Ante la crisis de autoridad, más que la mano dura sirven la
coherencia y fiabilidad
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No se respeta a los que tienen una responsabilidad de
conducir y acompañar. Hay una crisis de autoridad. Tal vez no sea tan novedoso.
Ya decía Sócrates en el año 400 a.C:
«Nuestra juventud gusta del lujo y es maleducada, no hace
caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad.
Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando
una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos».
La gran enemiga de la autoridad
La autoridad es con frecuencia cuestionada y puesta en tela
de juicio. Y es que hoy se ve fácilmente cuando las palabras dichas o
escritas están en consonancia con la vida del autor o no. Resaltaba el padre José Kentenich la importancia de la
autoridad paterna:
«Regala al niño, sea varón o mujer, una conciencia
instintiva de la autoridad y, con ello, una seguridad vivencial. Le regala un
cobijamiento espiritual y vital. Y agrega que la figura paterna, mediante la
palabra y el ejemplo, regala una imagen original del mundo y una profunda
capacidad de contacto».
Vivo en un tiempo en el que la autoridad está en
crisis. Faltan personas auténticas, coherentes, plenas, fiables. La
incoherencia es mi principal enemigo.
Digo algo que creo que es importante y yo no lo vivo. Hablo
del valor del silencio pero no apago mis ruidos. Destaco la importancia de
hacer el bien y busco sólo mi beneficio.
Resalto lo importante que es construir la comunión mientras
vivo criticando a los que no están conmigo. Hablo del valor de la verdad
mientras vivo entre mentiras.
Digo maravillas del diálogo matrimonial mientras yo no
dialogo. Digo que es importante pasear y cuidar una vida sana y yo no lo hago.
Juzgo a los que están atados a las redes sociales y yo no me escapo de las
mismas.
Les digo a los demás lo fundamental de tener una vida
equilibrada mientras yo no la tengo. Ensalzo al que reza y habla con Dios y lo
escucha, mientras que yo huyo del verdadero silencio interior.
Hay tantas incoherencias a mi alrededor y dentro de mi alma
que me duele en lo más hondo.
¿Cómo ser fiable?
Quisiera ser coherente, verdadero, fiable. ¿Cómo puedo serlo
y tratar de llevar una vida en la que todo lo que digo pueda hacerse realidad?
Cuando hablo demasiado o digo muchas cosas o aconsejo mucho,
veo que estoy más expuesto y pueden verse con más claridad mis propias
incoherencias.
Grito con fuerza que los otros hagan lo que yo predico, pero
luego yo no lo que hago.
Jesús enseñaba con autoridad. Lo que decía tenía peso e
importaba. Sus palabras estaban avaladas por sus obras.
Pero les decía a sus discípulos que hicieran lo que decían
los fariseos, pero no siguieran su ejemplo. Porque cargaban pesadas cargas
sobre los demás y ellos no llevaban ningún peso.
Me da miedo parecerme a esos fariseos y hablar mucho de lo
que debería ser, de cuál sería un comportamiento ejemplar, de cómo debería
vivir el santo de la vida diaria, mientras vivo yo ajeno a todo lo que
propongo. Es como si todo aquello de lo que hablo valiera para otros pero no
para mí.
O incluso puede ser que haya cambiado mi discurso con el
paso del tiempo y ahora ya no piense igual que antes. De repente lo que dije un
día ya no lo pienso y lo que defendí con pasión ya no lo comparto.
Son las incoherencias de mi alma que me pueden llevar por
caminos diferentes a los que propongo. No quiero vivir así, ni tener dentro del
alma esa ruptura entre lo que digo y lo que hago. Esa diferencia
esencial que me rompe por dentro.
¿Quién es autoridad?
Muchos maestros perdían su autoridad por sus incoherencias.
Hablaban sin autoridad. Me pregunto quién es hoy autoridad en mi vida. A
quién sigo, quién me importa lo que dice. Qué cosas guardo como un tesoro, como
el pilar sobre el que construyo mi vida.
Pienso en la autoridad de mis padres, de mis maestros,
de mis confesores. La autoridad de las personas a las que admiro, a las
que amo.
Sus palabras tienen peso dentro de mí, me importa lo que
dicen. Veo que tienen un respaldo en sus vidas. No dicen nada que no
aspiren a vivir.
A veces no serán del todo coherentes por su debilidad, por
su pecado. Pero no dejarán de luchar y levantarse para volver a empezar siempre
de nuevo.
No se ponen como modelo ante mí, no lo pretenden. Ellos
tienen la autoridad que yo mismo les doy. Creo en ellos, son importantes en mi
vida con su testimonio hecho obra.
No sólo son sus palabras las que edifican. Son más bien sus
obras, sus gestos de amor, su fidelidad heroica.
En este tiempo que vivo admiro a los que aman después de
haber fallado. A los que perdonan habiendo sido ellos perdonados. Esos que no
dictan cátedra continuamente sino que callan y asienten en silencio. Los que
actúan con modestia y humildad sin querer imponer sus criterios.
Ellos son autoridad en mi vida. Los admiro, los respeto
y los sigo, porque son fiables, son un testimonio vivo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia