Lo que nos conecta con nuestro verdadero ser, con la esencia de nuestra existencia, está al alcance de nuestra mano
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C.S
Lewis, escribiendo como un demonio en Cartas del
diablo a su sobrino, describió el momento presente así:
“Los humanos viven en el
tiempo, pero nuestro Enemigo (Dios) los destina a la eternidad. Por tanto,
creo, quiere que se ocupen principalmente de dos cosas, de la eternidad misma y
de ese momento que llaman Presente. Porque el presente es el punto en el que el tiempo
toca la eternidad «.
Parece que C.S. Lewis,
intencionalmente, escribe Presente en mayúscula. Nos está haciendo saber que,
para los cristianos, una experiencia en el tiempo presente y una experiencia de
Dios es lo mismo.
Si dejamos de preocuparnos por el futuro podremos ver mejor la
alegría que experimentamos juntos en el presente. Así podremos vislumbrar de
qué se trata la eternidad con Dios.
Se trata de otorgar al aquí y ahora la dignidad de lo
eterno. Si es cierto que lo que hacemos ahora lo haremos
innumerables veces, hemos de hacerlo de tal manera que pueda volver a nosotros
sin temor. Hemos de vivir cada instante como si fuera eterno, pues
retorna a nosotros eternamente.
El presente contiene una parte de la felicidad del cielo. La vida
está hecha para desplegarse en el aquí y ahora. Se trata de bailar con la vida
a cada momento y en cada cosa que hacemos buscar a Dios y encontrarlo.
Vivir el momento presente nos conecta con nuestro verdadero ser,
que está más allá del tiempo y que es la misma vida de Dios que reside en
nuestro interior.
Muchas veces quedamos “atrapados en el tiempo”, por lamentar el
pasado o temer por el futuro.
Vivir el presente nos permite salir de esta trampa, nos permite
“existir” en el sentido pleno de la palabra (ex-stare: estar fuera)
salir, para en este éxodo, volver a lo esencial de nuestra existencia.
Vivir el presente nos permite conectar con lo que hay en nosotros
que permanece. Nos permite encontrar la eternidad que habita en nosotros y
que nos permite encontrar a Dios.
El otro puede ser Dios para mí en la
medida en que permito que Dios empiece a tener rostros concretos en mi vida.
Como somos hombres y mujeres de «poca fe», Jesús continúa
tendiéndonos su mano para salvarnos y permitir que nos
encontremos con Él.
Nos tiende la mano cuando existen «otros» que llaman a
nuestra puerta, ofreciéndonos la oportunidad de superar nuestros miedos para
encontrar, acoger y ayudarlo a Él en persona.
“El encuentro
con el otro es también un encuentro con Cristo. Nos lo dijo Él mismo. Es Él
quien llama a nuestra puerta hambriento, sediento, forastero, desnudo,
enfermo y encarcelado, pidiendo que lo encontremos y ayudemos.
Y si todavía tuviéramos alguna duda, esta es su clara palabra: «En verdad os
digo, que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me
lo hicisteis»” (Mt 25,40). (…) “Y aquellos que han tenido la fuerza de
liberarse del miedo, los que han experimentado la alegría de este encuentro hoy
están llamados a anunciarlo desde los tejados, abiertamente, para ayudar a
otros a hacer lo mismo, predisponiéndose al encuentro con Cristo y su
salvación”.
Papa Francisco
Luisa Restrepo
Fuente : ReL





