Aunque me duela muy dentro siento que están algo más vivos cuando pienso en mis seres queridos que fallecieron...
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Me
cuesta el color de la muerte, el olor de la ausencia, la frialdad de la pérdida.
Tiene la muerte más noche que amanecer. Más oscuridad que luz. Más silencio que
palabras.
Me asusta su paz sin vida, su soledad sin compañía. Me intimida el vacío que
deja el partir la persona amada.
No se cómo se hace para superar su partida. Nada reemplaza su
ausencia, nada
llena lo que ahora me falta.
No sé cómo se hace para estar alegre sin sentirme
culpable por haber perdido lo que tanto amaba. Por no
haber tenido esa conversación esperada. Por haber demorado mis muestras de
afecto.
Por no haberle dicho lo más importante, por haber herido, por
haber fallado, por haber sido infiel al amor recibido.
Llega la muerte y se lleva la oportunidad de enmendar mis pasos. Y
surge la culpa.
La ausencia duele
O
simplemente la
ausencia duele muy dentro porque el amor toca, abraza,
habla, sonríe. Y la ausencia de todo eso trastoca mis pasos.
Me dicen que el tiempo todo lo cura. Pero yo no lo veo tan claro.
Ojalá así fuera, y ojalá no hiciera falta tanto tiempo.
Un mes, un año, una década. Puede que el tiempo amortigüe el dolor
que ahora siento. Como un pañuelo que seca las lágrimas.
Puede que nuevas melodías acallen el grito de mi alma que
suplica presencia. Puede ser que el nuevo día me permita ver el
sol dejando atrás las tinieblas.
Y puede que mientras espero a que llegue el cielo mirando a las
alturas sienta paz en mi alma. Todo puede ser.
El dolor puede que mitigue. En eso confío.
Recordar y agradecer a Dios
Mientras todo pasa o todo llega le doy
gracias a Dios por lo vivido, por lo amado.
Por las personas que un día me hicieron sentir especial. Por los
que me ayudaron a crecer siendo niño.
Por ese primer abrazo que sanó algo muy dentro, algo roto con lo
que vine al mundo. Por esas palabras de intimidad que me despertaron a la vida
y me hicieron sentirme único.
Doy gracias a Dios por los días compartidos, por las noches
vividas, por las luces y sombras del amor recibido.
Evoco imágenes guardadas de la persona que se ha ido. Recuerdo sus
pasiones, sus gustos, sus aficiones.
Guardo como un tesoro sus frases predilectas o esa que me dijo en
un momento difícil, aquel consejo, aquel halago.
Guardo todo lo vivido como mi mayor
tesoro. No quiero olvidar nada, porque el olvido total sí que es la
muerte.
Mientras lo recuerde sigue vivo dentro de mi alma.
Siempre unidos
Y puedo seguir hablando con él en mi
corazón mientras vivo a su lado, estando ya ausente.
Le pido consejos, le cuento mi vida, le hablo de todo lo que a él
le gustaría. Y sonrío, sé que él me sonríe.
Y es que la muerte separa pero no logra cortar ese
hilo invisible que me une para siempre con aquellos que he amado y me han
amado.
No hay olvido que pueda romper el vínculo.
Un amor destinado a vivir siempre
Permanece,
eso sí, una honda nostalgia, una tristeza tenaz.
Hay recuerdos, hay vida al recordar la muerte. ¿No está hecha mi
alma para la vida eterna? Claramente mi amor no nació para morir, sino para vivir siempre.
Por eso hoy sonrío, me alegro y vivo. ¡Cómo no reír al recordar su
risa, cómo no llorar al evocar su llanto!
El recuerdo me devuelve, por unas horas, a los que tanto he amado.
Sé que es solo un préstamo, pero vale la pena vivir entre colores que me hablan
de resurrección más
que de muerte.
Seguir amando
Recibo en mi alma como un don sagrado el aliento aún vivo de los
que he amado. Merece la pena amar para poder sufrir más tarde con un
sentido.
No quiero olvidar, no quiero enterrar todo lo vivido, porque estoy
hecho de retazos de todos aquellos que caminan conmigo.
Sonrío mientras lloro muy dentro. Me alegro mirando esas fotos que
traen tantos recuerdos. En colores, en blanco y negro.
Pienso en la comida que amaron, en la música que les alegró el
alma, recuerdo lo que dijeron, lo que escribieron, medito en sus obras
sagradas, en sus sueños aún vivos.
No dejo de alegrarme en este día por todo lo que he perdido y aún
conservo vivo dentro de mi alma.
Hechos para el Amor
Nunca muere del todo aquel a quien yo amo. Perdura
mágicamente delante de mis ojos.
Anima mis pasos, sostiene mis miedos, empuja mi desaliento, vence
mis resistencias a amar y dar la vida.
Aunque me duela muy dentro siento que
están algo más vivos cuando pienso en mis muertos. Sus nombres,
sus historias cobran vida delante de mis ojos.
Estoy hecho para la vida, no para la muerte. Todo lo que hago es
vivir. Mientras
siga amando seguiré viviendo. No me canso de amar, merece
la pena.
Y guardo dentro de mí una nostalgia infinita de un cielo que
un día vendrá a vivir en mí, muy dentro.
Cuando pienso en los muertos el tema es la vida. Esa vida pasada,
nunca olvidada, siempre presente.
Esa vida presente que es la que cuenta, en la que decido cómo
llegar un día a mi propia muerte.
Y esa vida futura que es para siempre
en ese cielo que añoro dentro del alma.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia