Este viernes, el cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ofreció la segunda meditación cuaresmal a los miembros de la Curia en el Aula Pablo VI del Vaticano
Ser fieles a lo que sucede en la Misa nos obliga a entregar nuestra vida a Dios y a los demás, explicó el cardenal Cantalamessa en su meditación cuaresmal. |
Si la primera se centró en la liturgia de
la Palabra, esta segunda tuvo como lema la del conjunto de todas ellas, las
palabras de la Consagración: Tomad
y comed, esto es mi cuerpo. Vistas, especificó, con una doble
perspectiva: "Una litúrgica
y ritual, la otra teológica
y existencial".
Raíces judías
Desde el punto de vista litúrgico y ritual, Cantalamessa afirmó
que hoy son mejor conocidas las raíces de la Eucaristía en los ritos del
Antiguo Testamento: "Igual que no se entiende la Pascua cristiana si no se
la considera como el cumplimiento de lo que preanunciaba la Pascua, tampoco se
entiende a fondo la Eucaristía si no se la ve como el cumplimiento de lo que hicieron y dijeron los judíos durante su
comida ritual".
La gran novedad que introduce Jesucristo en la Última Cena es que al
"dar su vida por los suyos como el verdadero cordero, declaró concluida esa antigua
Alianza que todos juntos estaban celebrando litúrgicamente". En
consecuencia, "la figura del cordero pascual que en la cruz se convierte
en acontecimiento, en la cena se nos da como sacramento".
Implicación para el sacerdote y los fieles
A continuación, desde el punto de vista teológico y existencial,
Cantalamessa se refirió "al papel que nosotros, sacerdotes y fieles, desempeñamos en dicho momento de la
Misa".
"Para comprender el papel del sacerdote en la
consagración", explicó, "es de vital importancia conocer la naturaleza del sacrificio y del
sacerdocio de Cristo", y la característica fundamental es que "sacerdote y víctima son la misma
persona".
Es decir, "ya no son los seres humanos los que ofrecen
sacrificios a Dios para aplacarlo y hacerlo favorable; es Dios quien se sacrifica a sí
mismo por la humanidad, entregando a la muerte por nosotros a su Hijo
unigénito". De esta forma, Cristo pone " los pecados de los demás sobre sus hombros".
Pero no es solamente el Cristo real quien se hace presente sobre
el altar, añadió sino también el Cristo místico, la Iglesia, "en virtud de su unión
inseparable con la Cabeza": "No hay confusión entre las dos
presencias, que son distintas pero inseparables".
Es así como "la Eucaristía hace a la Iglesia: ¡la Eucaristía
hace a la Iglesia, haciendo de la Iglesia una Eucaristía!". La Eucaristía
no es por tato solo la "fuente o causa" de la santidad de la Iglesia,
sino también su "modelo", y en consecuencia "la santidad del cristiano... debe
ser un santidad eucarística. El cristiano no puede limitarse a celebrar la
Eucaristía, debe ser Eucaristía con Jesús".
Consecuencias prácticas
Tras el enfoque ritual y el enfoque teológico, Cantalamessa
desgranó las "consecuencias prácticas" que la realidad sacramental de
la misa tiene "para nuestra vida diaria".
En el Cuerpo, Jesús nos entrega "toda su vida como don",
y en su Sangre "la parte
más preciosa de ella, su muerte". Por tanto, nosotros tenemos que
hacer lo mismo, ofrecer "nuestro cuerpo y nuestra sangre" en la misa,
donde nuestro cuerpo es "todo
lo que concretamente constituye la vida que llevamos en este mundo, nuestra
vivencia: tiempo, salud, energías, capacidades, afecto, tal vez solo una
sonrisa", y nuestra sangre es "todo lo que prepara y anticipa la
muerte: humillaciones, fracasos, enfermedades que inmovilizan, limitaciones
debidas a la edad, a la salud, en una palabra, todo lo que nos «mortifica»".
Por tanto, para hacer verdad esta ofrenda, "tan pronto como
salgamos de la Misa" debemos trabajar para "lograr lo que hemos
dicho; que realmente nos
esforzamos, con todas nuestras limitaciones, por ofrecer nuestro «cuerpo» a
nuestros hermanos, es decir, el tiempo, las energías, la atención; en una
palabra, nuestra vida".
El día de quien
celebra la misa (el sacerdote) y de quien asiste a ella "es también Eucaristía" si
actúa de esa forma.
Un regalo con firma
Cantalamessa concluyó su meditación comparando lo que sucede en la
Eucaristía con una familia en
la que uno de los hermanos compra un regalo para el padre, y el resto de los
hermanos firman la tarjeta que lo acompaña como signo de amor.
En la misa, el sacerdote, actuando en la persona de Cristo, "invita a todos sus «hermanos» a
poner su firma en el don, de manera que llega a Dios Padre como don
indistinto de todos sus hijos, aunque sólo uno ha pagado el precio de este
don", el sacerdote y víctima Jesucristo. "Nuestra firma son las pocas gotas de agua que se mezclan con el
vino en la copa", explicó.
Por ello, "al salir de la Misa, también nosotros debemos hacer de nuestra vida un don de amor al
Padre y a nuestros hermanos. Repito, no sólo estamos llamados a celebrar la
Eucaristía, sino también a hacernos Eucaristía. ¡Que Dios nos ayude en
esto!".
Fuente: ReL