El que ama siempre está junto a la persona amada, no la suelta, no la deja sola. Piensa en ella cada segundo de su vida, así es Dios conmigo
| Photo by Elijah O'Donnell on Unsplash |
Me
pregunto: ¿En quién pongo mi confianza?
«Dichoso el
hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Dichoso el hombre que no sigue
el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta
en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su
ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto
en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. No
así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor
protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal«.
Quisiera tener raíces hondas. Tener
mi confianza firme en Dios.
Creer en quien no falla
Confiar es abandonar mi vida en quien me ama.
No dudar, no temer. Confiar en ese Dios que me ha prometido la felicidad y la
plenitud. Confío en quien no me defrauda nunca y no me abandona.
Es un Dios que me sostiene. Quiero creer en la ley del amor que
gobierna este mundo. Dios me ama y me espera en el camino y al final de mi
vida. Comenta san Pablo:
«Si nuestra
esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados.
¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos».
Mi esperanza no está puesta en las cosas caducas sino en ese Dios
que no se desentiende de mí, no me olvida nunca y no me abandona.
Perder la confianza
Esa confianza no es tan sencilla de mantener viva. ¿Qué pasa
cuando muere la persona amada después de haber rezado tanto por su
recuperación?
¿Y cuando fracasa esa empresa por la que tanto he rezado y
confiado en Dios? ¿Cómo confiar de nuevo en ese Dios que parece
abandonarme en los peores momentos de mi vida?
La confianza es un don que se tarda mucho en conquistar y se
pierde muy fácilmente, con una primera infidelidad.
La confianza en las personas es un don que se me da, no la puedo
exigir. Es un regalo que Dios me hace.
¿Cuándo dejo de confiar en las personas a las que quiero?
Me duele tanto alejarme y dudar de aquellos en los que un día he
puesto mi confianza. Me da tanta pena sentir la lejanía de los que antes
estaban cerca…
Tejo relaciones hondas que pueden romperse por alguna herida, por
una palabra dicha fuera de lugar, por una traición no intencionada, por alguna
expectativa incumplida.
Sí, hay muchos motivos para que se rompa la confianza que antes
era un don sagrado, una piedra firme.
Y luego volver a confiar parece imposible. Sanar
la herida resulta tan difícil. Sellar la grieta que ha
provocado la distancia.
Hace falta el perdón y este no siempre llega. Se atasca en el alma
el resentimiento y
no llega ese olvido que haría todo más fácil.
¿Importa tanto quién tiene
la culpa?
Yo esperaba tanto, yo confiaba, yo contaba con todas esas cosas
que los otros no hicieron. ¿Qué parte de culpa tengo yo?
Tal vez me cuesta mirar mi corazón y aceptar que algo habré hecho
yo mal. No busco excusas, no culpo siempre a los otros.
Algo se ha roto y yo también
intervine. Incluso cuando no hice o no dije, mi omisión tensó la cuerda en
la relación o produjo un daño profundo en el alma de aquel que me ama, a quien
yo creo amar.
No puedo vivir siempre llevando
cuentas del mal que me hacen o del bien que dejan de hacerme. Esa
actitud me enferma.
A pesar de todo, confiar
Confiar siempre es el camino. Quiero
aprender a confiar. Incluso cuando me han fallado.
Si no soy capaz de confiar en los
hombres a los que veo, ¿cómo voy a confiar en Dios a quien no veo?
Confiar en sus planes aunque me parezcan extraños, en su amor
aunque a menudo no lo sienta.
Confiar en que siempre va a estar ahí sosteniendo mi vida aunque
parezca caer por una pendiente sin freno alguno.
Sumergirse profundamente en
el amor
Cuando confío en Dios, en su amor,
mis raíces se vuelven profundas, llegan a las entrañas de la tierra
donde hay agua en abundancia.
En la orilla del río todo es más fácil. Allí es donde no tengo que
temer la sequía ni el calor del verano.
Quiero aprender a confiar en el amor de Dios en mi vida. Confiar
en la presencia de ese Dios que me ama con locura.
Me ama con todas sus fuerzas. Me ama más allá de todos mis
intentos por amarle yo a Él con la misma fuerza.
Quiero confiar, pero me dedico a
controlar mi vida. No estoy dispuesto a soltar las riendas de mi vida,
el timón de mi barca. Quiero sujetarlo todo.
Ojalá pudiera hacerlo todo como si
dependiera totalmente de mí y al mismo tiempo con la seguridad, con la certeza
de que todo depende absolutamente de Dios.
Como los niños
Es esa confianza ciega de los niños que confían en sus padres.
Pienso en mí cuando era niño. Cuando no temía y me acostaba sin temer nada cada
noche.
Nada alteraba mi sueño. Confiaba en mis padres, en la estabilidad
de mi hogar. Nada podría romper la seguridad que tenía.
Confiar es propio de ese niño que se sabe amado. Y el amor
nunca abandona al amado.
Así me ama Dios
El que ama siempre está junto a la persona amada, no la suelta, no
la deja sola. Piensa en ella cada segundo de su vida. Así es Dios conmigo.
No se olvida de mí, está pendiente de mis pasos. Me sigue de
cerca cada segundo de mi vida.
Ve cuando me alejo y elijo lo que no me hace bien. Pero respeta mis
pasos. No fuerza mi voluntad. No se me aparece para enmendar mi vida.
Simplemente me acompaña en silencio
y yo confío. Creo que va a estar siempre a mi lado sujetando mi vida.
Con él en paz
Esa confianza la puso Dios un día en mi corazón. Ya no soy
yo el que decide lo que está bien o mal. Ya no soy yo el
que toma las decisiones importantes.
Las tomo con Él, de su mano, porque
confío en que sus caminos son los mejores.
Nada puede salir mal si permanezco a su lado, si no me alejo, si
vivo en su verdad, bajo su luz.
Esa confianza en Dios es la roca de
mi vida. Todo lo demás es secundario. Pierdo los miedos.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia





