Su historia es todo un ejemplo de que la acogida, la fraternidad, la vecindad y la amistad están muy por encima de las guerras, las divisiones ideológicas y los conflictos religiosos
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«Cuando el Estado Islámico entró
en Mosul yo estaba sola y no pude huir. Con mi amiga Mary nos quedamos allí, en
la ciudad; teníamos miedo pero gracias a Dios vino en nuestra ayuda un vecino,
Elias Abu Ahmed, un musulmán, que nos dijo que haría todo lo posible por
protegernos», cuenta a AsiaNews.
Su historia es la de la
supervivencia gracias a los vecinos sin importar la religión. Los milicianos
irrumpieron en su casa en el barrio Mohandessin de Mosul. Elías Abu Ahmed, su
vecino, rápidamente entró en la casa y les dijo a los milicianos que las
dejaran tranquilas. Les explicó que Camille era su abuela y Mary su tía, y se
las llevó a su casa en el barrio de Baladiyat. Elias mintió a los milicianos, o
quizá anticipó lo que ocurriría después.
“El ISIS hubiera podido echarnos
– recuerda la anciana – pero Elias Abu Ahmed nos recibió y nos acogió en su
casa. Tenía algo de dinero guardado y se lo regalé para ayudar a mantener la
familia y criar a los niños, porque su salario de obrero, a menudo modesto, no
era suficiente”.
Su encuentro con el Patriarca
Sako
En su encuentro con el Patriarca,
el cardenal Raphael Sako explicó que ya conocía a Camile desde la década de los
90 pero pensaba que había muerto.
«Junto con las hermanas – cuenta
– vino conmigo a Roma y después a París, en el Año Santo. Pensé que había
muerto porque no tuve más noticias de ella, pero nunca dejé de buscarla para
saber qué le había pasado. No fue fácil conseguir información, sobre todo por
la gran confusión que reinó durante mucho tiempo en la metrópoli del norte de
Irak, pero al final lo logramos».
Para el Cardenal Sako, Camille es
un ejemplo de la fraternidad posible entre cristianos y musulmanes. Su historia
es la historia de la esperanza por un mundo nuevo, por un Irak nuevo. La
realidad, la vecindad, la fraternidad que vence cualquier ideología, odio o
diferencia religiosa.
Álvaro del Real
Fuente: Aleteia