Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad...
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«Nadie nace padre, sino que se
hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de
él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la
vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él«.
La paternidad espiritual es un
don que le pido a Dios. Ser capaz de hacerme responsable de la vida que se me
confía. Si no lo logro es porque he perdido el centro en mi vida.
Necesito cuidar el poder paternal
que Dios me confía. Él conoce mi debilidad y ha palpado mi pobreza. Sabe cómo
soy y lo que puede hacer Él a través de mi vida.
Sed de auténtica paternidad
Pero el drama de hoy es que
faltan padres creíbles, pastores confiables:
«La tragedia de la modernidad es,
en el fondo, la tragedia del padre. Los hombres y la sociedad carecen de
experiencia de una auténtica paternidad».
Faltan padres que se hagan responsables de
la vida que engendran. Padres fieles que cuiden la vida que se les ha
dado.
Esa fidelidad me conmueve. Padres
que no dejan de rezar y cuidar la vida de sus hijos. Pastores que no dejan de
vigilar a aquellos que están bajo su amparo.
Esa paternidad del pastor es un
don que le pido a la vida. Ojalá hubiera más pastores con olor a oveja como
mencionaba el papa Francisco.
Pastores dispuestos a dar la
vida, a amar hasta el extremo perdiendo sus posesiones y seguridades por
amor.
Un profundo deseo de los hombres
A veces me parece imposible amar
así, cuidar así. Otras veces pienso que es precisamente ese el camino de mi
felicidad.
Ser un pastor que esté dispuesto
a cuidar a los que ama y le aman hasta el extremo. Un pastor que no se canse
nunca de buscar a la oveja perdida.
A aquel que se ha quedado sin
hogar, sin patria, sin raíces. A aquel al que sus heridas han hecho
despreciable a los ojos de los hombres.
Quiero tener un corazón tan
grande como el de Jesús. Capaz de amar al que me persigue. Y tratar
con dulzura al que me recrimina.
Un amor que me levante del suelo
en el que he caído. Un amor que lleve al herido a descansar después de un día
difícil. Es el amor que sueño y deseo para mi vida.
Una misión de máximos
La imagen del pastor está siempre
ante mis ojos. Aquel que se las ingenia para cuidar a su oveja.
La llama por el nombre y la
conduce a verdes pastos donde podrá descansar y recobrar sus fuerzas.
El pastor no es un funcionario.
No hace el mínimo esfuerzo.
La paternidad, tanto como la
maternidad, tienen que ver con máximos, con la magnanimidad. Hay que tener un
alma grande para estar dispuesto a ser padre y pastor.
Es un amor que no se cansa de
esperar y buscar al que está lejos, al que está perdido por los caminos, a la
deriva en el mar.
El referente
Jesús tiene un corazón ancho e
inmenso. Se preocupa de los que están cerca y de los que están lejos. De los
que lo aman y de los que lo persiguen.
No quiere que ninguno se pierda y
los busca con amor solícito. Así quiere que sea yo, como lo describe el padre
José Kentenich:
«Todo crecimiento que se dé en el
otro es para mí la mayor felicidad. Esta es la auténtica sabiduría del
educador. No estoy para mí mismo, sino para otros. El educador debe ser el
hombre del trabajo pequeño, de la entrega tierna, de la donación desinteresada
de sí mismo. Esto vale también para mí en cuanto pastor«.
¿Quién puede ser padre? Quien es
hijo
Así lo hace Dios que da su vida
por mí. Una paternidad anclada en Dios:
«La paternidad anclada en Dios se inspira en el ideal del Buen Pastor».
Así quiere ser mi paternidad. Que
dé vida a los hijos que se me han confiado. Soy pastor y antes he sido oveja.
Confían en mí porque antes he
sido yo el que ha confiado en otros. Puedo llegar a ser padre si antes he
sido hijo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia