El Santo Padre dedicó su catequesis semanal en el tema de “la perseverancia en la oración”
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El Papa Francisco en la Audiencia General Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa |
Tras saludar a los numerosos fieles reunidos en el patio de San
Dámaso en el interior del Vaticano, el Santo Padre dedicó su catequesis semanal
en el tema de “la perseverancia en la oración”, y anunció que se trata de la
penúltima ocasión de esta larga serie de catequesis sobre la oración.
En esta línea, el Santo Padre se refirió a la importancia de
“rezar sin interrupción” ya que el “orar constantemente es una invitación,
más aún, una exhortación que nos hace la Sagrada Escritura” y recordó la
recomendación de San Pablo en la primera carta a los Tesalonisenses “Recen constantemente. En todo den
gracias”.
“Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡ten piedad de mí pecador!
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡ten piedad de mí pecador! ¿La han
escuchado? ¿La
decimos juntos? Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡ten piedad de mí pecador! es
una oración sencilla, muy bonita”, conversó con los fieles en forma espontánea
el Santo Padre.
En este sentido, el Pontífice utilizó dos imágenes para describir la oración:
la “respiración de la vida” y el “pentagrama musical”.
En la primera, el Santo Padre señaló que “en efecto, en la vida
necesitamos tanto de la oración como del aire que respiramos” y afirmó que “de
hecho, la respiración no cesa nunca, ni siquiera mientras dormimos; y la oración es la respiración de la
vida”.
En segundo lugar, el Papa dijo que “la oración es una especie de
pentagrama musical, donde nosotros colocamos la melodía de
nuestra vida” y explicó que la oración “no es contraria a la laboriosidad cotidiana,
no entra en contradicción con las muchas pequeñas obligaciones y encuentros,
si acaso es el lugar donde toda acción encuentra su sentido, su porqué y su
paz, en la oración”.
Sin embargo, el Santo Padre reconoció que “poner en práctica estos principios no
es fácil” y puso el ejemplo concreto de “un padre y una madre,
ocupados con mil cometidos, pueden sentir nostalgia por un periodo de su vida
en el que era fácil encontrar tiempos cadenciosos y espacios de oración.
Después, los hijos, el trabajo, los quehaceres de la vida familiar, los padres
que se vuelven ancianos...”
Ante eso, el Papa añadió que en ocasiones “se tiene la impresión de no conseguir
nunca llegar a la cima de todo” por lo que aconsejó que
“entonces hace bien pensar que Dios, nuestro Padre, que debe ocuparse de todo
el universo, se acuerda siempre de cada uno de nosotros. Por tanto, ¡también nosotros debemos acordarnos
de Él!”.
Trabajo y oración
Por ello, el Santo Padre recordó que “el trabajo y la oración son
complementarios” ya que, así como “la oración – que es la
“respiración” de todo – permanece como el fondo vital del trabajo, también en
los momentos en los que no está explicitada” por lo que advirtió que “es deshumano estar tan absortos por el
trabajo como para no encontrar más el tiempo para la oración”.
En esta línea, el Pontífice recordó el ejemplo del “monaquismo
cristiano” en el que “siempre se ha tenido en gran estima el trabajo, no solo
por el deber moral de proveerse a sí mismo y a los demás, sino también por una
especie de equilibrio, de equilibrio interior en el trabajo”.
“Es arriesgado para el hombre cultivar un interés tan abstracto
que se pierda el contacto con la realidad. El trabajo nos ayuda a permanecer en contacto con la
realidad. Las manos entrelazadas del monje llevan los
callos de quien empuña pala y azada”, explicó el Papa.
De este modo, el Santo Padre subrayó que el relato del Evangelio
de San Lucas en el que “Jesús dice a santa Marta que lo único verdaderamente
necesario es escuchar a Dios, no quiere en absoluto despreciar los muchos
servicios que ella estaba realizando con tanto empeño”.
Al mismo tiempo, el Pontífice recordó el episodio de la
Transfiguración para explicar que “no
es sana una oración que sea ajena de la vida. Una oración que
nos enajena de lo concreto de la vida se convierte en espiritualismo, o peor,
ritualismo”.
“Recordemos que Jesús, después de haber mostrado a los
discípulos su gloria en el monte Tabor, no quiere alargar ese momento de
éxtasis, sino que baja con ellos del monte y retoma el camino cotidiano.
Porque esa experiencia tenía que permanecer en los corazones como luz y fuerza
de su fe. También luz y fuerza para los siguientes días duros, los de la
pasión”, indicó.
Finalmente, el Santo Padre destacó que “los tiempos dedicados a estar con Dios
avivan la fe, la cual nos ayuda en la concreción de la vida, y
la fe, a su vez, alimenta la oración, sin interrupción” y añadió que “en esta
circularidad entre fe, vida y oración, se mantiene encendido ese fuego del amor
cristiano que Dios se espera de cada uno de nosotros”.
“Y repitamos la oración sencilla, que es muy bonito repetirla
durante el día, veamos si todavía la recuerdan, todos juntos: ‘Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ¡ten piedad de mí pecador!’, otra vez, ‘Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ¡ten piedad de mí pecador!’ Decir esta oración,
continuamente, te ayudará a la unión con Jesús”, concluyó el Papa en forma
espontánea.
Por Mercedes de la Torre
Fuente: ACI Prensa