El Santo portugués que culmina su vida terrena en Padua no se limita a señalar el pecado, sino que ofrece una propuesta positiva
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| San Antonio de Padua |
Comentando
aquel episodio evangélico, en un sermón predicado el domingo 16 después de
Pentecostés, el buen franciscano se detenía a explicar que Naín representaba
nuestro propio cuerpo, que, al igual que las antiguas ciudades, tiene cuatro
puertas.
Según el
famoso predicador, «a fin de que el alma no sea sacada por ellas, estas puertas
deben tener echados los cerrojos y estar custodiadas con guardas… Las cuatro
puertas de la ciudad… son la vista, el oído, el gusto y el tacto».
Hacia
el mediodía se abre otra puerta que significa el oído, puesto que este sentido se
encuentra como en el centro, entre la vista y el gusto: «La vista me alcanza
más que el oído, el oído más que el gusto».
El
gusto está representado por la puerta que mira al occidente, que es por donde
muere el día, cuando llega la hora en que esconde la luz al mundo y llegan las
tinieblas. Esta oscuridad le trae a la mente el pecado. «Obsérvese que con la
lengua pecamos de tres maneras: con la adulación, con la detracción, y comiendo
y bebiendo más de lo necesario».
Finalmente
el sentido del tacto queda representado por la puerta que se orienta hacia el
norte. El aquilón que viene del norte es el viento que liga las aguas,
según explicaba san Isidoro en las Etimologías.
Y
así ocurre con el sentido del tacto. En efecto, «la iniquidad ata las manos
para que no hagas buenas obras». Es peligroso este sentido. Por el tacto de las
manos solemos pecar de tres modos: tocando cosas deshonestas y torpes, robando
lo ajeno, y no dando a los pobres lo que les pertenece.
El
Santo portugués que culmina su vida terrena en Padua no se limita a señalar el
pecado, sino que ofrece una propuesta positiva. El buen predicador expone las
medidas para superar esas tentaciones: «Contra lo primero, enjuíciate a ti
mismo. Contra lo segundo, conténtate con lo que justamente posees: grandes
riquezas con la pobreza alegre y bastarse con lo que uno tiene. Contra lo
tercero, sé abierto a los demás; tiende tu mano al pobre, para que recibas el
doble de la mano de Jesucristo».
Ya se sabe que San Antonio es el Santo al que se piden milagros y que busca los objetos perdidos. Pero se olvida que conocía tanto los evangelios como la cultura de su tiempo. Esos datos y la oración hacían de él un buen predicador.
José
Román Flecha Andrés
Fuente: Revista Ecclesia






