Cuaresma: La última palabra no la tiene el vacío sino la voz de un Padre diciéndome que me ama
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No sé por qué llega la Cuaresma y me pongo triste. Tendría que ser
todo lo contrario.
La ceniza me recuerda que la vida
comienza a partir de la muerte. Que tengo que morir para que haya vida eterna.
Que la última palabra no la tiene el vacío sino la voz de un Padre
diciéndome que me ama y su risa inagotable sosteniendo mi
llanto.
La ceniza es ese beso de Dios en medio de mi vida, devolviéndole
la sonrisa a mi rostro sombrío.
Porque sé que la tristeza no es el punto final sino el punto
inicial de un nuevo amanecer. Como la misma noche sólo es el preludio de la
luz de un sol que quemará mis días.
Marcados con la cruz
Entonces ¿por qué me da miedo impartir la ceniza, recibir la
ceniza? ¿Por
qué la tristeza me arrasa el vientre y me duele el alma?
Las cenizas son los restos
de esos ramos de olivo con los que aclamé feliz a ese Jesús que
entraba glorioso en Jerusalén.
Salgo ahora con la cruz bendita coronando mi frente. Estoy marcado
con la cruz de ceniza. El resto amargo de la derrota, del
desprecio y del odio.
Y yo me dejo marcar, señalar como cristiano. Paso cuarenta días de
camino desde el mismo lugar de la muerte.
Soy barro, estoy destinado al cielo
Las cenizas me dicen que soy polvo, que moriré un día y que todo
pasará. Y me recuerdan que estoy llamado a la vida eterna.
Que tengo que recorrer un camino de cuarenta días de la mano de
Jesús para no alejarme de la meta, del destino que siguen mis pasos.
Estoy tranquilo al revestirme de ceniza. Soy polvo, soy tierra, soy barro,
arena de una playa bañada por el mar.
No le tengo miedo a este tiempo de Cuaresma que quiere recordarme
que estoy
hecho para el cielo. Que no soy un ciudadano de este mundo
solamente.
Soy hijo de Dios, ciudadano llamado a vivir en las alas de los
ángeles. No me turbo, no me desaliento.
Fiel a pesar del miedo y los límites
Salgo feliz con la marca de ceniza que me anima a descubrir el
sentido de mis pasos. Jesús me besa en la frente y me dice que mi vida es
preciosa.
Y me deja el aliento de su vida entregada sin miedo. Porque para
seguir a Jesús tengo que dejar atrás mis miedos, todo lo que me pesa,
mi orgullo, mi vanidad, mis dolores y mis penas.
Y tengo que cargar con mi humanidad herida, con el dolor que llevo
dentro. Tengo que ser fiel a lo que Dios me ha entregado.
Dejo el miedo a un lado aunque forma parte de mi vida. Estoy
tranquilo pensando que la vida es larga, no tengo miedo.
Jesús va conmigo
Hay tristezas que cargo en el alma. Todos las tienen. Mezcladas
con alegrías. Triunfos y derrotas.
Comienzo este camino unido a ese Jesús que quiere morir y vivir conmigo.
Eso me alegra, no estoy solo. No quiero estar solo. Leía
el otro día sobre el dolor emocional:
«Intentó
hablar con su madre sobre la tristeza que aún sentía. Ella le dijo: Ríe y el mundo
reirá contigo. Llora y llorarás solo. Es terrible darse cuenta de que al estar
triste, cuando más necesitas comprensión emocional, aprendes a estar solo».
John W. James y Rusell Friedmann, Superando pérdidas
emocionales
En este tiempo veo a tantas personas tristes, que
sufren cruces,
pérdidas y dolores.No quiero que estén solas.
No quiero que sufran una soledad sin compañía. El dolor
compartido es más llevadero.
Juntos al cielo
La cuaresma que comienza con un día de ceniza es el símbolo de una comunidad
que se reviste de muerte para resucitar para siempre.
La esperanza brota ya en el primer momento
de este camino, eso me alegra. Estoy hecho de polvo y he nacido para el cielo.
Y no entro al cielo solo sino con todos aquellos que recorren el
camino conmigo, en comunidad, en familia. De la mano.
Me abrazo a los que sufren para sostener
sus penas. Y trato de sonreír a los que lloran para hacerles ver que
tenemos toda una vida por delante.
La ternura de Dios me sostiene
Miro a Jesús feliz en Cuaresma. Me mira conmovido. No lo hago todo
bien, cometo errores. Necesito su misericordia siempre
de nuevo. Comenta el Papa Francisco:
«Hacer las cuentas con Dios es
algo muy bonito, porque nosotros empezamos a hablar y Él nos abraza. ¡La
ternura! La ternura no es en primer lugar una cuestión emotiva o sentimental:
es la experiencia de sentirse amados y acogidos precisamente en nuestra pobreza
y en nuestra miseria, y por tanto transformados por el amor de Dios».
En mi pobreza de ser polvo, ceniza, tierra, camino hacia Dios de
su misma mano. En su misericordia me levanto para comenzar estos días sagrados. Feliz de
sentir su gracia, me sostiene.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia