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Parker Coffman/Unsplash | CC0 |
Un día Jesús preguntó a dos de sus seguidores -Juan y
Andrés-: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron con otra pregunta: «¿Dónde
vives?».
¿Es la curiosidad, o el deseo lo
que mueve los pasos de Juan y Andrés? Quieren saber quién es ese hombre.
Quieren conocer a Jesús y se acercan sin esperar que Él se dé cuenta.
¿Qué me mueve?
He buscado muchas cosas. Me ha movido el deseo de una
vida plena, el anhelo de un infinito inalcanzable, el sueño de tocar las
estrellas.
Me ha movido la curiosidad, siempre he sido curioso.
También esas ansias mías por ser feliz, por alcanzar todo lo que sueño. He
buscado con ojos de niño, de joven, de adulto. Y escarbado en medio de los
bosques queriendo encontrar la perla escondida.
He subido montañas empinadas queriendo ver la flor
oculta en lo alto de la cima. Y deseado tocar la plenitud en noches de
insomnio. Como un náufrago soñando la orilla salvadora. Como un buscador
perdido que desea hallar lo que no posee.
Así he vivido desentrañando misterios y deseando tocar
la meta dibujada ante mis ojos. Hoy me detengo ante esta pregunta que resuena
de nuevo en mi alma. ¿Qué busco hoy, qué deseo?
Siempre soñar
Busco lo imposible. Y tal vez me detengo ante
la realidad que me rodea queriendo que acabe la pandemia, que pase la
enfermedad, que vuelva aquella normalidad a la que me había acostumbrado y
ahora echo de menos.
Me daría miedo responder que ya no busco nada, que me
he cansado de esperar, y de buscar. Es tal vez eso lo que en ocasiones siente
mi alma al verse vacía de sueños y deseos, vacía de logros.
No quiero una vida así sin nada a lo que aferrarse. No
quiero una vida hueca, vacía. Quiero una vida llena de sueños,
insatisfecha, incompleta, siempre en camino. Es la vida que me gusta, la
que deseo.
Creo en esa promesa que Dios me hizo un día como a
Samuel:
«Samuel creció.
El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras».
También a mí me prometió que no me dejaría nunca solo,
que no me abandonaría. Y yo le dije lo que repito
cada mañana:
«Aquí estoy,
Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y
escuchó mi grito».
Es la promesa que se repite en mis entrañas. Le
pertenezco a Dios para siempre:
«¿Acaso no
sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros
y habéis recibido de Dios?».
No reprimir
Deseo escuchar lo que grita en mi alma y no reprimirlo
con falsos miedos. Quiero ser yo mismo, lo sé, soy de Dios para siempre. Y no
hay nada fuera de mí que pueda apartarme de Él.
Sólo puede alejarme lo que hay dentro de mí, en mis
miedos enfermos, en mis deseos inmaduros. Dios posa
siempre de nuevo su mirada sobre mí y me pregunta:
¿Qué buscas?
Y yo quiero decirle que sólo a Él, que sólo
quiero vivir a su lado, perder la vida bajo su presencia.
Qué hacer con
los deseos que dañan
Y, ¿qué hago con esos deseos que no son de Dios o
no me hacen bien o me enferman? Lo tengo claro:
«Negar el deseo
no protege del mal, porque el miedo y la negación acaban reforzando, más que
atenuando, estas dinámicas. La tarea consiste, más bien, en aprender a leer
el deseo, en descifrar el alcance simbólico que lo caracteriza«.
Detrás de mis deseos enfermos o desordenados hay
siempre escondido un deseo más hondo, más
verdadero, más alto y puro, más sublime. Un deseo que me habla de un ansia de
infinito que tiene el corazón. Comenta San Agustín:
«Tu deseo es tu
oración; si tu deseo es continuo, también es continua tu oración. El deseo es
la oración interior que no conoce interrupción».
Quiero escuchar ese deseo más hondo que ya es
oración.No reprimo lo que deseo, lo que busco. Pero sí trato de encontrar
esa montaña a la que tiendo, esa altura inconsciente a la que aspiro. Esa
plenitud que dibuja mi corazón enfermo.
Esto es lo que
busco
Ese deseo elevado es el que busco con un corazón
herido. Busco un amor que no pase y una entrega que sea correspondida.
Una vida lograda y no una vida perdida.
Busco una amistad en la que no hagan falta las
palabras porque sobran, basta el silencio del abrazo. Una intimidad con Dios
que no poseo.
También una música que no deje nunca de sonar y calme
todos mis miedos. Un camino fácil o difícil que puedan recorrer mis pies
cansados.
Busco metas lejanas, no importa cuánto, pero metas
alcanzables. Y resolver problemas que tengan solución. Sueño con lo imposible
hecho posible por la gracia de Dios. Todo eso es lo que busco.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia