He pensado que era mi actividad desenfrenada la que tenía que satisfacer los deseos ajenos, en el fondo en una búsqueda enfermiza de mi propio yo
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A
veces puede ser que me fije más en la sed del hombre antes que en la mía
propia. Quiero calmar los miedos ajenos sin pensar en los míos.
Vivo queriendo sanar a otros siendo yo
el que tiene que ser sanado. Pienso que quiero conquistar el
Reino de Dios y se me olvida que es ese Reino el que ha de venir a mí.
Me preocupo de muchas cosas y no dejo
que Jesús se preocupe por mí. Ajetreado, inquieto, yendo de un lado
a otro tratando
de llenar vasijas de barro con un agua que yo no poseo.
Quisiera alzarme por encima de los vientos. Alcanzar las cimas más
altas sólo
con mi esfuerzo. Buscando una fuerza interior que con frecuencia
se agota.
Puede ser que haya puesto el acento en mí. Y me haya olvidado de
ese Tú por el que estoy dispuesto a dar la vida.
¿A quién buscaba en realidad?
Amando sin reservas me olvidé de ser amado. O pretendía
quizás que mi pozo siguiera lleno a medida que repartía cubos de agua.
He pensado que era mi actividad
desenfrenada la que tenía que satisfacer los deseos ajenos. En una búsqueda
enfermiza de mi propio yo. Apagando la sed que brota de mis entrañas
con una fuerza que me asusta.
He descubierto que mis heridas no se han curado, tal vez para que no me
olvide de a quién tengo que permanecer atado.
Le pertenezco a Jesús, no quiero olvidarlo. No puedo
vivir buscando pequeños premios en mis muchas batallas. En
un intento baldío por lograr las grandes victorias por las que llegar a ser
recordado.
¿Es tan importante la memoria de los hombres como para perder la
vida intentando que no quede nunca mancillada?
Esa memoria de los que un día me alaban y al siguiente me olvidan
o desprestigian. ¿Por qué me importa tanto el discurso vacío de los que no ven
mi verdad porque no la conocen?
¿Es por amor?
Hoy siento en mi corazón la voz del Resucitado que me sigue
llamando por mi nombre. Y pronuncia muy quedo esa pregunta que me rompe:¿Me amas?
Y yo tartamudeo en un intento por parecer seguro. ¿Cómo no amar a
aquel que me ha salvado?
No es imposible, puedo olvidar fácilmente y llegar a pensar
que sigo en la brecha de la batalla gracias a mi talento, a mis
éxitos y logros.
Y olvido esa pregunta que es la que de verdad me salva. Quiere que
le siga sin desánimo. O quizás ni siquiera pretende mi esfuerzo.
Sólo me pide que me quede quieto esperando, sin prisas,
sin búsquedas enfermizas. Que no quiera apagar todos los
incendios y salvar todas las vidas expuestas.
No me exige que no me detenga nunca, todo lo contrario. Sólo quiere
que me calme y espere, que me abra y permanezca en paz.
Que
añore un abrazo infinito. Que desee un descanso sin guerras. Sólo quiere que
acepte que no
puedo lograr solo todo lo que el mundo me pide.
Que no soy yo sino Él en mí. Que no es mi
voz, sino la suya. Mis deseos son los que Él pone dentro de mi alma.
La fuerza de recordar
Quizás
tengo miedo a caer y no ser capaz de levantarme de nuevo. Tal vez
he olvidado el primer amor y es hora de recordarlo.
Ponerme en camino a esa cita que no quiero posponer. Jesús ha
salido a mi encuentro como cada mañana y está dispuesto a salvarme. Pero sólo
si yo quiero ser salvado.
¿Me creo ya viviendo en el cielo en
medio de la tierra? No quiero juzgar para no ser juzgado. Veo en
mi corazón la debilidad de mis brazos.
Y por más que me empeño en gritar que Él está vivo no dejo que
los hombres lo vean, es a mí a quien quiero que contemplen. Yo en el centro, Él
oculto bajo la sombra de mi vida.
Y le digo que le amo, pero no me dejo amar por Él. No quiero su
misericordia, es su premio lo que exijo, el pago por tanto bien
realizado y por tantas vidas salvadas.
Reconozco que mi vida no se parece en nada a la de los santos que
estaban dispuestos a perderlo todo por amor. Se dejaron hacer, se dejaron
llevar. Y su vida se llenó de esperanza.
Contemplar, recibir, alabar
Me gusta mirar a Dios en medio del camino. Me gusta contemplar su
rostro y ver cuánto me ama.
Medito enamorado esos abrazos que jalonan mi historia de amor.
Esos suspiros cuando me alejo y no veo su rostro.
¿Acaso no puedo detenerme cada día a
alabar a Dios por todo lo que me regala?
Es tan fácil el olvido… Me dejo
llevar con tanta facilidad por lo urgente. Me veo intentando contentar a todos
para llenar el vacío de amor que siento en lo más hondo.
Estoy dispuesto a vivir con más calma,
sin tantas prisas. Me calmo ante sus ojos que me miran y no me exigen
nada. Sólo quieren que me abra a todo ese amor que está dispuesto a
darme.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






