecimiento de un cónyuge se encuentra en el máximo de la escala de estrés: noches
entrecortadas, trastornos del apetito, disminución de la defensa inmunitaria…
En un segundo tiempo, la ira, la
indignación, el miedo y la culpabilidad vienen a asaltar
al cónyuge solo.
Algunos se refugian en el activismo para
huir de este maremoto de recuerdos y de sufrimiento.
“Para olvidar, he sobrecargado mi agenda”, cuenta
Pauline. “No he dejado tiempo al dolor, que me ha vuelto como un bumerán
después de siete años”.
Christophe
Fauré, psiquiatra y autor de Vivir el duelo: La pérdida de un ser querido
(ed. Kairós), señala: “Es muy importante no rechazar esas
emociones y hablar de ellas con una persona capaz de entenderlas. Es una forma
de disminuir la intensidad”.
Luego, la falta se instala con una inmensa
tristeza y a veces un episodio depresivo. Puede expresarse a través de un dolor
físico.
Marie-Claire Moissenet, autora de Traverser le
veuvage (“A través de la viudedad”, de la editorial francesa
Éditions de l’Atelier), explica: “Mi marido estaba siempre a mi izquierda, en
el coche o en la cama. Y ahora me duele el brazo izquierdo, como si me hubieran
arrancado un pedazo”.
Sobrevivir
a la soledad
Incluso cuando se puede sentir ya el sosiego, los
viudos y viudas se enfrentan a dificultades recurrentes.
“Para mí, lo más difícil siguen siendo las fechas
de los cumpleaños”, confiesa Pauline. “Temo ese día con varias semanas de
antelación y siempre siento un enorme vacío, una gran depresión”.
“Esta reactivación del pasado se produce incluso
varios años después del fallecimiento”, comenta Christophe Fauré. “Algunos
cumpleaños son más dolorosos que otros, es del todo normal”.
Lo más duro sigue siendo la soledad. “Estar sola
para todo”, explica Marie-Claire Moissenet, “sola para
gestionar los problemas materiales, sola para decidirlo todo, sola para la
educación de los hijos, en las fiestas, en las penas, de noche en mi cama”.
“Lo peor es no poder contarle tu día a nadie”,
añade Olivier. “Sobre todo las pequeñas cosas de la vida cotidiana”.
Con los niños, hay que
desempeñar a la vez el papel de madre y de padre, asumir innumerables tareas
cotidianas.
La mirada de los demás a veces carece de
benevolencia y no ayuda a los viudos y viudas a encontrar su lugar en la vida
social. El impulso de solidaridad del comienzo sólo dura un tiempo,
inevitablemente.
El domingo, día familiar por excelencia, se
convierte en un día triste: “Nadie nos invita nunca a comer”, confiesa Marc, de
40 años, viudo desde hace cuatro. “Vemos a las familias irse juntas tras la
misa y yo me marcho con mis hijos y mi soledad”.
Maÿlis añade: “Los viudos dan miedo porque
representan la tristeza, una imagen de la muerte. Mis amigas tardaron mucho
tiempo en entender que no les quitaría a sus maridos. ¡Se desconfía de las
mujeres solas con falta de afecto!”.
¿De dónde
sacar la fuerza?
¿Cómo hacen para resistir? “Aunque esté al borde de
las lágrimas, estoy obligada a mantenerme en pie por mis hijos”,
explica Anne.
“Son mi motor diario para levantarme (cuando no he
dormido durante la noche). Sin ellos, me quedaría bajo la colcha. Ellos me dan
una energía fenomenal”. El trabajo también permite avanzar y pensar en otra
cosa distinta que en preguntas sin respuesta.
“Mi trabajo era el rinconcito de mi vida donde
podía respirar y continuar como antes, sin hablar de nada”, añade Maÿlis.
Otro apoyo son la familia y los amigos.
“Mi red de amigos ha cambiado completamente, viene sobre todo de la escuela y
de la parroquia y representa para mí un apoyo maravilloso”, manifiesta Pauline.
Para Solène, tras la muerte de su marido, su
hermano pagó las facturas de las exequias. Sus amigos, con su generosidad, y su
médico, también la apoyaron mucho.
Para ciertos viudos, la
indignación es todavía demasiado fuerte para confiarse a Dios. Olivier siente rencor
hacia Dios y ha roto todos los libros y artículos religiosos que tenía: “Me
cuesta creer en la bondad de Dios en todo este sufrimiento. ¿Cómo decir a los
niños que Él es Amor?”.
Para otros, la fe se
mantiene como una ayuda esencial. “La oración siempre ha sido mi pilar de vida y
la muerte de mi marido no ha cambiado nada”, admite Maÿlis. “Solamente se ha
teñido de colores diferentes: a veces un grito, a veces aceptación. No me impide
sufrir, pero me mantiene en paz”.
Pauline tiene un grupo de oración de madres que la
tranquiliza: “No me inquieto por mis hijos, ellos pertenecen al Señor”.
El vínculo con el cónyuge evoluciona poco a poco
hacia una forma de unión espiritual y muchos viudos y viudas extraen fuerza de
ahí. “En el fondo me apoyo en él”, admite Maÿlis. “Le interpelo constantemente.
Cuando eso no funciona, le grito: ¡Ocúpate de tus hijos! La muerte no prevalece
sobre el amor”.
Marie-Claire Moissenet lo confirma: “Siempre está
conmigo, como una fuerza amante y tranquilizadora. Le rezo y, a veces, le
escribo, cuando me hace falta”.
Pío XII, en un comunicado a los viudos, dijo en
1957: “Lejos
de destruir los lazos de amor humano y sobrenatural contraídos a través del
matrimonio, la muerte puede perfeccionarlos e incluso fortalecerlos. Lo que
constituía su alma, lo que le daba vigor y belleza, subsiste”.
Actitudes
interiores que permiten un renacimiento
El sosiego termina por llegar, pero necesita
tiempo. “La vida cotidiana se impone”, confirma Solène. “El cansancio y la
tristeza se atenúan, aunque siempre añoro a mi marido. Hay que ser paciente con
uno mismo y tenemos derecho a sentirnos mal incluso tres o siete años después”.
Para Christophe Fauré, recuperar el interés por el mundo exterior y por el
prójimo, aceptar sin amargura que los demás sean felices y elaborar proyectos
son otros indicios de una renovación.
Algunas actitudes interiores permiten este
renacimiento. “Desde la muerte de mi marido, vivo mucho más en el presente y lo
disfruto más. Disfruto más de lo cotidiano y de la sencillez”, explica Anne.
Otros deciden emprender una vida más altruista: “Replegarse sobre uno mismo no lleva
a ningún sitio”, afirma Marie-Claire Moissenet. “El auténtico remedio para la
soledad es la entrega de uno mismo a los demás”. Los grupos de apoyo son
lugares donde se puede decir todo y recibir comprensión. En efecto, según
Christophe Fauré, “estas formas de compartir durante estos encuentros ayudan a
cada uno a retomar su vida y ajustarse al trauma de la pérdida. Estos
intercambios rompen el aislamiento, crean vínculos cálidos entre los
participantes. Son lugares de revitalización y de esperanza”.
La idea de “rehacer la vida”, de plantearse un
nuevo matrimonio, se impone de forma legítima, a veces al cabo de algunos años.
Sin embargo, Maÿlis advierte contra una precipitación desmedida: “He visto
varias parejas formarse muy rápido tras un fallecimiento y desmoronarse al cabo
de uno o dos años. No han tenido tiempo de hacer su duelo y el otro sirve como
muleta para su soledad”.
Dar un sentido al sufrimiento sigue siendo la
última etapa del renacimiento para encontrar un verdadero sosiego. Pasar del
“¿por qué?” al “¿para qué?”.
Marie-Claire Moissenet precisa: “Se entiende que
el sufrimiento no es la voluntad de Dios. Pero Cristo ‘aprovecha’ el mal para
dirigir al hombre hacia Dios. Corresponde a cada uno discernir la llamada
imperceptible que decide la orientación posterior de esta viudedad”.
Florence Brière-Loth
Fuente: Edifa