Hay un hambre honda, profunda, que no soy capaz de calmar, que sólo Dios sacia definitivamente
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Tengo
hambre. Con mucha frecuencia no estoy saciado y busco alimento. Busco
sucedáneos que calmen el hambre por un tiempo. Pero luego vuelve.
Jesús sabe de mi hambre, conoce cómo soy. Alza los ojos y me mira. Le
preocupa mi hambre. Sabe que necesito ser alimentado y sufro en mi indigencia.
Sabe que yo solo no puedo. Hay un hambre honda, profunda, que no soy
capaz de calmar.
Tal vez me alejo de Dios y busco en el mundo que me sacie,
que me llene y quite esa inquietud mía que no me deja alcanzar las cumbres más
altas.
Necesidad de sentido
El hambre de Dios está ahí, dentro de mí, latente. Leía el otro
día:
«De ahí que filósofos modernos digan,
con mucho acierto, que el hombre de hoy, desligado de Dios, se parece a un lobo
estepario que aúlla de hambre de Dios, y a la medianoche ronda la tumba de su
Dios asesinado».
Kentenich Reader Tomo 2: Estudiar al
Fundador de Peter Locher, Jonathan Niehaus
¡Cuánta gente hoy vive sin Dios, con hambre dentro! Un hambre
espiritual que busca encontrar sentido a todo lo que
sienten y viven.
Muchos buscan hoy una
fuente oculta en el mundo, desean la presencia misteriosa de una fuerza que
mueva el universo y dé sentido a este deambular por la vida.
Muchos ya no creen en la Iglesia. Creen en las energías que
están presentes y ahí buscan la paz, la alegría y calmar el hambre.
En camino para buscar
El camino de
Santiago de Compostela nació por el anhelo de tocar en los
restos sagrados del apóstol Santiago el amor de Jesús.
Los apóstoles, torpes y limitados, niños enamorados, amaron a
Jesús hasta el extremo y estuvieron dispuestos a morir defendiendo su nombre.
Tocar la tumba del apóstol se convirtió durante siglos en un
motivo suficiente para comenzar un viaje que podía incluso acabar con sus
vidas.
Dejaban la paz de sus casas y se ponían en camino queriendo tocar
a Dios en la piel fría de un santo.
En la actualidad ese camino tiene mucha vida y miles de peregrinos
llegan a Santiago motivados por razones diferentes.
En muchos casos sienten que en el camino pueden encontrarse
con ellos mismos y así calmar un hambre profunda que tiene
todo corazón humano.
Deseo de infinito
El hombre no se sacia sólo de pan,
sino de un alimento que viene de lo alto.
Hay una necesidad más profunda que a menudo sofoco con
preocupaciones y posesiones, queriendo ser feliz a medias.
Sin dar respuesta al grito del alma no
es posible una felicidad plena. Ese grito sigue dentro y me pone en
camino, a Santiago o a esa meta en la que espero encontrar un sentido
trascendente a lo que vivo.
¿Acaso el amor está condenado a no ser
eterno? Simi deseo es amar para siempre ¿no seré capaz de vivirlo?
En el alma hay un deseo de infinito, un anhelo de cielo, un ansia
de eternidad que nada puede ahogar, por mucho que lo intente.
Un pan que sacia de verdad
Llegarán momentos duros en mi vida en los que me sentiré solo y
abandonado y miraré al cielo buscando respuestas, algo de esperanza y alegría.
Intentaré encontrar un camino que le dé sentido a todo lo vivido.
Me encontraré conmigo mismo en ese andar esperando un día tocar al apóstol.
Eso es el camino, una búsqueda, un deseo de plenitud, una esperanza que
brota solitaria en el corazón humano. Es el hambre más verdadera.
Todo parece quitarle importancia a esa hambre que reconozco en mí.
Pero sigue ahí esperando un pan que regale consuelo.
Jesús me mira y quiere darme de comer. Quiere calmar mis miedos y
sostener mis preguntas para las que no encuentro respuestas.
Alimento para el corazón
herido
El que se pone en camino es un buscador. No importa que no sepa lo
que busca, porque ya se está encontrando al andar un pan diario que puede
quizás calmarlo para siempre.
Si no me pongo en camino, no me acerco
a Aquel que puede tener respuestas para mí. Jesús se lo
dijo un día a los que lo seguían:
«Los que
tenéis hambre, seréis saciados».
Y por eso Jesús quiere que me den de comer, que me sacien. Dice el
profeta Eliseo: «Dáselos
a la gente, que coman». Y Jesús les dice a sus discípulos: «Decid a la
gente que se siente en el suelo».
Quiere saciar su hambre de pan para que comprendan que el hambre
que subyace en su interior es la que de verdad importa.
Él es el pan que alimenta ese corazón
herido y enfermo. Él quiere saciar el hambre que no me deja
tranquilo.
Yo vivo inquieto, en búsqueda, en camino. Me hago peregrino porque
me falta algo.
No necesita Jesús que peregrine, ni que toque la tumba de un
santo. Sólo necesita que me desprenda de todo lo que me encadena a mi tierra, a
mis planes y proyectos, a mis seguridades.
Quiere que rompa con lo me quita la
libertad para poder caminar ligero de equipaje, en paz por los
caminos de la vida, buscando un pan espiritual que dé paz a todas mis ansias y
búsquedas.
Ese pan de Jesús es el que necesito.
Mi hambre es de Dios, lo tengo claro.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






