Si conseguimos que la caridad rija las relaciones de nuestros hijos, no necesitaremos grúas emocionales que levanten su autoestima
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Shutterstock | Sokor Space |
Una
afamada serie de televisión hizo viral una escena en la que un padre entrega a
su hijo un billete de 50 € y le pregunta: “¿Cuánto vale?” El hijo, sorprendido,
le responde: “50 €”.
Entonces, el padre arruga, aplasta,
aporrea el billete y, cogiéndolo entre sus dedos, se lo enseña al hijo de nuevo
y le pregunta: “¿Y ahora, cuánto vale ahora?” El hijo vuelve a responder: “50
€”.
El padre asiente y, mientras le muestra el
billete, le dice: “Grábate esto en la cabeza: nada de lo que te hagan los demás
afecta a lo que tú vales. Aunque te peguen, aunque te injurien, aunque te
escupan… Nada de lo que te hagan, nada de lo que te digan, cambia lo que tú
eres o lo que tú vales”.
Esta escena conmovió a muchos jóvenes y no
tan jóvenes. Era una escena que necesitaba esta sociedad. Necesitamos reforzar
muchísimo la autoestima de nuestros hijos. Porque estamos en una sociedad que
funciona, cada vez más, como una jungla, donde todo vale; donde no hay límites
y donde la caridad es una virtud en peligro de extinción, absolutamente
desconocida para un alto porcentaje de la población.
Ojalá
tuviésemos la vacuna que nos inoculara una dosis de anticuerpos contra la
maldad, la crueldad, la envidia… La cantidad justa que pudiéramos asumir para
que esos pecados no nos invadieran nunca más. Y que la mayoría de la población
se contagiase de empatía, asertividad, delicadeza, tacto, ternura…
Hace poco, leí en algún sitio que no
consigo recordar, que la caridad es la antesala de Dios. Y ya que no
encontraremos ninguna farmacéutica que nos proporcione el antiviral, debemos
concienciarnos de que nuestra única herramienta es la educación.
Enseñarles a nuestros niños, desde muy
pequeños, que tanto ellos como todos los demás valen más de 50 €. Valen ni más
ni menos que toda la sangre de Cristo, ni una gota menos.
Así que, la que viste genial en clase y la
que nunca se quita el mismo jersey lleno de bolas, valen lo mismo: toda la
sangre de Cristo. El que saca buenas notas y el que no da un palo al agua,
valen toda la sangre de Cristo.
El que tiene ocho apellidos con guión y
siente azul el color de su sangre, y el pailán sin pedigree valen lo mismo:
toda la sangre de Cristo. El crack del equipo de fútbol y el perfecto paquete,
siguen valiendo lo mismo: toda la sangre de Cristo.
Tenemos que empeñarnos todos –padres,
profesores, monitores de campamentos, de actividades extraescolares (que
presumimos de católicos)–, en conseguir la excelencia en la caridad. Nos
jugamos mucho en ello.
Si conseguimos que la caridad rija las
relaciones de nuestros hijos, no necesitaremos grúas emocionales que levanten
su autoestima, y el mundo será menos hostil, será un poco más parecido al tan
deseado Cielo.
Pero, para ello, tenemos que ayudarles a
vivir una caridad real, no una caridad que llegue sólo a los que viven lejos de
su zona de confort. Caridad es:
- No conformarse con recaudar dinero para los pobres, sino asegurarse de
que ningún compañero esté solo en el recreo.
- Dar la vuelta el examen tras recogerlo para no presumir de un 10.
- No acompañar con risas los comentarios jocosos hacia un compañero.
- Escoger en su equipo al que sabe que nadie va a querer.
La excelencia en la caridad tiene que estar
por encima de la deportiva, e incluso de la académica. Es tener claro el valor
de todas y cada una de las personas: toda la sangre de Cristo.
No podemos ser buenos cristianos y pensar
que toda esa gente que merece toda la sangre de Cristo no se merece nuestra
sonrisa, nuestro saludo, nuestra amabilidad, nuestra mejor versión.
Recordemos y enseñemos a nuestros hijos
que, por muy mal que tratemos a una persona o por mucho que le despreciemos, le
pasa como al billete de 50 €. Sigue valiendo lo mismo: toda la preciosísima
sangre de Cristo.
Mar Dorrio
Fuente: Aleteia