Dios conmigo cada día, no importa que parezca dormido, Él va a mi lado cuidando mi vida, lo único que quiere es que confíe
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Jesús
duerme y los discípulos, que tienen miedo, lo despiertan para que los socorra:
«Se puso en pie, increpó al
viento y dijo al lago: – ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran
calma. Él les dijo: – ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?».
Me falta fe en el poder de ese
Dios que va conmigo. Parece dormido aunque va conmigo. No hace nada.
¡Cuántas veces he criticado esta
aparente indiferencia de Dios! Parece que nada de lo mío le preocupa.
No se asusta con mis miedos. No
soluciona mis problemas. No me socorre en mis angustias.
Duerme Jesús en mi barca y yo
tengo miedo de la vida en el mar revuelto.
¿No le importan mis tormentas?
Me asusta la vida que no puede
estar bajo mi control, en mis manos. Los días que traen tormentas e inquietan
mi presente y mi futuro.
Ese sueño de Jesús me
angustia. Quisiera que siempre estuviera atento y yo pudiera verlo y
tocarlo, palpar su interés y su preocupación por mí.
Es como si pensara que no es
grave lo que para mí parece tan importante. Es como esos padres que sonríen al
ver los miedos de un niño.
Son miedos reales, al menos yo
los siento. Y no quiero que Jesús sonría condescendiente pensando en su corazón
que me preocupo en vano.
Porque es en vano, yo no puedo
calmar los vientos ni apaciguar las olas. Sólo Jesús puede cuando despierta con
mis gritos y ve mi desesperación. Por eso no dejo de gritarle aunque luego me
llame cobarde.
Quisiera yo también dormir con
confianza
Es verdad que me falta fe. No
confío en mi Jesús dormido en el extremo de mi barca. Parece tan tranquilo y yo
tan nervioso.
Quisiera que Él sufriera un poco
con mis miedos. Pero no, permanece en paz y sereno. Duerme mientras yo
sufro.
Me gustaría ser como Él en las
grandes noches de mi vida. Allí cuando yo me desvelo y no concilio el sueño, me
gustaría poder dormir.
Allí cuando intento controlarlo
todo y sujetar la vida, quisiera confiar como un niño abandonado en las manos
de su padre.
No sé confiar, tal vez porque he
sido herido o han dañado mi inocencia cuando confié en los hombres y en Dios. Y
me sentí defraudado y solo.
¿Cómo se puede confiar de nuevo?
Creo que sólo si confío voy a ser feliz. Si creo en la bondad de las personas.
Si no veo el mal escondido detrás del bien aparente.
Mi gran arma
No quiero vivir en la desconfianza sin
abrir mi alma de nuevo por miedo a ser otra vez herido.
Si una vez me han abandonado, no
quiero pensar que siempre va a suceder. Quiero pensar que la vida es un don que
Dios me hace y creer que está Dios conmigo cada día.
No importa que parezca
dormido. Él va a mi lado cuidando mi vida. Lo único que quiere es que
confíe.
Es mi gran arma, la confianza en
los hombres y en Él. Ese abandono de niño en las manos de su padre. Esa actitud
abierta ante la vida, ante el futuro.
Sin miedo
Temo y confío. Me da miedo la
vida y dejo todo en las manos de Dios. Él sabe lo que me conviene, lo que es
mejor para mí.
No sirve que me aferre a una
cadena por miedo a caerme, cuando es el único camino que tengo para emprender
una nueva vida.
Quiere que me suelte y crea que
al final del túnel, en el fondo del precipicio, están sus manos seguras
dispuestas a abrazarme. Escribe Rafael Luciani:
«Las palabras que usamos al orar
y dirigirnos a Dios revelan nuestra imagen de Dios. Pero también revelan la
propia honestidad, sinceridad y transparencia de cómo vivimos nuestra relación
con Dios y con los demás. Jesús nos enseña a discernir qué palabras, frases,
actitudes son la base de nuestra oración diaria a Dios. Las palabras que Jesús
usó expresan la confianza ciega en Dios. Todo es posible para Él».
Dios me está esperando
Mi oración expresa cómo es el
Dios en el que creo. Me gustaría creer ciegamente en su amor. Confiar y
abandonarme.
No importa morir si sé que es la
única forma de resucitar. Él está esperándome para emprender el vuelo.
Lo que quiere es que viva
confiando cada día en el Dios de mi vida. Lleno de confianza y gratitud. Agradecido
y admirado de su poder.
Dios protege
Mi Dios es un Dios que todo
lo puede, todo lo soluciona, todo lo salva. Lo alabo y admiro.
Cuida de mí como la piedra más
preciosa, como el hijo más valioso. Decía el padre José Kentenich:
«Ahora nos dejamos regalar alas
de águila y dejamos que, en lugar de los remos o junto a los remos, el Espíritu
Santo despliegue las velas. Entonces esperamos del Espíritu Santo la gracia de
caminar con Dios a través del quehacer del día y de las situaciones más
difíciles».
J. Kentenich, Lunes por la tarde,Tomo 2: Caminar con Dios a lo largo del día
Me gusta ese Dios que camina un
paso delante de mí, despejando el camino. Me da paz en la tormenta. Descansa a
mi lado seguro de que todo va a ir bien.
¿Para qué me inquieto y pierdo la
paz? Confío y descanso en su voluntad que siempre es el mejor camino. Confío,
nada puede salir mal si Él está conmigo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia