No quiero malgastar ningún segundo, miro la vida en su belleza, sin pensar que un día puede que caduque
| Shanling | Shutterstock |
En
ocasiones creo que vivo sin pensar en el final de mis días. La muerte me parece
algo lejano que no es para mí, sino para los otros.
Siento, no sé bien cómo, que soy eterno, que mis años son
incontables, que viviré para siempre.
No hay final para mí y tampoco para
aquellos a los que amo. Están protegidos por el mismo
halo sobrenatural que a mí me protege.
Al pensar en la muerte siempre se queda la mente en blanco. Como
si no hubiera nada tras el último aliento. Aun así, entre pensar en la nada o
visualizar el todo, elijo siempre el todo.
Tengo claro que después del último aliento de vida estarán
Dios y los míos esperándome. Estarán aquellos a los que he
amado, a los que he perdido.
El final de mi vida no lo elijo yo
Mientras
tanto, entre el ayer y el mañana vivo mi vida. Lo único que tengo claro es que no puedo
elegir el momento de irme aunque quiera.
El suicidio no es la respuesta, no
tengo derecho a acabar con ese don que me ha sido dado.
No elijo cuándo me voy, tampoco cuándo vengo. No sé si será muy
pronto o demasiado tarde el final de mis días.
El otro día murió una persona de cien años. Me sorprenden esas
cifras, espero no llegar a tantos.
Y un bebé dejó esta vida después de haber nacido pocos días antes.
¿Qué sentido tiene nacer para morir?
¿Cómo podría elegir el mejor momento para irme? ¿De qué valen
esas vidas que se sostienen en medio de sufrimientos?
¿Qué sentido tiene
caminar sin rumbo hacia el final de la vida?
Yo no elijo nada, no decido. Y sé que no hay momentos mejores que
otros. No es mejor una larga enfermedad que una muerte súbita. Cada cosa tiene
su dureza.
La vida es un regalo
No elijo yo cómo irme, o cómo despedir a los míos. Yo no
decido, no puedo alargar los días aunque ahora la ciencia crea que casi puede
lograr la eterna juventud.
Al menos sí me da una mayor longevidad y la curación de muchas
enfermedades que antes eran mortales.
La pandemia vuelve a recordarme que la salud es un don precioso
que sólo valoro cuando lo pierdo. Y que los medios humanos no alcanzan para
sanar todo mal.
Acepto que los demás están el tiempo
que Dios les regala junto a mí, no son eternos y tengo que valorar y
aprovechar su compañía mientras caminen a mi lado.
Necesito apreciar su trato, cuidar el amor y las relaciones para que no
se pierda lo que tengo, lo que es presente.
Aprovechar el presente
No quiero malgastar ningún segundo. Miro la
vida en su belleza, sin pensar que un día pueda que caduque.
No dejo para mañana la conversación pendiente. Ni omito ese abrazo
que puedo dar ahora.
No dejo de decir lo que pienso o
siento, esperando un mejor momento. Tampoco acallo mi te quiero, no
guardo mi lo siento.
Hago la llamada que quiero hacer. Visito a la persona que me
necesita. Sé que lo que no diga ahora puede que nunca lo diga. Lo que no haga
ahora puede que quede sin hacer.
El tiempo pasa y con él la vida
vuela. Entre un ahora y un mañana. Entre un presente esquivo y un futuro
incierto.
No todo lo que quiero hacer lo podré hacer y mis sueños no siempre
se harán realidad aunque lo intente.
No quiero dormirme dejando pasar las horas. Me despierto una y
otra vez de los sueños pasados para vivir con pasión la
vida.
Centrarme en lo importante
Creo que la realidad que acaricio es más
fuerte que lo que he pensado. Me dispongo a vivir dando la vida,
sin miedo a perder el tiempo.
Vivo el ahora, sin dejar pasar un segundo.
Puede que mañana ya no pueda. O que no estés, que te hayas ido.
Puede que Dios tenga otros planes y mi
vida sea más corta, o quizás transcurra más lejos.
Aprendo a escribir lo importante de todo
lo que pienso, para no olvidarme. Y canto las canciones más bellas que llevo
dentro del alma, dormidas.
Camino por esos caminos que no siempre
podré volver a recorrer. Hago lo que ahora puedo hacer, quizás algún día no
pueda.
Sueño lo que ahora puedo soñar. Gasto
mis días como si fueran los últimos que tengo en mi poder. Grito,
abrazo, deseo, corro, vuelo, miro, confío, río.
Y la tierra sigue dando vueltas bajo mis
pies. En un movimiento quejumbroso. Nada permanece eterno ante mis
ojos.
Caen algunas piedras mientras se levantan
otras. Caen las hojas. Cambia lo que siempre contemplaba. Nuevas imágenes,
nuevas melodías.
No me apego a lo que ahora tengo porque
es caduco. Hoy es y mañana tal vez pase. Estoy dispuesto al cambio
y a apegarme a lo que tengo.
No tengo miedo a perderlo en cualquier
momento, cuando la suerte o la vida así lo dispongan. Lo acepto sonriendo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia





