El mal de las personas me afecta, pero no me hace impuro
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Y es precisamente la paz lo que más
deseo. Sueño con un corazón paciente,
tranquilo, alegre, pacífico, puro, confiado. Tiene razón Jesús cuando
me dice que del exterior no puede llegar a mi alma nada impuro. Que es de
dentro de donde salen las impurezas.
«Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale
de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del
corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos,
homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia,
difamación, orgullo, frivolidad» (Marcos 7,14).
¿Estoy contaminando yo mi entorno?
Todo lo impuro nace en mi alma. Y con lo que sale de dentro yo puedo contaminar
mi entorno. Mi mirada desconfía de los demás y los juzga. Los mira desde la propia herida de la que supuran rabia y
amargura.
Mido las cosas por lo que es justo y lo que es injusto. El bien
que me hacen o el mal que recibo me afecta. Siempre es así. Siento que no me
valoran, no me toman en cuenta, no me quieren, no me aprecian.
Y esa lista interminable de desaires recibidos me llenan el alma
de dolor y amargura. Pienso entonces que el mundo está mal y yo estoy herido. Y
así brota
el mal de mi corazón.
El mal que me daña por dentro. Porque el odio no me hace mejor
persona. Me hunde en un sentimiento doloroso de injusticia. Todo es injusto a
mi alrededor y sufro con ello.
Los demás actúan mal y yo quiero hacerlo bien, pero no me dejan.
Entonces opino, critico, juzgo, condeno. La malicia surge de mi alma. ¿De dónde
vienen esos sentimientos de venganza que afloran en el
corazón?
Miro
hoy a Jesús
que es compasivo y misericordioso, paciente y alegre. No mide si el mundo es
justo con Él o no lo es. Él lo ama hasta el extremo.
Nada de lo que viene de fuera puede hacerme impuro. Me duele, eso
sí. El
mal de los hombres me afecta. Pero no me hace impuro.
El mal no dañó a santa Bernardita
Recuerdo a santa Bernardita en la gruta donde se apareció la
Virgen en Lourdes. Ella le pidió a esa niña ignorante que bebiera agua y ella
sólo veía barro. Pero creyó:
«Vaya a beber y a lavarse en la
fuente».
Quiso ir al río, donde había agua pura, pero María le
pidió que fuera junto a la roca, donde sólo había barro:
«Pero venciendo su natural repugnancia
al agua sucia, bebió de la misma y se mojó también la cara. Todos empezaron a
burlarse de ella y a decir que ahora sí se había vuelto loca».
La miraban bebiendo del barro y se
burlaban. Pero ella creyó en María. El mal de los hombres no le hizo daño.
Y su corazón puro creyó en lo imposible.
Después
de beber barro el agua comenzó a aparecer pura, cristalina, de la roca. Ella
tuvo que creer en lo imposible. Creer que del barro podría brotar una fuente de
agua pura, que limpiara y sanara el alma.
Sacar agua pura del barro
Esa
fe de Bernardita es la que necesito tener para poder avanzar en la vida y ver
pureza a mi alrededor. Necesito creer que del barro que hay en mi
corazón Jesús y María pueden sacar agua pura, transparente, para dar de beber.
Necesito esa fe que cree sin ver, que confía sin poseer, y espera
sin saber. Es
la pureza en la mirada la que me hace esperar cuando todo a mi alrededor es
oscuro.
Sé que sólo un corazón puro podrá cambiar el mundo
que le rodea. Un corazón que piense bien y confíe siempre.
Un corazón que vea la belleza de las personas y no se detenga en sus puntos
oscuros. Una mirada que vea el mantel blanco sin fijarse tanto en la mancha
pequeña que lo marca.
Nada del exterior puede hacerme daño cuando mi corazón es puro y
confiado como el de los niños. Nada de lo que ocurra puede oscurecer mi
mirada cuando tengo suficiente luz en mi interior.
Sólo desde mi corazón pueden brotar
tinieblas y quitarme la paz y la alegría.
Quiero
tener un corazón que sepa amar bien, mirar bien, confiar y hablar bien de
todos, que perdone y no guarde el rencor. Un corazón abierto al amor de Dios
que se sepa querido como un niño en manos de su madre.
Beber de personas alegres
No sé de dónde brota mi tristeza, o mi rabia, o mi amargura en
ocasiones. Algo habrá en mi alma que no está perdonado, o trabajado, o
purificado.
Hoy quiero beber del agua pura que brota del corazón de María
porque sé que su agua me salva. Me gustaría también tener yo agua para dar, un
agua que brotara de la fuente de mi ánimo.
No es tan sencillo tener siempre sentimientos buenos y una mirada
alegre y confiada. Debo beber de fuentes que tengan esa agua pura. Beber de
personas que transmitan esperanza y alegría. Beber de aquellos
que me hablen con optimismo en este presente extraño que ahora vivo.
Quiero
sacar de mi corazón sentimientos buenos, nobles, alegres.
Miro mi corazón en este tiempo de Cuaresma que se me regala. Es la
oportunidad para dejar que Dios me vaya cambiando por dentro. Quiero encontrar
la calma y sentir la mano de Dios en mi interior.
No tengo miedo, no me asusta renunciar para poder cambiar. Que
Jesús me pode para crecer con orden. Que logre ahondar dentro de mi tierra para
que la raíz de su amor se adentre en lo profundo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






