Privarse del poquísimo alimento para alimentarse de Dios: entre los objetos que aún se conservan en el museo de Auschwitz hay un rosario de pan, hecho por una joven detenida pianista polaca, Franciszka Studzińska
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¿Dónde
estaba Dios? Es la pregunta que hemos oído muchas veces frente al horror de los
campos de concentración. Y es la misma pregunta que nace frente a cada
experiencia de mal que se nos presenta.
Puede permanecer un misterio en el que se hunde la mirada humana,
sin respuestas filosóficamente determinantes.
No sabemos responder a las preguntas sobre Dios y el mal, pero hay testimonios de
hombres y mujeres que llevan escrito: Dios estaba conmigo en la hora más oscura
de mi vida. Y este es el horizonte que nos desafía.
Quisiéramos a un Dios que barre cualquier migaja de mal y dolor,
estamos en compañía de un Dios que se queda y está con nosotros en cada abismo
o rincón de dolor.
Auschwitz: mantener la memoria desde
la oficina del Doctor Mengele
Hace pocos días el Corriere entrevistó a Jadwiga
Pinderska Lech, que es la presidente de la Fundación
víctimas de Auschwitz-Birkenau y es también responsable de la casa editorial
del Museo estatal de Auschwitz-Birkenau.
Su «puesto de trabajo» está precisamente dentro del campo de
concentración en donde se cuentan 1,1 millones de víctimas.
La oficina donde lleva a cabo la tarea de preservar la memoria del
Holocausto fue donde trabajó Eduard Wirths, médico jefe
del campo de concentración, el superior de Josef Mengele. Es una
habitación que da a la única cámara de gas que queda.
No hay lugar para muchos discursos abstractos o sentimentales. Las
palabras de esta mujer que vive en Auschwitz, y que además se encuentra
acompañando a turistas que confunden ese lugar con una atracción donde pueden
tomarse un montón de selfies, están llenas de rostros, objetos, datos.
A la pregunta sobre cuál es el recuerdo de los supervivientes que
la ha inquietado más, responde:
Lo que un preso observó desde
la ventana de un bloque que da al llamado «muro de la muerte», el lugar donde
fueron fusilados los presos políticos y las familias de los partisanos polacos.
Un día fueron llevados allí un padre, una madre con un bebé en brazos y una
niña de 10-11 años. Mientras esperaban la muerte, la niña, bien vestida y bien
peinada, notó que tenía una mancha de barro en un zapato. Entonces humedeció un
dedo con saliva y lo limpió. En ese instante llegó Gerhard Palitzsch, el primer
Rapportführer de Auschwitz, y los mató uno por uno a tiros de pistola.
Por Corriere
Es
posible que hayamos escuchado historias más aterradoras, pero no son solo los
detalles escandalosamente macabros los que hacen explotar el horror. El velo de
tinieblas de la perversa indiferencia cae sin piedad ante el inocente cuidado
de una pequeña niña que muere de un disparo que estalló sin remordimientos.
¿Dónde estaba Dios? En un rosario de
pan
Entonces, ¿dónde estaba Dios? Es la pregunta que el periodista
hace a quemarropa a la señora Lech, tras la angustiosa anécdota de la niña
asesinada.
Y ella no se pierde en abstracciones, una vez más tiene un objeto que
muestra y no hipótesis.
[…] no lograba
encontrar una respuesta, como los innumerables israelitas, católicos y
protestantes que en este infierno en la tierra perdieron, entre narraciones
indecibles, no solo la vida sino antes que nada la fe. Hasta que un día me
detuve a observar un extraño objeto encontrado en nuestro archivo. Lo hizo una
prisionera, juntando minúsculas bolitas hechas con migajas de pan. Un rosario.
Me impactó. ¿Quién
en Auschwitz se hubiera privado del alimento tan racionado para el cuerpo para
alimentar su alma, si no hubiera creído en Dios y en la vida eterna?
Ibid.
Es
necesario permanecer en silencio para contemplar esta imagen, una fabricación
rudimentaria pero muy precisa.
Quitarse el pan de la boca es una
manera que usamos para contar el sacrificio de quien renuncia al pan para darlo
a alguien más.
Pero aquí alguien -muy hambriento- se quitó el pan de la boca, lo
masticó y luego lo escupió, para hacer un objeto inútil.
¿Quién está tan loco, o santo, que osa apostar todo en la oración
en un lugar que le ha quitado al ser humano toda dignidad?
Franciszka Studzińska
Quien
come de este pan vivirá para siempre
El rosario de pan hecho a escondidas en Auschwitz fue hecho por
alguien que ha sentido en la piel la compañía de las palabras pronunciadas por
Jesús.
Padeciendo el hambre física, uno puede imaginar que sintió las
punzadas de un hambre aún mayor: el de vencer la tentación de desesperarse,
deshumanizarse.
Interrumpo aquí la hipótesis y los razonamientos, porque detrás de
aquel rosario hay una historia muy sencilla.
Los testimonios son esencialmente presencias que dan su sí al
bien, como pueden y donde se les pide hacerlo.
Franciszka Studzińska era una
estudiante universitaria de Cracovia, era también pianista.
Fue arrestada en 1942 porque transponía y entregaba documentos en
secreto al régimen nazi. Llegó a Auschwitz el 1 de diciembre de 1942 y murió
ahí el 4 de abril de 1943.
Su nombre forma parte del grupo de víctimas que los nazis
asesinaron no por motivos raciales (no era judía) sino por oponerse
al régimen. Nada más.
Esto es lo que se sabe de ella, además del hecho de que hizo un
rosario de pan. También está la foto que le hicieron en el campo de
concentración, acompañada del número 26283.
Eso
es todo, sí, y en el mejor sentido de la frase. Todo está aquí, incluso en la
nada a la que puede reducirse un ser humano.
Nada me falta, dice el Salmo.
Y lo recitamos casi sin pensar.
La historia de Franciszka es invisible y contiene todo el misterio
cristiano: insignificante
a los ojos de la gran historia, una nada que aplastar a los
ojos de sus verdugos, y una voz capaz de recordar con unas pocas migajas que cada uno de
nosotros es todo a los ojos de su Padre.
Nada me falta, solo mi
Padre está aquí conmigo.
Un consorcio de incursores
desarmados
¿Cuántos grandes testimonios de bien salen de Auschwitz? Puede
parecer arriesgado decir tal frase. No significa disminuir el horror en un
ápice. Sin embargo, incluso hacer una observación cronológica muy pequeña
despierta asombro.
Massimiliano Kolbe entró a
Auschwitz el 28 de mayo de 1941 y murió el 14 de agosto de 1941.
Edith Steinllegó a ese
mismo campo de concentración el 7 de agosto de 1942 y murió dos días después.
En diciembre del ’42 llegó Franciszka Studzińska, que
murió en abril del ’43.
El 7 de septiembre de 1943 fue la fecha de entrada de Etty Hillesum,
que murió en Auschwitz en noviembre de 1943.
Y quién sabe cuántos otros testigos de Cristo podrían añadirse a
la lista, hombres que han permanecido ocultos en la historia. Pequeñas voces
que balbuceaban y guardaban la promesa de la Resurrección más allá de la
alambrada del horror.
No se conocían entre sí, no había un proyecto escrito. Y, sin
embargo, ahora vemos esta fila de hombres y mujeres, una carrera de relevos de
luz en el reino de la oscuridad. No llevaban nada más que su sí a
una hipótesis de bien encarnado.
Este consorcio de testigos es la respuesta viva de Dios al mal,
una línea de incursores desarmados que cruzan las líneas enemigas y llevan el
Pan de vida donde todo parece ser consumido, violado, negado.
Annalisa Teggi
Fuente: Aleteia





