El prelado vasco se convierte este sábado en obispo de Orihuela-Alicante tras más de doce años en San Sebastián, su diócesis natal
Foto: Diócesis de San Sebastián |
¿Qué balance hace de su paso por San Sebastián?
Han sido años de profundo cambio generacional. Baste decir que en estos doce
años han fallecido 143 sacerdotes diocesanos guipuzcoanos. Sin contar a los
religiosos. En un tiempo fuimos misioneros y ahora somos misionados. Entre las
alegrías más grandes está la puesta en marcha de muchas iniciativas de
evangelización, que han llegado con fuerza en estos últimos años.
Durante este tiempo han pasado muchas cosas a nivel social y eclesial. La renuncia de un Papa y la elección de uno nuevo, el fin de ETA, la pandemia… ¿Qué le ha marcado?
Difícil escoger. Tal vez nos haya marcado muy especialmente la implosión
comunicativa provocada por el confinamiento de la COVID-19 que, en nuestro
caso, se tradujo en un aumento exponencial de la presencia en redes, además del
inicio de una televisión diocesana.
No pocas de las páginas más hermosas de la vida de la Iglesia acontecen sin que
la opinión pública tenga noticia. Y pienso que esto es así, no solo porque nos
falte comunicar mejor –cosa que es obvia–, sino también porque la Iglesia debe
custodiar la intimidad de las personas en sus encuentros de conversión, como
creo que acontece en estos casos concretos a los que te refieres. Insisto en
ello: lo mejor de la vida de la Iglesia acontece fuera de los ojos del mundo,
por ejemplo, en el sacramento del perdón de los pecados.
La Iglesia ha tenido y tiene un papel en la reconciliación de la sociedad vasca. ¿En qué punto está?
Las ideologías políticas han hecho tanto daño o más que la misma violencia
terrorista. ETA no solo mató a cerca de 1.000 personas, sino que hirió
gravemente el alma de muchas generaciones. La reconciliación pasa por tomar
distancia de esas intoxicaciones ideológicas. Y para ello, estamos llamados a
presentar experiencias de encuentro cristiano, que superan por goleada los
tímidos pasos dados desde las instituciones públicas.
Hablemos sobre la cuestión de los abusos. ¿Qué está haciendo la Iglesia en este campo? ¿Cree que está justificado que se abra una comisión en el Congreso?
La comisión en el Congreso no nace de una verdadera preocupación por las
víctimas, como lo prueba el hecho de que ignoren a la inmensa mayoría de ellas
y pretendan centrarse solamente en las referentes a la Iglesia. Es un armamento
de distracción masiva, entre tantos otros, puesto al servicio de los réditos
electorales. Dicho lo cual, nosotros estamos llamados a hacer exactamente lo
contrario, es decir, a preocuparnos por las víctimas, percibiendo en lo
acontecido una llamada a la conversión personal y comunitaria.
El Papa lo envía a Orihuela-Alicante. ¿Conocía la diócesis? ¿Qué espera de esta nueva etapa?
No, no había estado nunca en esa parte de Levante y, por ello, he procurado
vivir este momento de mi vida desde el acto de confianza y desde la «santa
indiferencia» de la que nos habla san Ignacio de Loyola en sus ejercicios
espirituales. La verdad es que da una gran libertad ser hijo de obediencia y
tener claro que uno no se posee en propiedad, que está llamado a servir allá
donde la Iglesia lo pida. Soy consciente de que me subo a un tren en marcha muy
potente y voy plenamente abierto a lo que el Espíritu me quiera mostrar.
Dígame una prioridad de la Iglesia.
¡La prioridad es la evangelización! Para ello hay que conjugar dos cosas:
fidelidad al mensaje y creatividad. El Catecismo de la Iglesia católica es un
tesoro en el que encontramos el depósito de la Revelación… ¡No tenemos derecho
a deformarlo ni a relativizarlo! Y, por otra parte, tenemos que estrujarnos la
cabeza para descubrir cómo dar a conocer a Jesucristo de forma significativa a
una cultura que nos resulta muy refractaria. Habrá que conjugar diversas vías:
obras de caridad, educación en la belleza, testimonios de santidad, formación
para dar razón de nuestra fe, experiencias de encuentro y comunión…
Usted es un obispo muy cercano a los jóvenes. Escribió la famosa carta Manda el porro a la porra. ¿Qué tendrían los jóvenes de hoy que mandar a la porra?
Tendrían que mandar a la porra el aislamiento narcisista, los refugios
adictivos compensatorios de la infelicidad, el miedo a arriesgarlo todo para
poder descubrir la plenitud por la que suspiran, las ideologías del pensamiento
único, las resistencias a dejarse acompañar por los testigos que Dios ponga en
el camino de su vida, o la indiferenciación de «quiero» y «me apetece».